Opinión

De la pandemia a la guerra

 

Horacio Biord Castillo:

Una caricatura reciente, que circuló al inicio de la invasión de Rusia a Ucrania, muestra dos puertas contiguas. De una sale el coronavirus y por la contigua entra la guerra. Terrible y dolorosa alegoría de la coyuntura actual. La guerra fue el gran fantasma del siglo XX y, como han hecho otros fantasmas en distintos momentos, recorrió el mundo, devastando en especial el continente europeo en la primera mitad del siglo. Asimismo enfrentó pueblos y culturas y amenazó con reintroducir sus dedos sangrientos y asesinos en las veredas de la paz. Ese fantasma, que como otros fantasmas, de tanto en tanto toma cuerpo ha vuelto a aparecer en el escenario mundial. La invasión de Rusia a Ucrania no puede calificarse sino como un acto bélico. Cualquier otro circunloquio para designarla es solo un subterfugio.

Un adolescente venezolano en un lugar cercano a Miami se asustó al escuchar el vuelo de un helicóptero. La guerra podría alcanzarlo. Pensaría que haber dejado su país y tener que enfrentarse a otra situación de inseguridad debía ser superior a sus fuerzas. El papa Francisco, como un peregrino de la paz, haciendo honor al santo cuyo nombre lo señala en la lista de los obispos de Roma, ha visitado la embajada de Rusia y ha llamado al presidente de Ucrania, y también como un romero pero siguiendo los usos de la época se ha reunido de manera virtual con el patriarca Kirill de Moscú. Más aún, el 25 de marzo, conmemoración de la Encarnación, obedeciendo (verbo que en este contexto no deja de tener sus problemas y reparos en el ámbito teológico) la petición de la Virgen María a los pastorcitos en Fátima el papa consagró a la intercesión del corazón inmaculado de la Madre de Dios tanto Rusia como Ucrania y, por supuesto, las necesidades de todos los seres humanos.

Los casos de COVID 19 en el mundo parecerían bajar; pero la amenaza del coronavirus continúa así como las desigualdades en el acceso a las vacunas, los servicios médicos y las medicinas, mostrando de esta forma las inequidades del planeta. Tras más de un mes los enfrentamientos continúan y el mundo se polariza. Al principio lucía inevitable prepararse para lo peor. Hoy quizá, pese a las muertes, el sufrimiento y la destrucción que se ha causado, cabría esperar que no se produzca un estallido de mayores dimensiones y peores consecuencias. Solo el tiempo lo dirá.

El siglo XX comenzó con guerras seguidas de la terrible pandemia de la llamada Gripe Española que cobró millones de víctimas y luego hubo más guerras y sus secuelas terribles. También ocurrieron otras complejas situaciones sanitarias, entre ellas las asociadas al VIH sobre todo en regiones muy pobres.

En sus inicios parecía plausible poder llamar “siglo de la paz” al primero del tercer milenio; pero esto queda en entredicho al menos por ahora y desde el atentado contra las torres del World Trade Center de Nueva York en septiembre de 2001. La historia no se repite, pero parece sorprendente que se haya invertido el orden de los acontecimientos en este nuevo siglo: primero la pandemia, después la guerra. Tiempos duros y difíciles para meditar sobre el trayecto y los derroteros más cercanos que esperan a la humanidad.

Para los cristianos la guerra en Ucrania ha coincidido con la Cuaresma, un tiempo del año litúrgico dedicado a la reflexión y a la preparación de la pascua de Resurrección. No sé si ha sido suficiente el momento, o acaso propicia la circunstancia, para pensar lo que vivimos.

En todo caso, nunca será tarde para reflexionar qué podemos aprender de estas terribles experiencias de la pandemia y la guerra en Ucrania. Por un lado está la vulnerabilidad del ser humano ante las fuerzas naturales, representadas por el coronavirus que generó el COVID-19, y, por el otro, la que se deriva de las difíciles relaciones sociales y su comprensión, como lo testimonia la invasión de Rusia a Ucrania y otras en el pasado reciente, así como guerras fratricidas. Lo que parecía definitivamente superado después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas vuelve a aparecer como una amenaza latente y poderosa, terrible, ahora más con las armas nucleares y las sofisticadas tecnologías bélicas.

Quizá sea propicio ver en la prepotencia de Vladimir Putin lo que ahora con toda propiedad podemos llamar perfectamente la tensión este-oeste, el lugar de Rusia en Europa y en un mundo multipolar, su carácter bicontinental y las consecuencias socioculturales de ello, la emergencia de nuevas potencias y el papel de otras potencias. Es importante tratar de entender, que nunca es lo mismo que justificar, lo que está pasando, sus razones y efectos a mediano y largo plazo.

Más allá de los análisis geopolíticos, socioculturales e históricos, todas estas tensiones nos colocan en una perspectiva de preocupación y sufrimiento y generan una ansiedad social que puede expresarse de manera colectiva, pero también individual. Tratar de sobrevivir a pandemias y guerras no formaba parte de los guiones atribuidos al siglo XXI en la utopía científico-tecnológica ni en la ingenua pero entusiástica imaginación del año 2000 como umbral de la supuesta perfección civilizatoria de la humanidad.

Otra lección no solo no menos importante que las anteriores, sino su consecuencia y a la vez complemento, es la importancia del pensamiento, de la reflexión, de la espiritualidad y la introspección. Es tiempo de la práctica eremítica, del aislamiento ocasional aun en nuestras vidas cotidianas, que posibilite la conexión con nuestras fuerzas internas, con nuestras herencias espirituales y familiares. Solo así podremos reubicar y reevaluar nuestras vivencias personales, familiares y socioculturales. Solo así tendremos fuerzas para sobreponernos a las complejidades laberínticas del caos y reescribir la ruta y el sentido de nuestras acciones cotidianas, lanza en ristre o no.-

 

Horacio Biord Castillo

 

Escritor, investigador y profesor universitario

 

Contacto y comentarios: hbiordrcl@gmail.com

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