Lecturas recomendadas

¿Para pocos o para muchos?

Se aburren porque son omnipotentes

Rafael María de Balbín:

 

 

            Como ha proclamado solemnemente la Constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II, la vocación al amor perfecto no está reservada de modo exclusivo a una elite de personas: es para todos. El seguimiento de Cristo, fundamento esencial y original de la moral cristiana, es el modo de tender a la perfección con la que es perfecto el mismo Padre celestial. Jesús pide que le sigan en el camino de un amor que se da totalmente a los hermanos por amor de Dios. La disposición hacia la plenitud supone un don recibido de Dios; pero ello no disminuye, sino que refuerza la exigencia moral del amor. Da lo que mandas y manda lo que quieras, dice San Agustín.

Estos requerimientos no son únicamente del pasado. También hoy se hace presente la contemporaneidad de Cristo con respecto a todo hombre: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo. 28, 20). Bien necesitado está el mundo de nuestros días del seguimiento radical de Cristo, en plenitud. Sin esa actitud de fondo el mero cumplimiento de preceptos no se sostiene. Hacen falta cristianos plenamente coherentes, porque: “Ninguna laceración debe atentar contra la armonía entre la fe y la vida: la unidad de la Iglesia es herida no sólo por los cristianos que rechazan o falsean la verdad de la fe, sino también por aquellos que desconocen las obligaciones morales a las que llama el Evangelio” (SAN JUAN PABLO II. Enc, Veritatis splendor, n, 26).

Algunas personas pasan por la vida huyendo de sus miedos: miedo a los delincuentes, miedo a las enfermedades, miedo a los quebrantos económicos, miedo a los disgustos familiares, miedo al ridículo…, miedo a la vida, porque nos podemos morir (y, de hecho, así sucederá). Pero vivir con miedo es una triste manera de vivir. El Papa San Juan Pablo II, desde el primer momento de su pontificado, repitió un llamado a vencer los temores: “No tengáis miedo. No tengáis miedo al misterio de Dios; no tengáis miedo de su amor; ¡y no tengáis miedo de la debilidad del hombre ni de su grandeza! El hombre no deja de ser grande ni siquiera en su debilidad. No tengáis miedo de ser testigos de la dignidad de toda persona humana, desde el momento de la concepción hasta la hora de su muerte” (SAN JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza,  Bogotá, 1994, n. 19).

Un cierto miedo a la vida y la abundancia de recursos tecnológicos y administrativos puede crear la ilusión de que tenemos todo bajo control, cosa que no es verdad, a menos que reduzcamos la vida a un ámbito estrecho y le quitemos su novedad irrepetible. Como expresa Chesterton: “El ser humano tiene control sobre muchas cosas en su vida; tiene control sobre un número suficiente de cosas para ser el héroe de una novela. Pero si tuviera control sobre todas las cosas, habría tanto héroe que no habría novela. Y la razón por la que las vidas de los ricos son en el fondo tan sosas y aburridas es sencillamente porque pueden escoger los acontecimientos. Se aburren porque son omnipotentes. No pueden tener aventuras porque las fabrican a su medida. Lo que mantiene a la vida como una aventura romántica y llena de ardorosas posibilidades es la existencia de estas grandes limitaciones que nos fuerzan a todos a hacer frente a cosas que no nos gustan o que no esperamos. En vano hablan los altivos modernos de estar en ambientes incómodos. Estar metido en una aventura es estar metido en ambientes incómodos”.-

(rbalbin19@gmail.com)

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