Opinión

¿Qué es “Lo Social” y cómo Reducir la Pobreza?

José Antonio Gil Yepes:

Al hablar de lo social por los medios y hasta en las universidades se refieren a regalar algo, comida, subsidios y, cuando mucho, al porcentaje de pobres en tal o cual país. Eso no es lo social, sino la consecuencia de las disfuncionalidades de lo social.

Lo social se refiere a las características básicas de toda sociedad: La diferenciación de intereses, inducida por el crecimiento económico y la consiguiente especialización del trabajo, y la interdependencia entre los sectores dedicados a realizar dichos trabajos para lograr los objetivos de la sociedad. En la medida que crece la especialización en el trabajo, crece el reto de armonizar intereses distintos. Entonces, “lo social” consiste en el cruce de esas dos dimensiones: el nivel de diferenciación de intereses y el nivel de armonización entre los sectores.

Las sociedades más desarrolladas, como las de Europa, presentan una alta diferenciación del trabajo, la cual induce a la pugna entre intereses distintos. Pero estas sociedades aprendieron a privilegiar la negociación entre los grupos, en vez de matarse entre sí. Aunque en sus respectivas historias hayan sido excluyentes, de derecha o de izquierda, hoy son centristas y pluralistas, por lo que constantemente procesan conflictos para acomodar los diversos intereses en juego o incluir a grupos emergentes.

En la mayoría de los países subdesarrollados, aunque también se caracterizan por algún crecimiento económico y división del trabajo, predominan las tensiones, desconfianza y polarización entre los grupos. Siempre se encuentra en ellas un grupo poderoso que excluye a los demás. Son pobres por falta el equipo o capital social, no por falta de recursos.

Mientras que la pregunta que predomina en los países desarrollados es “cómo nos ponemos de acuerdo”, la que predomina en el subdesarrollo es “quién tiene la razón”. La política entre sus élites se reduce a luchar por cuotas de poder, en vez de enfocarse en luchar contra los enemigos de todas las élites: La pobreza o cualquier otra forma de exclusión. En el ápice de este absurdo se encuentran países abarrotados de recursos naturales, como los de la OPEP, pero signados por grandes conflictos, represión, pobreza y falta de democracia.

En los países subdesarrollados, quienes reparten dominan y los que reciben se someten; sea el pobre que busca comida o el rico privilegios. Se trata de sociedades disfuncionales, cuyas constituciones y líderes ofrecen objetivos maravillosos y dicen aportar los medios para que cada quien los alcance. Pero eso es mentira. Sus mayorías no pueden alcanzar los fines porque los medios se reparten preferentemente entre la clientela de la élite política o militar que gobierna. La mayoría de los que carecen de algo no tienen otra opción que buscar “quien los resuelva”.

Esta perversión de la cultura política-económica necesita ser desarraigada cambiando las políticas sociales orientadas a repartir por políticas orientadas a dar y recibir. El poder para cambiar este síndrome paternalista está en manos de los que reparten, quienes, en vez de someter a los pobres cultivando su incapacidad, pobreza y dependencia para movilizarlos contra otras élites, deberían implementar políticas sociales que empoderen y enriquezcan a los pobres para que dejen de ser marginales y participen por capacidad propia en el juego económico.

Los ámbitos educacionales son un ambiente prioritario para introducir el empoderamiento y la interdependencia. Las Casas del Lápiz enseñan en tres meses a desempeñar un oficio, que eleva los ingresos de sus graduados en unas 10 veces. Los bachilleratos deberían ser mecanismos de aprendizaje y práctica de oficios, y no sólo de aprendizaje (sin práctica ni remuneración) de lecciones abstractas inaplicables en el trabajo. Los Institutos Tecnológicos de Fe y Alegría rescataron las Escuelas Técnicas, malamente cerradas, y gradúan un técnico experto en dos años. Las universidades necesitan dejar de esperar el doceavo del Presupuesto Nacional o la subida de la matrícula y dedicarse a vender proyectos a los sectores públicos y privados. Así se concibió UNITEC.

Los padres que envían a sus hijos a colegios que no cuentan con aportes del gobierno y gastan en cervezas, cigarrillos, apuestas, peluquerías, manicures y otros gastos superfluos no deberían negarse a pagar por la educación de sus hijos. Muchos no son pobres, dignos de subsidios, sino víctimas del síndrome cultural en cuestión que los convirtió en “vivos” o “Tío Conejos”. Los podemos entender, pero no podemos seguir consintiéndolos.

La escasez de recursos fiscales es una oportunidad que nos empuja a cambiar. Si los subsidios no alcanzan, hay que reorientar la educación al trabajo y apuntalar la diversificación de la economía; la que, a su vez, también está liberando a los empresarios y trabajadores de un síndrome parecido al de los pobres: la dependencia del estatismo, controles y subsidios del Estado.-

@joseagilyepes

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