Crítica de ‘Llegaron de noche’: Desde los ojos del único testigo de la matanza de jesuitas en El Salvador
La película subraya la impotencia, la indefensión, los hilos incomprensibles que atan la actuación de los organismos oficiales e internacionales
Imanol Uribe nació en El Salvador, donde sus padres, guipuzcoanos, vivían, y es la primera vez que su mirada cinematográfica, siempre más pendiente de la historia y circunstancias del País Vasco, se dirige hacia su lugar de nacimiento y unos hechos reales que impresionaron al mundo: en 1989 fueron asesinadas seis jesuitas y dos mujeres, madre e hija, que trabajaban en la Universidad José Simeón Cañas de la ciudad de San Salvador, de la cual era rector el teólogo vizcaíno Ignacio Ellacuría, uno de los asesinados, junto a otros religiosos españoles, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López, y el salvadoreño Joaquín López y las empleadas Elba Ramos Y Celina Ramos.
Los hechos, la historia, han tenido un largo recorrido judicial y varias condenas que implicaron a miembros del ejército salvadoreño y algún alto mando militar, aunque en un principio se intentó desviar la culpa hacia la organización guerrillera del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.
Y Uribe afronta estos hechos desde un punto de vista interesante, desde los ojos de Lucía Barrera, empleada de la limpieza en la Universidad y prácticamente único testigo de ellos: vivía, junto a su marido y su bebé, en un barracón desde el cual vio que el grupo que llegó de noche y mató a los jesuitas eran soldados y no miembros de la guerrilla.
El argumento que maneja Uribe es el testimonio de esa mujer y los riesgos que corren ella y su familia por haber visto una versión distinta a la que se pretendió desde el Gobierno salvadoreño, que acusaba a los jesuitas asesinados de subversivos, terroristas y miembros del FMLN. Un testimonio que intenta aclarar, primero, ante la justicia de su país, y luego, ya huidos a Miami, ante la presión de miembros de la Inteligencia americana. Y así comienza el relato de Uribe, con Lucía Barrera y su familia ya «seguros y en libertad» en Miami para prestar declaración.
La película se va tejiendo mediante ‘flashback’ y se ofrece el relato de los hechos desde las impresiones de Lucía, impresiones que nos traduce la cámara de Uribe, y también desde sus temores y su tozudez en mantener lo que vio a pesar de las evidentes y diversas presiones. Un personaje difícil de sostener en su tono entre la ingenuidad, la honradez, el miedo y la perseverancia, y que la actriz Juana Acosta consigue darle la afinación precisa y sin otro sesgo que la humanidad y el agradecimiento a los asesinados. De ella, Lucía-Acosta, obtenemos información de los otros personajes, el retrato que nos brinda de Ellacuría, interpretado con lucidez, sabiduría y serenidad por Karra Elejalde, y de los demás jesuitas es muy positivo, simpático y que subraya tanto lo acertado de sus temores y peores vaticinios como su honradez y desvelo con las clases más desfavorecidas.
Está bien tratada la intriga (¿qué pasará con Lucía y su familia como testigos de una verdad que contradice la oficial?, porque el resto es crónica e historia) y la actuación de los personajes que no vemos a través de la memoria de Lucía sino en el presente de la narración, como el padre Tojeira, que interpreta Carmelo Gómez, los miembros ambiguos del FBI que buscan el testimonio contrario o nulo de la testigo, diplomáticos o ese personaje incómodo de Rivers. También subraya la impotencia, la indefensión, los hilos incomprensibles que atan la actuación de los organismos oficiales e internacionales… Aunque el verbo subrayar no sea el más indicado, pues Uribe levanta su historia sin ese punto de apoyo (a veces necesario, otras superfluo y molesto) de exprimir la emoción y la tensión.-
Oti Rodríguez Marchante/ABC de Madrid