Lecturas recomendadas

Homilía del cardenal de El Salvador en aniversario de San Óscar Romero

El cardenal Gregorio Rosa Chávez en la catedral metropolitana de San Salvador, el 24 de marzo de 2022, cuadragésimo segundo aniversario del martirio de San Oscar Romero

SAN ÓSCAR ROMERO: UN ANIVERSARIO MARCADO POR LA GUERRA

Homilía del cardenal Gregorio Rosa Chávez en la catedral metropolitana de San Salvador, el 24 de marzo de 2022, cuadragésimo segundo aniversario del martirio de San Oscar Romero.

 

  1. En comunión con el Papa Francisco

Celebramos este aniversario número cuarenta y dos del martirio de San Oscar Romero, cuando el mundo sufre los estragos de la guerra, sobre todo en Ucrania, aunque también está presente en otras partes del mundo. Y en este contexto acogemos el llamado del Papa Francisco, que nos invita a unirnos a él mañana, solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando renueve la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María. Los obispos de El Salvador nos uniremos al vicario de Cristo desde la catedral de Nuestra Señora de la Paz, en San Miguel.

El Papa Francisco dijo ayer, al final de la audiencia general:

Quisiera tomar un minuto para recordar a las víctimas de la guerra. Las noticias de las personas desplazadas, de las personas que huyen, de las personas muertas, de las personas heridas, de tantas personas caídas de un lado y del otro, son noticias de muerte. Pidamos al Señor de la vida que nos libere de esta muerte de la guerra. Con la guerra todo se pierde, todo. No hay victoria en una guerra: todo es derrota. Que el Señor envíe su Espíritu para que nos haga entender que la guerra es una derrota de la humanidad, nos haga entender que es necesario más bien derrotar la guerra. El Espíritu del Señor nos libere a todos de esta necesidad de autodestrucción, que se manifiesta haciendo la guerra. Recemos también para que los gobernantes entiendan que comprar armas y fabricar armas no es la solución del problema. La solución es trabajar juntos por la paz y, como dice la Biblia, hacer de las armas instrumentos para la paz.

La oración que él recitará ya está disponible y en ella encontramos pensamientos tan hermosos e inspiradores como éstos:

Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes (…).

Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor (…).

En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: ´¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?´. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.

 

 

  1. San Óscar Romero experimentó la cruedad de la segunda guerra mundial

Nuestro santo Oscar Romero también vivió la crueldad de la guerra, como leemos en su diario de  seminarista mientras estudiaba en la universidad Gregoriana de Roma. Allí relata cómo ha vivido los horrores de la segunda guerra mundial. Menciono algunas de sus anotaciones:

  • 2 de septiembre de 1939: “Estalla la guerra entre Alemania y Polonia. El temor cunde en Europa. ¡Señor, danos la paz!”.
  • El 5 de noviembre, al inaugurarse el año académico en la universidad Gregoriana, recoge estas palabras del rector: “mientras afuera los hombres se odian y se matan, nosotros esperamos un nuevo año confiados en aquel sin cuyo permiso no caerá un cabello de nuestra cabeza”.
  • Al año siguiente, 1940, el 5 de diciembre, anota: “Yendo a la Gregoriana vimos pasar un numeroso desfile de soldados que van a la guerra. ¿Volverán a su patria? ¿Cuántos quedaban esta mañana en Italia sin padres, sin hijos, ¡sin hermanos!”

La última página de su diario es conmovedora. El joven sacerdote Oscar Romero se prepara para abordar el barco que lo traerá de regreso a la patria. Todo es incertidumbre  porque la guerra terminará dos años más tarde. Nuestro futuro santo reacciona desde su fe:

“¡Qué consuelo, en cualquier parte del mundo, aislado por la guerra o encerrados en un calabozo, en el campo de batalla lejos de la familia, donde quiera es la casa de Dios!”

Y a renglón seguido añade: “Quiero sufrir, Señor, si quieres continuemos esta pena, ¡pesa la cruz!, el estudio cuesta, el hambre me humilla, la vida común me atormenta, la tesis me preocupa”.

Concluye esta página fechada el 19 de febrero de 1943, con una oración:

Señor Jesús, quédate con nosotros porque atardece. Señor amigo, cuando los horizontes se cierran y la vida parece una gran interrogación, ven a vivir con nosotros. Estar contigo es estar en el centro. No hay destierro, no hay persecución, cuando  eres el hermano, el amigo.

Muchos años más tarde, como arzobispo de San Salvador,  Monseñor Romero vio venir el conflicto armado que nos desangró durante doce años y  pidió que evitáramos la guerra civil construyendo una auténtica democracia.

“Para ello -dijo en tono profético- es indispensable que todos estemos dispuestos a compartir con los demás lo que somos y lo que tenemos, y participar, en la medida de nuestras posibilidades económicas, a crear esta estructura política que, de acuerdo con el plan de Dios, favorezca equitativamente a todos los salvadoreños” (Homilía, 20 de enero 1980).

Una semana antes había hecho un llamado vehemente a la oligarquía para que oigan la voz de Dios y compartan con todos gustosamente el poder y las riquezas en vez de provocar una guerra civil que nos ahogue en sangre. La frase que sigue hace temblar: Todavía es tiempo de quitarse los anillos para que no les vayan a quitar la mano (Homilía, 13 de enero 1980).

