¿Qué enseña la Iglesia sobre la difamación?
La Iglesia católica defiende las enseñanzas de Jesucristo cuando se trata de difamación, buscando resaltar la dignidad de cada persona humana.
El Catecismo de la Iglesia Católica clasifica la difamación en el octavo mandamiento.
Los discípulos de Cristo se han “revestido del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4, 24).
“Desechando la mentira” (Ef 4, 25), deben “rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias” (1 P 2, 1).
Falso testimonio y perjurio. Una afirmación contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente.
Ante un tribunal viene a ser un falso testimonio (cf Pr 19, 9). Cuando es pronunciada bajo juramento se trata de perjurio.
Estas maneras de obrar contribuyen a condenar a un inocente, a disculpar a un culpable o a aumentar la sanción en que ha incurrido el acusado (cf Pr 18, 5); comprometen gravemente el ejercicio de la justicia y la equidad de la sentencia pronunciada por los jueces.
Catecismo 2475-2476
Respetar la reputación
Este mandamiento de Dios abarca una amplia variedad de ofensas contra la persona humana. Busca que siempre se respete su reputación.
El respeto de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de causarles un daño injusto (cf CIC can. 220). Se hace culpable:
— de juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo;
— de maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran (cf Si 21, 28);
— de calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos.
Siempre mejor en privado
Al mismo tiempo, como señala el Catecismo, puede haber una “razón objetivamente válida” para revelar públicamente las faltas de una persona.
Esto no es fácil de descifrar y, en la mayoría de los casos, no debemos señalar las fallas de otra persona públicamente.
Incluso el mismo Jesús nos pidió que resolviéramos la disputa en privado, antes de ir a los tribunales.
«Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad».
Sin embargo, incluso en este caso, Jesús sugiere que “vayamos a la Iglesia” en busca de ayuda para resolver un problema, en lugar de tratar de resolver el problema públicamente.
La difamación es un pecado grave, que va en contra de los mandamientos de Dios, pero la mejor manera de resolver tal conflicto es siempre en privado, lejos del ojo público.-
Philip Kosloski – publicado el 25/05/22-Aleteia.org