Trabajos especiales

Guzmán Blanco expulsó de Venezuela al arzobispo Guevara y Lira

Monseñor Guevara y Lira aceptó -sin doblegarse, ni pedir perdón-, la condena imputada, respondiéndole al ministro Urbaneja: «Tomaremos pues el báculo de la expatriación...

Luis Alberto Perozo Padua:

Después de seis horas de fiero combate, aquel 21 de septiembre de 1870, en la sabana de Guama, Yaracuy, el triunfo recayó sobre las armas del Gobierno de Antonio Guzmán Blanco, al mando de Matías Salazar que, sin perder tiempo, persiguió a José María Hernández hasta Barquisimeto, donde unos fueron acribillados, y los que corrieron mejor suerte, se atrincheraron en Trujillo. Los vencidos perdieron 800 hombres y más de 200 fueron hechos prisioneros.

La victoria obtenida por las tropas de Guzmán Blanco en Guama, consolidó la estabilidad del gobierno, frente a los continuos alzamientos y escaramuzas de los Conservadores.

Obviamente el presidente de la República, aprovechó la coyuntura a su favor, y para maximizar su mensaje de poder, instruyó que se realizara un Tedeum en la Catedral de Caracas, para celebrar la victoria.

Para tal fin, el 26 de septiembre de 1870, el ministro del Interior y Justicia, Diego Bautista Urbaneja, se dirigió al arzobispo Dr. Silvestre Guevara y Lira, en nombre del Ejecutivo Nacional, solicitándole la realización «de la festividad».

Guevara y Lira, máximo jerarca de la Iglesia católica venezolana, que ocupaba el cargo desde el 28 de abril de 1852, designado por el Congreso Nacional, respondió a la correspondencia oficial en términos que fueron juzgados como irrespetuosos y disidentes:

«No podemos menos que significar a usted, que sentiríamos punzantes remordimientos en nuestra conciencia episcopal, y sufriríamos horribles torturas en nuestra condición de pastor, si nos resolviéramos a ordenar en nuestra santa Iglesia catedral una manifestación solemne de regocijo, a la hora misma en que se encuentran en las cárceles muchos de nuestros diocesanos, y en que derraman por eso mismo lágrimas amargas tantas madres desoladas, tantas esposas, tantas hijas y hermanas consternadas. Padre Espiritual y pastor de vencedores y vencidos, no es justo, caritativo, ni decoroso que nos congratulemos, mientras otros gimen, que nos alegremos con aquellos, mientras estos lloran».

El historiador Rafael Simón Jiménez, señala que esta carta, no solo era desafiante, sino que junto a la propuesta de diferimiento de la celebración religiosa, monseñor Guevara y Lira demandaba al gobierno medidas magnánimas de perdón y reconciliación para que el Tedeum pudiera llevarse a cabo, instando al Ejecutivo: «… la adopción de unas medidas de magnanimidad y sabiduría política, que nos hemos permitido indicar y que todo venezolano que sienta latir en su pecho un corazón cristiano desea ver realizada, medida que si no nos equivocamos armonizaría perfectamente con los sentimientos del ciudadano Presidente en Campaña…».

Pero Guzmán Blanco, pese de sentir admiración por los dotes humanos y pastorales de monseñor Guevara y Lira, se dejó envolver en las tenebrosas cizañas del ministro Urbaneja, quien sí tenía serias desavenencias personales con el prelado cuando éste le había negado una dispensa que había solicitado para poderse desposar con su hijastra.

Entonces el Presidente respondió ofendido, al tiempo que giró instrucciones «…la posición del gobierno es terminante, el arzobispo debe salir expulsado del territorio nacional en un plazo perentorio de 24 horas, de no reconsiderar su posición», además lo culpó de «desacato a la autoridad federal y usurpación de funciones, potestativas del poder Ejecutivo».

Monseñor Guevara y Lira aceptó -sin doblegarse, ni pedir perdón-, la condena imputada, respondiéndole al ministro Urbaneja: «Tomaremos pues el báculo de la expatriación, protestando previamente, ante Dios, sus ángeles y su Iglesia, y delante de esta desgraciada sociedad, contra la violación que el gobierno nacional, hace en nuestra persona de todo derecho divino y humano, eclesiástico y civil».

Jiménez apunta que sobre monseñor Guevara y Lira, el guzmato fabricó toda una serie de acusaciones y calumnias, para desacreditarlo, sin contar que todos los obispos del país, se solidarizaron con el jerarca expatriado frente a una medida injusta y desproporcionada, dándose inicio al mayor conflicto entre la Iglesia y el Estado, por cuanto Guzmán Blanco, desafiado en su poder, adoptó en seguidilla una serie de medidas destinadas a doblegar y disminuir la influencia y los intereses de la Iglesia, entre ellos la Ley de Censos, el cierre de seminarios, la Ley de Matrimonio Civil, la Ley de Registro de Estado Civil, supresión de las primicias, expulsión del obispo de Mérida y el vicario de Caracas, extinción de conventos femeninos, en una escalada donde el denominado por sus aduladores como “Ilustre Americano” propuso un decreto para crear una iglesia cismática Venezolana, que rompiera sus ataduras con El Vaticano.

Guevara y Lira fue expulsado por el puerto de La Guaira, el 28 de septiembre de 1870, rumbo a la isla de Trinidad, pero casi un año después, en julio de 1871, mediante un decreto presidencial, se autorizó su regreso, medida que fue inicialmente rechazada por el propio arzobispo y por el grupo de sacerdotes que lo rodeaba en Trinidad.

No obstante, el 31 de agosto de 1872, el proscrito prelado decidió regresar, presentándose frente a La Guaira; pero en esa oportunidad no pudo desembarcar. El 3 de septiembre se publicó en la prensa capitalina una carta de los ministros del gabinete – que encabezaba Urbaneja-, dirigida al presidente Guzmán Blanco, donde se acusaba al prelado de ser elemento de discordia y enemigo de la paz. Para permitir su desembarco, el presidente le exigió entonces, que explicara públicamente sus propósitos para con la causa liberal y su gobierno. Al no asentir «las infundadas acusaciones», Guevara y Lira regresó a Trinidad.

Evitando un cisma, la Santa Sede le sugirió a Guevara y Lira, por intermedio de un delegado pontificio, fray Roque Cocchia, que renunciara al arzobispado; acto que se consumó el 17 de mayo de 1876.

Sería durante el gobierno de Francisco Linares Alcántara, cuando monseñor Guevara y Lira pudo regresar del exilio, y fue recibido con honores el 8 de agosto de 1877, en donde se ofrecieron discursos en un emotivo acto organizado por la Iglesia y la Presidencia de la República. Días posteriores, visitaría Chamariapa (hoy Cantaura, estado Anzoátegui) su pueblo natal, en donde llegará al mundo en el terrible año de 1814, en plena Guerra a Muerte.

Guevara y Lira había sido senador de la República para los períodos 1848-1851 y 1851-1854, y le tocó firmar el Decreto de Abolición de la Esclavitud, como presidente del Congreso Nacional, el 25 de marzo de 1854. Igualmente integró el Consejo de Estado durante la dictadura paecista, en enero 1862.

El Papa le confirió el título de arzobispo de Amasia; además, lo elevó a prelado asistente del Sacro Solio Pontificio y a noble caballero romano. Fallecerá en la quinta San Ramón, en El Rincón del Valle (Distrito Federal) el 20 de febrero de 1882. Siete años más tarde, sus restos fueron trasladados a la iglesia Catedral de Caracas.

Luis Alberto Perozo Padua/El Impulso

Periodista y cronista

IG/TW: @LuisPerozoPadua

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