Para evitar la guerra apoyó la insurrección militar del 15 de octubre de 1979, pero manteniendo intacta la libertad de la Iglesia para señalar los caminos equivocados, como de hecho sucedió. Por eso tuvo que denunciar que no se pueden aprobar reformas manchadas con sangre, reformas con represión. Y en su última homilía dominical, pronunciada en la basílica del Sagrado Corazón, habló con claridad de los tres proyectos políticos que están en la escena nacional:

Hay en el país tres proyectos para construir la República: el proyecto de la derecha, el proyecto de la izquierda y el proyecto del gobierno. La Iglesia no se puede casar con ninguno. La Iglesia sólo está casada con el pensamiento del Señor para poder juzgar con auténtica libertad a los tres proyectos de El Salvador y a todos los proyectos de todas las políticas del mundo (Homilía, 10  de febrero 1980).

 

  1. ¿Qué diría hoy y qué haría Monseñor Romero?

El tiempo se ha encargado de poner en su lugar la figura y el mensaje de Monseñor Romero. Sin embargo, para quienes lo veneramos, sobre todo si somos pastores al servicio del santo pueblo fiel de Dios, sigue vigente la pregunta que con frecuencia se nos hace: ¿Qué diría hoy y qué haría hoy Monseñor Romero? El Papa Francisco lo tiene muy claro. Basta ver cómo ha reaccionado ante la guerra que devasta a Ucrania.

El Santo Padre ha expresado su profundo dolor ante la tragedia, ha desplegado todo el potencial de la diplomacia  vaticana y él mismo ha visitado al embajador de Rusia ante la Santa Sede y se ha comunicado telefónicamente con el presidente de Ucrania y ha enviado a ese país a dos cardenales.

Ha condenado la guerra con términos inequívocos al afirmar que Dios no es un Dios la guerra sino de la paz, no es un Dios de unos pocos sino de todos, un Dios que nos quiere hermanos, no enemigos. Ha agradecido a los periodistas que se han quedado en Ucrania, arriesgando su vida, para contar al mundo la verdad sobre la brutalidad de este conflicto armado porque sabe que en una guerra, la primera víctima es la verdad y la segunda víctima son los derechos humanos.

No es difícil imaginar que en estos momentos de nuestra historia, Monseñor Romero diría la verdad de lo que está pasando en El Salvador, iluminaría esa realidad desde la palabra de Dios y la doctrina social de la Iglesia, estaría muy cerca de todos los que sufren y nos llamaría a todos a la conversión y a la reconciliación.

En concreto, estoy seguro que se alzaría fuerte su palabra para que no permitamos que se aplaste la dignidad del pueblo pobre que sufrió la masacre de El Mozote. El deber de guardar la memoria no es negociable porque sin memoria no hay futuro.

En él se cumplen las palabras que hoy hemos escuchado en el libro de la Sabiduría:

Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento. Los insensatos pensaban que los justos habían muerto, que su salida de este mundo era una desgracia y su salida de entre nosotros, una completa destrucción. Pero los justos están en paz.

Y en el evangelio Jesús reza a su Padre:

No te pido que los saques del mundo sino que los preserves del mal. Jesús, en la última cena  hace ver a sus discípulos que su misión no será fácil:  Yo les he entregado tu palabra y el mundo los odia, porque antes me han odiado a mí porque no son del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal.

Y esto vale, hermanos y hermanas, también para los fieles laicos, llamados a ser en el mundo luz, sal y fermento. Monseñor Romero los llamó a no ser masa sino pueblo, a ser protagonistas de un mundo nuevo donde reinen la justicia, el amor y la paz.  Por tanto, no sólo los pastores somos cuestionados, sino también ustedes los que son bautizados y tienen que hacer del mundo lo que Dios soñó.

 

  1. San Óscar Romero: su testamento espiritual

Como si presintiera que ésta sería su última Eucaristía  dominical junto a su pueblo, la víspera de su martirio, expresó con nítida claridad cómo vivió su ministerio de profeta en un país inmerso en la guerra civil que él quiso evitar.

Monseñor Romero desarrolló tres pensamientos:

1º. La dignidad de la persona es lo primero que urge liberar.

2º. Dios quiere salvar a todo el pueblo.

3º. La trascendencia da a la liberación su verdadera y definitiva dimensión.

 

Un día antes de morir asesinado nos dio como el balance de su vida y de su compromiso. Dijo Monseñor Romero:

Ya sé que hay muchos que se escandalizan de estas palabras y quieren acusarla de que ha dejado la predicación del evangelio para meterse en política, pero no acepto yo esta acusación, sino que hago un esfuerzo para que todo lo que nos ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la Reunión de Medellín y de Puebla, no sólo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad de predicar como se debe el Evangelio para nuestro pueblo.

Por eso le pido al Señor, durante toda la semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me de la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento, y aunque siga siendo una voz que clama en el desierto se que la Iglesia está haciendo el esfuerzo por cumplir con su misión (Homilía, 23 de marzo de 1980).

La homilía terminó, como sabemos, con un llamado a los soldados de no matar a s hermanos campesinos. Todos sabemos de memoria la frase final: “¡Cese la represión!”

Pero muy pocos han meditado el último párrafo de esta homilía, que Monseñor Romero pronunció inmediatamente después. Recordémoslo con gratitud en el lugar donde descansan sus sagrados restos:

La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia, una liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia que mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza.

Cristo sigue presente en la Iglesia, que es “el Cuerpo de Cristo en la historia”.

Seamos conscientes de este compromiso y hagamos honor a este mártir nuestro que ilumina el mundo desde este pequeño país que se llama El Salvador, el único que lleva el nombre de Jesucristo.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba