El morado de esa túnica y tres reflexiones
Bernardo Moncada Cárdenas:
Por la esquina de Miracielos,
en sus miércoles de dolor,
el Nazareno de San Pablo
Pasaba siempre en procesión.
(Andrés Eloy Blanco. “El limonero del Señor”)
A Barbara
Hoy miércoles anuncia el fin del tiempo litúrgico de Cuaresma, para dar lugar al Triduo Pascual. En Venezuela, la tradición de venerar y llevar en procesión la imagen de Jesús Nazareno, cargando la cruz con su regia túnica, regia en memoria de aquella que, como burla, le vistieron sus verdugos, es ya parte del patrimonio cultural de la nación.
Pocos saben que esa tradición hispánica retoñó en Caracas, a través de los dos episodios considerados como milagrosos: en las epidemias de viruela 1597 y de escorbuto o vómito negro en 1694, respectivamente. Ambos están ligados a la antigua iglesia de San Pablo Ermitaño y a la imagen de Jesús Nazareno que, del templo demolido por Guzmán Blanco, fue trasladado a la Basílica de Santa Teresa. El poema de Andrés Eloy Blanco preserva en la memoria el segundo hecho prodigioso, lamentando la destrucción de las construcciones que le daban testimonio: “Miracielos; casuchas nuevas, con descrédito del color; antaño hubiera allí una tapia Y una arboleda y un portón.” Resistiendo la destrucción de la casona desde cuyo solar el milagroso limonero dio su jugo para curación de los apestados, y la posterior demolición del templo de San Pablo, la devoción del Nazareno se extendió a toda Venezuela. El “Miércoles de Dolor” es día para que en todas nuestras poblaciones y ciudades la imagen del Nazareno recorra con su desolada majestad las calles, ante la mirada suplicante de un pueblo a quien nunca falta siempre alguna peste que le atormente.
Este año, la plaga parece haberse abatido sobre nosotros con especial ferocidad. La Semana Santa nunca se repite, y es siempre un tiempo para que la extensa feligresía cristiana de nuestro país acompañe el drama de Jesús entregado al suplicio y la muerte, un tiempo para meditar, en primer lugar, el extremo acto de amor y de perdón que significa esa entrega, la cual es la primera reflexión que nos toca; así como la injusticia, la crueldad, y la inconsciencia, que como humanos somos todos capaces de desplegar, y esa es una segunda e importante reflexión. Todos somos capaces de increpar y condenar como aquella infeliz multitud que se volteó contra Jesús, pero, al mismo tiempo, podemos ser el Nazareno sufriente que ofrece Su vida para ofrecer a los demás una mejor existencia. A partir del Domingo de Ramos se nos pone ante la variedad de actitudes que podemos asumir y que, de hecho, quizá hayamos asumido en algún momento, después de cantar hosannas y escuchar con sentimiento la Pasión.
La vida no deja de ser un drama, y el mundo lo está experimentando con especial crudeza. El globo se sume en conflictos armados, ¿y quién, hace una década, pensaría en los desastres que hoy nos aturden en la vida cotidiana? hemos perdido casi totalmente muchas de las comodidades y certidumbres que hacían más llevadera la existencia, y ello duele más cuando como venezolanos estuvimos habituados a un nivel de vida privilegiado entre la comunidad latinoamericana.
Pero para que ese drama no se convierta en tragedia, hemos de pasar a la tercera gran reflexión de la Semana Santa. Porque no hay Pasión de Cristo sin un porqué y un para qué y, pensándolo bien, el porqué es Su compasivo deseo de acompañarnos en nuestros inevitables dolores y angustias –sin excluir nuestro temor a la muerte- y el para qué es para salvarnos y presentar la victoria que significa Su Resurrección. Para decirnos que, si bien nos habituamos a “posponerlo” para el Juicio final, podemos resucitar día tras día, afrontando estos males con la certeza de que somos amados y podemos ser salvados en todo momento, no solamente de lo definitivo de la muerte.
El majestuoso morado del Nazareno nos dice que el mal no tiene la última palabra y que nuestro propio mal nos afecta, pero no nos define. El mal no es definitivo, y es esa la tercera reflexión que es necesario compartir hoy.
Que esta tercera reflexión nos lleve a encarar los desencantos y temores que sufrimos, siendo todos nazarenos, que promueva la certeza de la victoria y de la vida. Entonces la devoción y oraciones del Miércoles Santo tendrán incomparable fruto, en la cotidianidad y en el momento histórico que tenemos el deber de vencer, haciendo florecer la historia como esas bellas orquídeas moradas del Nazareno.