Alberto Muller: Entre el mito, el rito y el grito
Me avisa Felipe Lázaro que el próximo sábado 28 de mayo, a las once de la mañana y en la Feria del Libro de Madrid, el escritor Alberto Muller presentará sus libros ¿Por qué Fidel abandonó al Che? y ¡Pobre Cuba!. Dos libros que, estoy convencido, deberían estar en el librero hogareño de todos los cubanos.
El primero porque es un libro que demuestra, más allá de cualquier duda razonable, que Ernesto Che Guevara sí fue dejado a su suerte en el altiplano de Bolivia; además de explicar, con una lógica impecable, las razones de ese abandono. El segundo, porque es un testimonio de primera mano sobre la lucha del Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE) contra el régimen de la familia Castro. También creo que ambos libros deberían ser traducidos al inglés y puestos a disposición de esos jóvenes estadounidenses que hoy se dedican a venerar al Che Guevara y a Fidel Castro sin saber una jota de sus vidas y destinos.
Una buena parte de la grandeza de libros como estos descansa en la capacidad que tengan para generar preguntas, conversaciones y, ¿por qué no?, polémicas. Por suerte o desgracia, los dos libros de Muller dejan muy poco espacio a la polémica. En el caso de ¿Por qué Fidel abandonó al Che? la razón es —como ya dije antes— que responde a la pregunta de su título sin dejar fisura alguna; en ¡Pobre Cuba!, porque las memorias son un género tan personal que retarlas no tiene sentido.
Es por eso que, cuando decidí entrevistar a Alberto Muller sobre ¿Por qué Fidel abandonó al Che?, indagué sobre otros aspectos de la figura de Ernesto Guevara de la Serna y, sobre todo, en cómo es vista por personas que, como Alberto y yo, pertenecemos a generaciones diferentes y tenemos experiencias muy distintas sobre la vida en el infierno castrista.
Durante treinta y dos años de mi vida estuve bajo la influencia de la propaganda castrista y eso, a pesar de mis esfuerzos en el sentido contrario, me hizo llegar al exilio con algunos mitos profundamente arraigados. Uno de esos mitos fue el del carácter revanchista, vengativo e irracional de un exilio cubano-americano que el castrismo siempre ha insistido en identificar como mafia. Con el tiempo, por suerte, tuve el honor de empezar a conocer a muchos de esos exiliados y pude descubrir, con asombro, que ninguno —y digo absolutamente ninguno— guarda revanchismo alguno o deseos de venganza contra esos contrarios que ganaron las batallas políticas y militares para terminar siendo derrotados por la historia.
Uno de esos exiliados que más me ha impresionado es, precisamente, Alberto Muller. Estamos hablando, quiero aclarar, de personas que sufrieron muchos años de presidio, que en algunos casos fueron fusilados con balas de salva, que perdieron a amigos y a seres queridos en manos del castrismo y que, a pesar de todo eso, hoy muestran una mesura, un respeto y una dignidad al hablar de sus verdugos que, más que echar por tierra esa idea de mafia siciliana y vengativa, la destruye para poner en alto el más puro significado de la palabra humanidad. Es el reconocimiento a esa humanidad el hilo conductor de esta entrevista.
Alberto, durante mis años en Cuba conocí a muchos hombres y mujeres que trataron personalmente a Ernesto Guevara de la Serna y todas me transmitieron, de una forma u otra, la idea de la enorme distancia que existía entre ese representante del ritual revolucionario —llamado comandante Ernesto Guevara— y ese ícono —llamado Che—, que intentaba presentarse como el producto cimero de esa mitología revolucionaria. Ante esas experiencias personales, la primera pregunta que quiero hacerte es: ¿Conociste personalmente al Che?
No, no lo conocí; pero sí demoré años investigando su vida a través de sus biógrafos y comentaristas.
¿Crees que si lo hubieras conocido en persona eso habría podido cambiar el respeto con el que lo tratas en tu libro?
