Busca La Verdad, Encuéntrala y, luego, Haz Algo
La humildad es una necesidad para el buen uso del intelecto
Peter Boghossian, uno de los fundadores de la nueva universidad, dijo recientemente que el propósito de la investigación libre y el pensamiento crítico es la voluntad de dejar de lado todas las opiniones y estar abierto a la posibilidad de algo radicalmente diferente. Un verdadero pensador crítico, dijo, es aquel que usa la razón y la evidencia para sacar conclusiones y siempre está dispuesto a cambiar esas conclusiones cuando le presentan nueva evidencia. Dados los problemas de la universidad contemporánea —monotemática e intelectualmente conformista— Boghossian sostiene que necesitamos volver a las perspectivas fundamentales de la Ilustración, particularmente la primacía de la razón.
Volver a los fundamentos de la Ilustración, sin embargo, simplemente restablecerá una trayectoria cuyo final es el mismo problema que ahora aterroriza a las instituciones educativas. Basar toda investigación en la racionalidad humana es un sistema orientado hacia el yo y dirigido por el yo. El yo continúa siendo la perspectiva, el centro y el prisma de la investigación racional. No existe ningún ancla exterior de la que dependa la Razón de la Ilustración.
“Palabras, palabras, palabras, estoy tan cansada de las palabras”, declara Eliza Doolittle en My Fair Lady. Sin una verdad objetiva, independiente de uno mismo, sin la aceptación de Dios como la fuente de toda Verdad, la indagación intelectual se convierte simplemente en lo que enferma a Eliza —palabras interminables, sin acción.
C. S. Lewis escribe, en The Great Divorceuna dramatización sobre almas que eligen permanecer en el infierno. En una escena conmovedora, un fantasma episcopal (un ex obispo) conversa con un alma redimida que trata de persuadirlo para que vaya al cielo. El obispo afirma que irá, pero solo si tiene la seguridad de que puede continuar sus indagaciones sobre la existencia de Dios.
El otro le dice que el Cielo no tiene “atmósfera de indagación, porque te traeré a la tierra no de preguntas sino de respuestas, y verás el rostro de Dios”. El fantasma del pobre obispo luego se niega, declarando: “¡Ah, pero todos debemos interpretar esas hermosas palabras a nuestra manera! Para mí no existe tal cosa como una respuesta final. El viento libre de la indagación siempre debe continuar soplando a través de la mente, ¿no es así?
Otros escritores y pensadores también reconocen este problema, de buscar constantemente la verdad pero nunca establecerse en ella. La búsqueda se convierte en el todo. John Milton ofrece, en Paradise Lost, la imagen del razonamiento perpetuo en los ángeles caídos:
Otros se sentaban aparte en una colina retirada, / En pensamientos más elevados, y razonaban altamente / Sobre la Providencia, la Presciencia, la Voluntad y el Destino. . . . / Y, perdidos en laberintos errantes, no encontraban fin.
El propio Santo Tomás de Aquino, que llevó la razón humana a nuevas alturas, finalmente concluye: “Todo lo que he escrito parece broza, después de las cosas que me han sido reveladas”.
Reavivar la indagación intelectual y crear “espacios seguros” para la búsqueda de la verdad y las ideas es una noble intención. Pero una universidad que, a pesar de toda su buena intención, no reconozca lo principal, la realidad objetiva (incluyendo el simple reconocimiento de un creador divino), resultará en un regreso a donde las universidades comenzaron a andar mal.
Lo que ahora vemos en los campus universitarios, los gritos de la multitud para silenciar todas las opiniones opuestas y forzar la conformidad del pensamiento, es simplemente la consecuencia extrema, pero lógica, de la deificación, de La Ilustración, de una visión estrecha de lo que constituye la «razón» humana.
Descartes pronunció la famosa frase “Pienso, luego existo” (Cogitō ergō sum). La capacidad de un individuo para razonar o pensar, en este sentido, es la prueba de la existencia personal. Inevitablemente, debido a que esta centralidad cartesiana de la razón está fundamentada en el yo y no en un creador objetivo, ha descendido a “Creo que eres, luego eres” (Cēnseō vōs esse, ergō estis).
Las consecuencias verdaderas de tales ideas se manifiestan en declaraciones como la infame decisión de la Corte Suprema de 1992 en Casey v. Planned Parenthood: “En el corazón de la libertad está el derecho a definir el propio concepto de existencia, de significado, del universo, y del misterio de la vida humana.”
La humildad es una necesidad para el buen uso del intelecto. La razón humana tiene múltiples usos, pero también debe reconocer su dependencia de una verdad que no puede cambiar. San Juan Pablo II declaró, en la apertura de su famosa encíclica Fides et Ratio: “La fe y la razón son como dos alas en las que el espíritu humano se eleva a la contemplación de la verdad; y Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad, en una palabra, de conocerse a sí mismo, para que, conociendo y amando a Dios, los hombres y las mujeres también pueden llegar a la plenitud de la verdad acerca de sí mismos”.
Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de: https://www.