El fundamental papel de las Iglesias en la guerra de Ucrania
Yulya: «los niños encontraron camas y un techo sobre sus cabezas. Aquí no se escuchan disparos ni explosiones»
La avalancha de ucranianos que huyen de la guerra está siendo atendida sobre todo en los países fronterizos y en las zonas de la propia Ucrania donde no hay enfrentamientos. El papel de las iglesias está siendo fundamental. De ello da testimonio Yulya, que está al cargo no solo de sus hijas sino de sus sobrinos
«Mi nombre es Yulya y estas son mis hijas, Sofiya y Anastasiya, y mis sobrinos, Ivan y Demian. Hasta el 24 de febrero de 2022, todos vivíamos en Brovary», así comienza su relato esta joven madre ucraniana. Brovary está a unos siete kilometros de Kiev y ya en los primeros días de la guerra fue atacada con misiles; siete personas murieron y unas 17 resultaron heridas. «Mi hermano y yo decidimos llevar a nuestros hijos a un lugar más seguro, al pueblo de nuestros padres que está ubicado a 20 km de Brovary», cuenta Yulya sentada sobre un colchón en el suelo, rodeada de sus hijas y sus sobrinos, en total cuatro niños de edades entre los seis y los trece años.
«Mi hermano es soldado. Desde 2014, ha estado defendiendo la integridad territorial del país, su esposa también se inscribió en las filas de las fuerzas armadas después de su licencia de maternidad», esto explica porque Yulya tiene a sus sobrinos a su cargo.
«El 6 de marzo, en el pueblo en el que estábamos, se hizo evidente que la línea del frente se acercaba cada vez más, las explosiones se escuchaban cada vez más fuerte y los intervalos de las mismas se acortaban», relata la joven ucraniana a la fundación Aid to the Church in Need (ACN). Yulya describe lacónicamente lo que debió ser un terrible y doloroso drama para la familia de su hermano: «Entonces, con la aprobación de los padres de los niños, tomé la decisión de ir con los niños más lejos».
Sin embargo, ¿a dónde ir?, Yulya no quería lanzarse con los niños a una aventura a lo desconocido, «por eso le pedí consejo a mi párroco, el padre Román Laba».
El sacerdote paulino le recomendó que contactara con otro paulino, el padre Yustyn que estaba en ese momento en el monasterio de Kamianets-Podilski (Kamianets-Podilskyi), una ciudad en el oeste del país, no lejos de la frontera con Moldavia y Rumania. «Decidí acudir a él y nos dio una cálida bienvenida aquí. Cuando llegamos a Kamianets-Podilski, los niños encontraron camas y un techo sobre sus cabezas. Aquí no se escuchan disparos ni explosiones».
«El padre Yustyn nos proporcionó de todo: comida caliente, un techo, camas y hasta papelería y cuadernos para que los chicos pudieran seguir participando en los estudios a distancia. Agradecemos de todo corazón a él y todos los benefactores que nos brindan una vida digna, a mí y a nuestros hijos. Mi hermano y mi familia entera damos las gracias a todos los que se sumaron a sus esfuerzos para ayudarnos».
(ACN/InfoCatólica)