Yo intento, en mi vida, tratar con respeto a todo el mundo, incluyendo a mis adversarios más acérrimos. Hasta el asesino más repulsivo tiene una dignidad por ser persona humana que debemos respetar, aunque te enfrasques con ellos en una confrontación para derrotarlos, que fue mi trayectoria personal y narro en mi libro de memorias ¡Pobre Cuba!, que acabo de presentar en Miami y que llevaré a la Feria del Libro de Madrid conjuntamente con ¿Por qué Fidel abandonó al Che?
La palabra “revolución” y la identificación de ciertos individuos como “revolucionarios” parecen patentes de corso creadas para justificar atrocidades que son esencialmente injustificables, pero aceptadas, o al menos “entendidas”, bajo el manto de esa idea de revolución. Quizás sea por eso que los gritos de las víctimas de los revolucionarios siempre nos llegan, a menos que seamos familia o amigos cercanos suyas, apagados por los ecos de la liturgia y la mitología revolucionaria. Por eso te pregunto, ¿conociste de cerca a alguien fusilado por el Che?
Sí, a varios.
¿Crees que haber sido cercano a alguien fusilado por el Che cambia el respeto con el que lo tratas en tu libro?
Insistes en mi respeto hacia el Che y me parece una buena pregunta. Ese es el estilo que aprendí de mis padres. Mira, para evaluar a cualquier ser humano es importante conocer las distintas facetas de su vida. El Che tiene tres facetas que deben tenerse en cuenta. Su asma, que es como una dolencia que nació con él y que tuvo que cargar con ella toda su vida. El Che romántico en motocicleta por América Latina cuidando enfermos y escribiendo poesías. Y el Che que después conoce a Fidel Castro.
El primero es un Che siempre buscando la periferia para que el aire fresco alivie su dolencia. El segundo es un Che humano y romántico. Y el tercero es el Che que quiere imitar al asesino y psicópata Fidel Castro. Son realmente tres Che. Y los tres terminan abandonados por Fidel y su régimen.
Te hago estas preguntas porque ya hoy está más que comprobado que Stalin asesinó a muchísimos más seres humanos que Hitler; y que el propio Che Guevara ejecutó a muchísimas más personas que —digamos—, el senador Joseph McCarthy. A pesar de eso, las figuras de Stalin y el Che son miradas hoy, hasta por sus enemigos, de una forma más benévola que la que muchos usan para mirar a Hitler o a McCarthy. ¿Cuál es tu opinión al respecto y cómo crees que eso afecta, o no, los análisis sobre la figura de Che Guevara?
Depende del analista. Yo pienso que Stalin es el gran artífice de la violencia y el crimen en el siglo XX, con Hitler obviamente siguiéndole los pasos. Compiten los dos por un siglo XX marcado por la violencia.
Tú eres un hombre profundamente católico y la Iglesia también descansa sobre los pilares del rito, del mito y, hace ya mucho tiempo —durante la Inquisición—, del grito. ¿Crees que tu profunda fe católica y la tendencia de esa fe a pensar en términos de vidas ejemplares y santidades te haya predispuesto a no ver al Che Guevara como ese monstruo sociópata que, por ejemplo, veo yo?
Yo creo que la psicopatía asesina del Che y de Fidel Castro la vemos los dos por igual. La diferencia es que el cristianismo te enseña a perdonar.
Al final, la historia terminó dándoles la razón a quienes, como tú, se enfrentaron a esa atrocidad llamada Revolución. Al final, ante la historia, el Che Guevara es un derrotado. ¿Está permeado tu libro por ese arquetipo del vencedor magnánimo ante los restos del enemigo vencido?
No lo creo, el objetivo principal de mi libro es demostrar el abandono de Fidel Castro al Che Guevara y eso está logrado plenamente, al menos desde mi punto de vista.
