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La naturaleza de nuestros ángeles

La línea sobre los “mejores ángeles de nuestra naturaleza” sigue siendo un estándar en el  repertorio de los redactores de discursos y periodistas políticos de hoy

Stephen P. White, director ejecutivo de The Catholic Project en la Universidad Católica de América:

Abraham Lincoln pronunció su primer discurso inaugural en un momento de división y conflicto sin precedentes en nuestra nación. Hostilidades abiertas aún no habían estallado entre los estados; pero el 4 de marzo de 1861, día de la Inauguración, siete estados ya habían votado para separarse de la Unión. Pasarían menos de seis semanas antes de que las armas confederadas abrieran fuego contra la guarnición federal en Fort Sumter en el puerto de Charleston. Se acercaba la guerra.

El presidente Lincoln se dirigió a la nación bajo el espectro inminente de la guerra. Concluyó su discurso con lo que se convertiría en sus líneas más famosas y duraderas:

No somos enemigos, sino amigos. No debemos ser enemigos. Aunque la pasión pueda haberlos tensado, no debe romper nuestros lazos de afecto. Las cuerdas místicas  de la memoria, que se extienden desde cada campo de batalla y tumba patriota hasta cada corazón viviente y hogar en toda esta amplia tierra, seguirán inflamando el coro de la Unión, cuando sean tocadas de nuevo, como seguramente lo serán, por los mejores ángeles de nuestro naturaleza.

La línea sobre los “mejores ángeles de nuestra naturaleza” sigue siendo un estándar en el  repertorio de los redactores de discursos y periodistas políticos de hoy. El consejo editorial del Wall Street Journal empleó la frase esta semana en un editorial sobre la masacre en Buffalo.

Y es una frase que ha rondado por mi mente últimamente. Supongo que esto se debe a que nuestra nación está profundamente dividida. Que nuestras divisiones incluyan, de manera particular, la cuestión de si ciertos miembros de la familia humana pueden o no ser justamente excluidos de la protección básica bajo la ley, solo atrae la mente más fácilmente hacia Lincoln.

La frase de Lincoln contiene una nota de optimismo, o al menos de esperanza. Y esa nota de esperanza suena cierta, aunque sabemos que su declaración fue seguida casi inmediatamente por cuatro años de Guerra Civil, la carnicería más horrible que esta nación haya visto jamás. Es una esperanza construida sobre la creencia de que si nos dejamos llevar por lo que es bueno en nuestra naturaleza, si nos dejamos llevar por un deseo de amistad en lugar de enemistad, la causa de la justicia triunfará incluso en los días más oscuros.

Quizás una de las razones por las que las palabras de Lincoln han estado en mi mente es que, aunque detesto admitirlo, encuentro que esa nota esperanzadora suena menos cierta hoy que antes. Tal vez me he vuelto cínico. Tal vez la he escuchado con demasiada frecuencia. La verdadera esperanza viene a través de la gracia, por supuesto, pero la gracia construye sobre la naturaleza.

Y si Abraham Lincoln pudo apelar a nuestra naturaleza como un camino plausible, aunque imperfecto, hacia la justicia; no estoy seguro de que podamos hacer lo mismo hoy. Para no exagerar, es difícil para un pueblo responder a los mejores ángeles de nuestra naturaleza, cuando rechazamos, en la práctica y en principio, la existencia misma de nuestra naturaleza humana compartida.

Y lo estamos haciendo. Vemos esto, por supuesto, en la negativa generalizada a reconocer la humanidad de los no nacidos. Lo vemos, de manera pronunciada, en los espasmos de violencia por motivos raciales; como en Buffalo, que sacuden a nuestra nación con una frecuencia inquietante. Lo vemos en el movimiento transgénero, cada vez más agresivo y extraño, que comienza con la dificultad real de la disforia de género y procede a insistir en que los hombres pueden menstruar, quedar embarazados y amamantar.

Un grupo activista tuiteó recientemente: “Veo demasiados tuits y titulares que ignoran a las personas trans. LOS HOMBRES TIENEN ABORTOS. PUNTO FINAL.” Esto es una locura —a menos, por supuesto, que uno rechace la naturaleza humana. En cuyo caso, somos simplemente lo que queremos ser.

Perder el sentido de nuestra naturaleza humana compartida hace que sea muy difícil creer, de manera significativa, en un bien común en torno al cual y hacia el cual se dirige nuestra vida política. Perder el sentido de nuestra naturaleza humana compartida significa quedarse con «tu verdad» y «mi verdad», pero sin una Verdad compartida sobre la cual podamos encontrar un terreno común o una reconciliación.

Perder el control sobre nuestra naturaleza humana compartida nos deja expuestos y solos en un mundo de voluntades e intereses en competencia; donde lo más que cualquiera puede esperar es una especie de tregua incómoda mantenida a través de la coerción. Parece que nos dirigimos rápidamente hacia una sociedad en la que cada individuo tiene su propia naturaleza: cada uno de nosotros es el miembro solitario de una especie de uno.

Y eso nos lleva, de nuestra naturaleza, a los ángeles y a Santo Tomás de Aquino; quien argüía que los ángeles individuales difieren en especie. Para la mayoría de las criaturas con las que usted y yo estamos familiarizados, cada miembro individual de una especie se diferencia y distingue por su cuerpo material. Usted y yo compartimos una naturaleza humana, somos miembros de la misma especie, pero lo que nos distingue a usted y a mí son nuestros cuerpos materiales.

Somos una especie, distinguidos materialmente. Los ángeles, por supuesto, no tienen cuerpos. Lo que significa que no hay cuerpos materiales para distinguir a los miembros individuales de la especie. Por lo tanto, cada especie de ángel comprende un solo individuo. Cada ángel es su propia especie.

Siempre he encontrado esto fascinante. La pregunta, de si los ángeles individuales difieren en su especie, puede parecer tan relevante como la pregunta acerca de cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler. ¿Qué tiene esto que ver con nada?

Nuestro país, nuestra cultura y cada vez más miembros de nuestra propia Iglesia están profundamente confundidos acerca de lo que significa ser humano. Hemos olvidado el significado de nuestros cuerpos. Vivimos como si nuestras mentes tuvieran significado, pero nuestros cuerpos no, excepto, quizás, en la medida en que les damos significado. Y en toda esta confusión gnóstica, no estamos simplemente a la deriva, sino que estamos cada vez más separados de nuestra verdadera naturaleza y propósito, y de los demás.

Y eso conduce a un pensamiento doloroso, aunque aleccionador, sobre nuestra gnóstica era. En lugar de los «mejores ángeles de nuestra naturaleza», parece que estamos imitando a un tipo de criatura muy diferente: cada individuo es el miembro solitario de su propia especie. Caída. Para siempre.

Stephen P. White

JUEVES 19 DE MAYO DE 2022

Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de: https://www.thecatholicthing.org/2022/05/19/la-naturaleza-de-nuestros-angeles/

Sobre el Autor

Stephen P. White es director ejecutivo de The Catholic Project en la Universidad Católica de América y miembro de Estudios Católicos en el Centro de Ética y Políticas Públicas.

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