Un Puntofijo contra la pobreza
Hoy lo creemos más necesario que nunca. Un Puntofijo contra la pobreza que signifique un nuevo encuentro societal, como el recordado Pacto que iniciara la democracia, en 1958; un consenso nacional mucho más allá de la política, de los partidos y sus dirigentes, y que entronque cabalmente en el objetivo general de la necesaria reconstrucción nacional en todos los órdenes
Nota editorial de: www.encuentrohumanista.org
La pobreza no es un hecho aislado o aislable. Se hace presente en todos los aspectos existentes en una sociedad: lo económico, lo cultural, lo familiar, lo educativo, lo laboral, lo político. Define, e influye, las visiones particulares que tenemos de la vida, de la convivencia, y del futuro al que podemos aspirar.
Pobreza es por desgracia, para muchos, sinónimo de popular, y entonces de populachero, de chabacano, para serlo luego de miseria, concluyendo en la sospecha de que trae consigo una tendencia a la delincuencia, y consecuentemente al menosprecio de muchos compatriotas bajo la terrible frase de que los pobres “llevan el rancho en la mente”. Condenando a sus víctimas, entonces, a ser beneficiarios de una mera política de mendrugos paternalistas, receptores de sobras de la, a veces abundante, mesa societal. En suma: ligados indisolublemente a una cultura de la dependencia, del clientelismo y de la dádiva. Por ese medio, la vida humana no se mejora, simplemente se degrada más.
Así, el pobre pasa a ser el otro, el diferente, el indolente, el ignorante, el flojo. Un problema con el que los más afortunados convivimos, pero de lejos, manteniendo distancias; allá ellos, que le echen pichón a su vida.
Las luchas contra la dictadura perezjimenista tienen una fecha notable: el 1 de mayo de 1957, Monseñor Rafael Arias Blanco, Arzobispo de Caracas, considerado con justicia un apóstol de los pobres y un gran promotor de la Doctrina Social de la Iglesia, publicó una Carta Pastoral que haría historia: tocaba la cuestión laboral, y la injusta pobreza en un país bajo una dictadura que privilegiaba sus logros materiales, sin duda notorios, con obras de cemento y asfalto que aún son visibles para todos los venezolanos.
La Pastoral es una magnífica muestra de elocuencia, unida a claridad de miras. Pocas veces en nuestra historia se necesitaron tan pocas palabras para describir una clara situación de injusticia. De la necesidad de rescatar los valores en medio de un crudo materialismo. La Pastoral es, asimismo, uno entre muchos ejemplos de la presencia orientadora, de la llamada de alerta, de la Iglesia católica venezolana ante esta situación inaceptable, a lo cual ha unido la creación de un amplio entramado de instituciones siempre en una primera línea en las luchas contra la pobreza. En Encuentro Humanista queremos dejar constancia de su contribución, siempre constante, siempre infatigable.
Por desgracia, muchas de esas denuncias de entonces siguen vigentes hoy, en Venezuela y en los países latinoamericanos, cuando luego de décadas al abrigo de mensajes demagógicos y políticas públicas que carecen muchas veces de efectividad entre otras razones por falta de continuidad, visión y previsión, a la pobreza no se le combate, sino que se le echa dinero.
Un dinero que más que buscar solucionar problemas, solo desea limpiar conciencias.
Venezuela, un país de maravillosas convivencias, de generosidad a veces sin límites, y que ha tenido élites públicas y privadas que en ocasiones han hecho acciones sociales que pueden considerarse ejemplares, debe aceptar que las mismas, en la etapa democrática, no fueron suficientes. Porque el contrato social petrolero, rentista, sometido a los quebrantos y vaivenes de unos precios erráticos y variables, no logró sus objetivos -por sí solo no podía hacerlo-, como si estuviésemos condenados como sociedad a acciones puntuales y a una falta de constancia y de acuerdo acerca de lo estratégicamente necesario, y sobre cómo vencer las dificultades, con el fin de olvidar para siempre las políticas de “paños calientes”.
En la etapa democrática hubo, sin duda, un sentido social. Hubo logros. Imperfectos, insuficientes, pero los hubo.
Pasaron años, incluso décadas. La historia del declive de la democracia va unida a la historia de la incapacidad de nuestra sociedad de insuflar dignidad en muchas vidas que veían asombradas rasgos de opulencia visibles de muchas maneras, con una historia socio-económica que a medida que pasaban los años -en especial los del “socialismo del siglo XXI”- solo mostraba la decadencia de las instituciones de apoyo educativo, sanitario y cultural, junto a un creciente temor ante un futuro difícil de prever ante las angustias de un presente lleno de urgencias imposibles de evitar.
En estas tierras venezolanas -pero asimismo en buena parte de la América hispana- pobreza ha implicado que los privilegiados pueden elegir; los pobres no. Su vida es un camino estrecho y empinado de sucesivas opciones fallidas, inconclusas, frustrantes. Viven su propio mito de Sísifo, condenados a subir la pesada roca en que se ha convertido su vida para ver siempre cómo al final se desliza, y tienen que volver a empezar.
Recetas, fórmulas, prescripciones, no faltaron en la lucha contra la pobreza durante los cuarenta años de república civil. Hizo falta, sin duda, una verdadera unidad nacional, bajo una estrategia común, de todas las instituciones, de todos los actores, de todas las agencias públicas y privadas, poco atentos a veces a la necesaria clarificación de qué era lo urgente, lo importante y, sobre todo, lo que no podía esperar más. Hizo falta un Puntofijo contra la pobreza. Hoy lo creemos más necesario que nunca. Un Puntofijo contra la pobreza que signifique un nuevo encuentro societal, como el recordado Pacto que iniciara la democracia, en 1958; un consenso nacional mucho más allá de la política, de los partidos y sus dirigentes, y que entronque cabalmente en el objetivo general de la necesaria reconstrucción nacional en todos los órdenes.
Ello no será posible bajo las cadenas del actual régimen (pleno de arbitrariedad, cinismo, e inhumanidad), que no solo no ha tomado acciones para enfrentar la pobreza, sino que incluso la ha alentado. Y ello no admite ni justificaciones, ni pretextos, de parte de quienes han degradado la vida humana en Venezuela como nunca antes en la historia, que han causado un incalculable daño antropológico a los venezolanos.
El horroroso recrudecimiento de la pobreza -más del 90% de los venezolanos son hoy sus víctimas- ha llevado al actual régimen inhumano -en clara imitación del castrismo- a afirmar que las razones son externas, por ejemplo, las sanciones. Buscan excusas donde no las hay, y tienen como meta confundir causas con consecuencias. Tan solo dos ejemplos: la destrucción del aparato industrial, de miles de empresas, e inevitablemente del empleo y del salario, comenzó con Hugo Chávez Frías. La destrucción de Petróleos de Venezuela (PDVSA) también.
Hay que tomar conciencia clara y urgente de las degradaciones de todo tipo al que el régimen ha sometido y somete al pueblo venezolano, incluyendo a sus seguidores, cada vez más escasos.
La lucha por la dignidad humana no admite más esperas. Porque combatir la pobreza no es solo un hecho económico, sino además cultural y espiritual. Repitamos: bajo el actual régimen solo se puede obtener la profundización del daño antropológico.
Ya es hora de que todos, a una, digamos: la pobreza en nuestra sociedad es inaceptable. Luchar contra ella, y contra sus causas, debe definirnos como seres humanos, como ciudadanos, como venezolanos.-