Carlos Marx celebró efusivamente la anexión de los territorios mexicanos a los Estados Unidos de Norteamérica; y así lo hizo porque, para él, el camino hacia el socialismo y el comunismo implicaba el paso previo de las sociedades agrarias y semifeudales, como la mexicana, hacia el nivel de desarrollo de las sociedades industriales, como la estadounidense. A pesar de eso, que es marxismo en su estado más puro y claro, muchos supuestos marxistas latinoamericanos siempre han enarbolado la bandera del odio y la lucha contra los Estados Unidos. ¿Piensas que una buena parte de la derrota del Che Guevara pueda haberse debido a su deseo de ir, con su odio irracional a los Estados Unidos, en contra de uno de los postulados esenciales de la ideología marxista?
Primero, no creo que el Che sea un marxista puro. Odiaba a la Unión Soviética y amaba a Trotski y a Mao. Por ahí empieza su confusión ideológica, donde, al mezclarse con su voluntarismo, se agigantan los elementos para su derrota final. Claro, tanto Fidel Castro como su gran aliada, la Unión Soviética, querían e hicieron lo posible para eliminarlo. Y lo lograron.
En América Latina hasta la derecha, por ser eminentemente agraria, semifeudal, católica y pro hispánica, odia a los Estados Unidos de una forma tan visceral como la izquierda. ¿Crees que esa pueda ser una de las razones del triunfo de la mal llamada Revolución cubana y de la persistencia del mito guevarista hoy?
No lo veo así. A Fidel Castro lo catapulta la Guerra Fría, la ayuda de la URSS y la torpeza política de los Estados Unidos. Fidel Castro es el gran traidor de la Revolución cubana. Todos los compromisos que firmó lo obligaban al camino democrático; sin embargo, su amor por el poder lo llevó por el mismo camino de Stalin. Y ese es el resultado en una época de muchas rebeldías juveniles en el mundo que son las que impulsan la figura del Che, al morir en la misma época.
Dices en el libro que Che Guevara sufrió “la traición de Mario Monje y el Partido Comunista boliviano a su proyecto guerrillero en las montañas de Bolivia”. Hoy se sabe que Monje se entrevistó con el Che, ya estando allí, y le propuso ayudarlo siempre y cuando el proyecto guerrillero quedara bajo la dirección política y militar del Partido Comunista boliviano. La negativa de Guevara y el hecho —que tú bien mencionas en el libro— de que había ido a hacer una revolución agraria a un país en el que el campesinado ya era propietario de las tierras obligan a preguntar: ¿Se trata realmente de una traición o de la resistencia a una injerencia extranjera?
Monje, con la URSS —que en esa época rechazaba la violencia guerrillera— y el apoyo de Fidel Castro son parte de un plan macabro para liquidar al Che en Bolivia. Inclusive hay una conversación de Fidel Castro, dos o tres años antes del descalabro del Che en Bolivia, en la que ambos se lamentan de que en Bolivia no existían condiciones para la guerrilla. No se le unió al Che un solo campesino y eso lo dice él en su diario. El escoger Bolivia es uno de los eslabones principales del abandono.
Desde el título, ¿Por qué Fidel abandonó al Che?, el libro está cargado de una visión castro-céntrica de la llamada Revolución cubana. Ya hoy se sabe, sin embargo, que la mayor parte —por no decir todos— de los desacuerdos y desencuentros de Guevara fue con los soviéticos a nivel internacional y, dentro de Cuba, con los viejos comunistas cubanos. Asimismo, que la Inteligencia castrista estuvo controlada, desde 1959, por esos mismos viejos comunistas a los que Guevara se dedicó a buscarles las cosquillas. Igualmente, ya hoy está comprobado que la bronca final que marcó su salida de Cuba después del discurso de Argel fue con el comunista y pro soviético Raúl Castro. Tomando todo eso en consideración, ¿utilizas la figura de Fidel Castro por una razón de facilidad narrativa o porque realmente crees que fue él quien tomó la decisión de deshacerse del Che?
Fidel Castro se deshizo y asesinó a tantos cercanos revolucionarios que discreparon de su camino estalinista con la URSS, que no es nada difícil involucrarlo en la eliminación del Che.
