Lecturas recomendadas

Encuentros 19

Nelson Martínez Rust:

 

¡Bienvenidos!

Recomendamos que este ENCUENTRO sea leído teniendo en cuenta el de la semana pasada que deseaba ser un comentario al No. 18, número introductorio a todo el denso y profundo capítulo III de “Lumen Gentium”. En efecto, el Concilio anuncia y sitúa la temática del sacramento del orden en el No. 18, para desarrollarla a lo largo de los once siguientes números.

¿Qué es y qué significado tiene el Episcopado para la Iglesia? Para responder esta pregunta tienden los números 19 al 29 del capítulo III. El Vaticano II esboza una respuesta fijando la atención en la escogencia de los doce (Mc 3,13-19; Mt 10,1-42). Es Jesús quien escoge y envía con la finalidad de: “Los envió primeramente a los hijos de Israel, y después a todas las gentes (Rm 1,16), para que, participando en su potestad, hiciesen discípulos de Él a todos los pueblos y los santificasen y gobernasen (Mt 28,16-20; Mc 16,15; Lc 24, 45-48; Jn 20,21-23), y así propagasen la Iglesia y la apacentasen, gobernándola, bajo la dirección del Señor, todos los días hasta la consumación de los siglos (Mt 28,20)” (LG 19).

No debemos olvidar, en ningún momento, que el capítulo III está presidido por el análisis de la Iglesia en cuanto “Pueblo de Dios” y “Cuerpo de Cristo”, lo cual implica que todo el Pueblo es Sacerdote, Profeta y Rey. Es en y dentro de esta realidad que se da el sacramento del orden del cual forma parte preeminente el episcopado. Nos podríamos preguntar: Si todo el pueblo es sacerdote, ¿cuál es la diferencia en cuanto al ser y desempeño del sacerdocio ministerial con respecto al bautismal? En efecto, ambos sacerdocios – bautismal y ministerial – encuentran su fundamento en Cristo-sacerdote. Sin embargo, se distinguen fundamentalmente en cuanto al ejercicio del mismo. Por medio del sacerdocio bautismal el fiel cristiano lleva a cabo la santificación y transformación de su quehacer ordinario – realidades temporales -, haciendo que éste alcance un valor trascendental por medio del cual Dios es glorificado y el hombre alcanza la santidad. El sacerdocio ministerial, que difiere esencialmente del bautismal, tiene por finalidad orientar, acompañar, santificar mediante la Palabra y los Sacramentos, y gobernar a los bautizados en la consecución y ejercicio de su ministerio sacerdotal bautismal. Para llevar a cabo este cmetido recibe una gracia especial mediante el sacramento del orden. Es lo que Vaticano II afirma en el número antes señalado.

1.-   Es Jesús quien escoge y envía. Es por demás interesante al leer Mc 3,13-19 ver a la persona de Jesús escogiendo a los que Él quería. La vocación no es el producto de un capricho, deseo o inclinación psicológica, o presión familiar. La vocación tiene su origen en una acción libérrima de Dios-Padre que Cristo lleva a cabo en su nombre y alcanza su plenitud en el don del Espíritu: Dios escoge a quien quiere, cuando quiere y como quiere. Pablo de Tarso fue escogido cuando iba en persecución de los cristianos. Era perseguidor. Cristo lo escogió como discípulo. Pero Dios los escoge para “estar con Él” y “para ser enviados”. Dos momentos por demás interesantes: “estar con Jesús” y “ser enviados por Jesús”. Es necesario “estar con Jesús” porque lo que se ha de predicar es a Jesús mismo, no las ideas personales, mucho menos sociología, política, economía o ideologías ya sean de derecha o de izquierda. Lo que se ha de predicar es el Evangelio – Palabra de Dios, Salvación para los hombres de todos los tiempos -. La experiencia viva de Cristo es fundamental, ya que permite predicar el Evangelio con convinción. De no ser así, lo que se trasmite es un “conocimiento“ – reflexión teológica – no “vivencia”.

2.-   A los hijos de Israel, y después a todas las gentes. El llamado a la santidad y a la salvación es un llamado universal. No tiene fronteras: todos, absolutamente TODOS, están llamados en la persona de Cristo “para que seáis irreprochables y sencillos hijos de Dios sin tacha en medio de una generación perversa y depravada…”  (Fil 2,15).

3.- Participando en su potestad. Mediante el sacramento del orden el escogido participa de manera especial – sacramentalmente – en la triple potestad de Cristo – Sacerdote, Profeta y Rey –. Se configura con Él, de tal manera, que esta configuración llega a ser tan estrecha, profunda e íntima que Pablo no duda en afirmar: “…y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi” (Ga 2,20). Diríamos que se establece una relación consustancial – la teología católica medieval calificará esta realidad que se establece entre Cristo sacerdote y el que es llamado y enviado con la expresión de “carácter sacramental”.

4.-   Hiciesen discípulos de Él. De lo que se trata es de dar a conocer a Jesucristo y su misterio y, de esta manera, los que oigan el mensaje del Evangelio y crean, se han de convertir en “discípulos” de Jesucristo. Hubiera sido muy interesante estudiar el discipulado en el Antiguo Testamento y su diferencia con el Nuevo Testamento. “Discípuloes el seguidor convencido de la realidad de Cristo, de su Verdad, de su persona, de su doctrina, de su enseñanza, es aquel que, una vez que lo ha aceptado, está dispuesto a dar la vida en su seguimiento.

5.- Santificar y gobernar a la Iglesia. El sacramento del orden está ordenado, como función primordial, a la santificación de los bautizados. Esa debe ser una finalidad irrenunciable. Para eso fue creado. Esta función debe ser realizada con competencia intelectual, pero, ante todo y por, sobre todo, con el ejemplo de una vida santa e irreprochable. San Agustín tiene una expresión muy peculiar para indicar esta función: “amoris officium” = “deber que nace del amor a Cristo”.

6.-   Bajo la dirección del Señor. Cristo es el que se hace presente y guía la vida de la Iglesia a través y mediante la realidad del sacramento del orden. Podrían señalarse muchas otras cosas. De esta manera los doce apóstoles se constituyen en fundamento, después de Cristo, del sacramento.

 

Valencia. Abril 3; 2022

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