El Espíritu Santo y Nosotros
Nuestra cultura está sufriendo una extraordinaria crisis de autoridad
P. Paul Scalia, sacerdote de la Diócesis de Arlington, VA:
La primera lectura de hoy incluye una línea bastante curiosa. Los Apóstoles escriben a los cristianos de Antioquía: “Es decisión del Espíritu Santo y nuestra”. (Hechos 15:28) Suena como si se estuvieran poniendo al mismo nivel que el Espíritu Santo, como si la aprobación de ellos fuera necesaria para la decisión de Él. Es como el sacerdote que comenzó su sermón: “Nuestro Señor dijo una vez, y creo que tiene razón. . .”
Es la decisión del Espíritu Santo y de nosotros. Aunque es una línea curiosa, es extraordinariamente importante como declaración sobre la autoridad de la Iglesia para enseñar y, de hecho, sobre la autoridad de todos los cristianos. No significa que el Espíritu Santo necesitaba la aprobación de los Apóstoles, sino que Él mismo estaba hablando a través de los Apóstoles. En Antioquía había surgido un desacuerdo sobre el Evangelio. Dios no dejó a su pueblo en duda, sino que guió a la Iglesia por el Espíritu y los Apóstoles, Su autoridad para la enseñanza.
Nuestra cultura está sufriendo una extraordinaria crisis de autoridad. No hay institución que no haya perdido parte o toda su credibilidad debido al abuso de autoridad por parte de un líder o líderes. Tales líderes han usado su autoridad para aquello que no se debe hacer y no la usaron para lo que se debe hacer. Peor aún, los casos particulares de este abuso han llevado a algunos a rechazar el principio mismo de la autoridad.
Y resulta que la autoridad es algo bastante importante para nosotros, seres contingentes. No somos tan autónomos como nos gustaría pensar. Siempre estaremos sujetos a algún tipo de autoridad. El hecho de que rechacemos una autoridad no significa que no reconoceremos a otra. Cuando le cerramos la puerta a una autoridad legítima — pero utilizada abusivamente— alguna otra autoridad se colará por la ventana.
Por lo tanto, el peligro no es que la gente vaya a la deriva, sin ningún tipo de orientación. El peligro es que la gente se flagele, obedeciendo autoridades caprichosas y dañinas. En busca de estabilidad y orientación, obedecerán a un gobierno absolutista, o a los «expertos», o a los medios de comunicación, o a la «ciencia», o a la economía, o a la pandilla. Y así, sucesivamente. Cada “librepensador” que ahora escribe o habla en contra de “el hombre” alguna vez se sometió a la autoridad de su maestro para aprender su abecedario.
La escena de los Hechos de los Apóstoles es el ejemplo más temprano de magisterio o autoridad para enseñar de la Iglesia. Proviene de lo que comúnmente se conoce como el Concilio de Jerusalén, que se convocó para abordar la cuestión de si la Ley Mosaica (y la circuncisión en particular) todavía obligaba a los cristianos. Este fue un punto de inflexión para la Iglesia. O tenían que guardar toda la Ley Mosaica, o no tenían que hacerlo.
El ejercicio de la autoridad de los Apóstoles fue recibido con entusiasmo por los cristianos de Antioquía (quizás por los hombres en particular): “se regocijaron con la exhortación”. (Hechos 15:29.) No hace falta decir que no es así como los modernos saludamos las enseñanzas autorizadas. No; las vemos como una imposición, una restricción a nuestro pensamiento.
De hecho, el magisterio de la Iglesia está al servicio del pensamiento. La Iglesia enseña, con autoridad; no para esclavizar a los cristianos, sino para librarlos del error y la división. Al enseñar con autoridad sobre la Ley Mosaica, el Concilio de Jerusalén libró a los primeros cristianos de la esclavitud de los judaizantes y protegió a la Iglesia naciente contra la división.
Es la decisión del Espíritu Santo y de nosotros. Esta línea revela el cumplimiento de lo que nuestro Señor promete en el Evangelio de hoy: “El Abogado, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que les he dicho”. (Juan 26)
Es el Espíritu mismo quien enseña a los Apóstoles en Jerusalén y quien enseña a los demás a través de ellos. El Espíritu les hace recordar todo lo que el Señor les ha dicho y así hace, de la Iglesia, una institución que recuerda; el cuerpo que lo hace presente a Él y a sus enseñanzas.
Es la decisión del Espíritu Santo y de nosotros. Estas palabras corresponden, de una manera única, a los Apóstoles y a sus sucesores, los obispos. En otra forma, también corresponden a todos los cristianos.
En primer lugar, nos impulsan a preguntarnos qué autoridad seguimos. ¿Qué da forma a nuestras vidas? ¿Es el Evangelio de Cristo, como lo conocemos a través de la Iglesia, o a través de alguna ideología mundana? Siempre habrá alguna autoridad en nuestras vidas. Será, ya sea el Espíritu, hablando a través de la Iglesia, o alguna fuerza en el mundo. O recibimos con deleite las enseñanzas autorizadas de la Iglesia, o las rechazamos y nos convertimos en esclavos de otro poder.
En segundo lugar, nuestros propios pensamientos, palabras y acciones deben ser la decisión del Espíritu Santo y de nosotros. Esto requiere que seamos receptivos y respondamos a los susurros del Espíritu. El Espíritu Santo nos es dado; no, para que podamos vivir nuestra propia vida con su ayuda, sino para que podamos pensar, hablar y actuar como Cristo. O, más bien, para que podamos decir, con san Pablo: “Ya no soy yo quien vive; sino Cristo quien vive en mí”. (Gálatas 2:2) El Espíritu es dado para que sea nuestro abogado y guía. Debe encontrar en nosotros una respuesta generosa y obediente a sus impulsos.
Esta unidad de la Iglesia con el Espíritu hace, de sus miembros, testigos autorizados de Cristo. Conforme lo vemos en los santos, la docilidad a los impulsos del Espíritu -la capacidad de decir, es decisión del Espíritu Santo y de nosotros– da a un simple hombre o mujer la autoridad moral que ningún cargo mundano puede conferir.
DOMINGO 22 DE MAYO DE 2022
Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:
https://www.thecatholicthing.
Sobre el Autor
El P. Paul Scalia es sacerdote de la Diócesis de Arlington, VA, donde se desempeña como Vicario Episcopal para el Clero y Pastor de Saint James en Falls Church. Es el autor de That Nothing May Be Lost: Reflections on Catholic Doctrine and Devotion [Que nada pueda perderse: Reflexiones sobre la doctrina y la devoción católicas] y editor de Sermons in Times of Crisis: Twelve Homilies to Stir Your Soul [Sermones en tiempos de crisis: Doce homilías para sacudir su alma].