En el libro hablas de la visita de Mikoyán a Cuba después de haber narrado la nacionalización de las empresas estadounidenses por el castrismo y eso deja al lector con la impresión de una determinada relación causa-efecto que no fue realmente así. Lo cierto, cronológicamente, es que la visita de Mikoyán fue anterior a las nacionalizaciones. ¿Consideras que fueron los Estados Unidos los que empujaron al castrismo hacia la URSS o crees que ese acercamiento a los soviéticos ya estaba codificado de antemano en el genoma del castrismo?
No, eso de la relación causa-efecto no lo digo ni lo creo. Narro las nacionalizaciones para que sea más fácil leer el marco histórico de la época. Lo que sí quedó claro para los organizadores de la Protesta del Parque Central contra Mikoyán el 5 de febrero de 1960 (yo era uno de ellos) es la incongruencia inentendible de que el primer invitado de peso internacional a Cuba después del triunfo de la Revolución haya sido un estalinista como él, que fue quien ordenó en 1956 el envío de los tanques soviéticos para aplastar con sangre el levantamiento libertario de los estudiantes y militares en Budapest.
Leo en el libro, con alegría, que hablas de la “derrota de los focos revolucionarios anticastristas en las montañas del Escambray…”. Digo con alegría porque creo que poco a poco le vamos arrancando al mito castrista ese ritual de palabras usadas para nombrar como “bandidos”, por ejemplo, a personas que no hicieron otra cosa que luchar contra la tiranía castrista de la misma forma en que ellos lucharon contra la tiranía de Fulgencio Batista. ¿Es esa frase obra del azar o del deseo consciente de arrancarle al castrismo las palabras de su mitología?
Esa es la verdad histórica. Fidel Castro, al final de todo este recuento histórico que hacemos muchos, quedará como lo que es: un traidor a la Revolución cubana de Frank País, de José Antonio Echeverría y de los mártires de Humboldt 7.
En estos días, también acabo de terminar de leer tus memorias, tituladas ¡Pobre Cuba!. Me parece un texto muy importante para entender ese período de la historia de nuestro país. Es un libro que leí con una mezcla de horror y admiración; de desasosiego por tantos sufrimientos padecidos por una generación de jóvenes que no hizo más que luchar por sus ideales como otros, incluidos sus represores, lo habían hecho antes. Pero también lo leí con la esperanza de ver que de nuestro país salieron personas que fueron capaces de resistir una adversidad no ya de un día, ni de cinco, ni de diez, sino de decenas de años. No te pregunto si volverías a hacerlo porque sé que la respuesta sería positiva; pero sí me atrevo a preguntarte: ¿hay cosas que habrías hecho de una forma diferente de haber tenido la experiencia que tienes hoy? Si las hay, ¿cuáles serían?
Obviamente, cuando ya conoces los errores cometidos, no los repites, pero el objetivo no varía. El mayor error nuestro fue confiar 100% en una nación amiga. En esta caso hablo de los Estados Unidos. Y nosotros en el DRE lo teníamos algo claro, pero carecíamos de fuerza política para lograrlo. Debimos, incluyendo a los que dirigieron la operación de la heroica brigada 2506, exigir el control y las armas para la operación desde el principio. Y no lo hicimos, dejando en manos de un indeciso presidente la suerte del desenlace final.
Si hubiesemos tenido las armas, no tengo dudas que nuestros pilotos hubiesen destruido los aviones del castrismo, hubiesen tomado Casilda para que se estableciera el gobierno provisional democrático del Consejo Revolucionario cubano y en la Sierra Maestra el DRE hubiese tenido una fuerza de 1 500 guerrilleros armados para tomar Santiago de Cuba. Entonces la derrota del castrismo hubiera sido inevitable.
Uno de los mitos más arraigados sobre la derrota militar de los revolucionarios anticastristas es el del escaso apoyo popular que recibieron. Esa idea, la del castrismo como un movimiento de pueblo (grass root movement) y la de la oposición anticastrista como un movimiento de élite, queda destruida en tu libro cuando narras el enorme apoyo popular que el Directorio recibió a todo lo largo y ancho de Cuba, y a todos los niveles sociales del país. Un apoyo que contrasta, como bien sabes, con el que no recibió Che Guevara en Bolivia. ¿Cuáles crees tú que fueron las causas o razones de ese enorme apoyo popular de los cubanos a los revolucionarios anticastristas?
Eso de que no teníamos apoyo popular no es cierto. Claro, la historia la escriben los vencedores y nosotros fuimos derrotados. El rumbo comunista de la revolución de 1959, o la traición de Fidel Castro al pensamiento democrático de esa revolución, no tenía apoyo popular. Por eso ocultaron minuciosamente sus compromisos con los soviéticos.
No hablas en ¡Pobre Cuba! de penetraciones de la Seguridad del Estado castrista dentro del Directorio, ni de delaciones por parte de los miembros de esa organización. Hasta donde sé, el Directorio fue una de las organizaciones más impenetrables por el aparato represivo de los comunistas cubanos. ¿No hablas de eso porque no hubo penetraciones o porque prefieres dejar ese tema aparte? Si no hubo penetraciones, ¿como crees que las evitaron?
En la primera fase de la confrontación, hasta el alzamiento de la Sierra Maestra, la penetración de la Seguridad del Estado fue casi nula.
¿Fuiste miembro, o no, del presidio político plantado? Cualquiera que sea la respuesta, ¿por qué tomaste esa decisión?
No me gusta decirlo, pero fui uno de los presos más maltratados y torturados del régimen carcelario, como tantos; algunos lamentablemente asesinados. Muchas veces pensé que no saldría con vida del Plan de Trabajo Forzado o Esclavo en la prisión de Isla de Pinos. Me siento muy honrado de haber sido parte del presidio plantado. Pero lo peor de todo y lo más cruel fue el maltrato al presidio de mujeres. Ese es el crimen más horrendo del régimen castrista, su maltrato atroz contra la mujer cubana.
En el libro de memorias cuento la etapa de la negociación con el general Enio Leyva, que conocíamos por su anticomunismo desde su exilio en México contra la dictadura de Batista, pero al final no logramos lo que nos propusimos, que fue la liberación de todo el presidio político. Todo fue un error de percepción.
Ahora mismo, al momento de terminar esta entrevista, entro en Google, escribo la frase textual “Che Guevara” y descubro que el buscador me da 21 900 000 resultados. “Fidel Castro” me da 19 800 000 resultados; pero “Camila Cabello” y “Ana de Armas” arrojan 59 200 000 y 33 600 000, respectivamente. De más está decir que estoy hablando de números dados por una plataforma que es famosa por sus algoritmos diseñados para favorecer las ideas socialistas. A pesar de eso, esas dos muchachas, que nunca han dado ni darán razones para escribir un libro como ¡Pobre Cuba!, ya opacan hoy a esos dos asesinos. Reconozco que esa puede ser una tendencia transitoria, pero que igual me lleva a hacerte estas dos preguntas: ¿cómo imaginas, de aquí a cincuenta o cien años, las figuras de Che Guevara y Fidel Castro?; ¿crees que se diluirán en la larga lista de tiranos latinoamericanos o que, de alguna forma, resaltarán como dos figuras que fueron capaces de construirse buenos altares sobre huesos ajenos?
No tengo dudas que cuando toda la historia real flote, quedarán como lo que son Fidel y el Che: dos psicópatas asesinos…
Una última cosa: ¿me puedes decir y responder una pregunta que el periodista Alberto Muller le habría hecho al escritor Alberto Muller sobre ¡Pobre Cuba!?
—¿Por qué todavía luces como un hombre feliz y lleno de vida?
—Porque tengo fe en Dios y en la virgencita de la Caridad.-
mayo 20, 2022