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Sinodalidad, ni autoritarismo ni populismo

Bernardo Moncada Cárdenas:

Se avecina la celebración de Pentecostés, ocasión para hacer memoria de la intervención sorprendente del Espíritu y sus extraordinarios efectos, y relacionarlos con el llamado al camino sinodal. No es la primera vez que me atrevo a exponer observaciones sobre el tema que ha cobrado actualidad, volviéndose “tendencia” en la Iglesia Católica, tras la convocatoria del Papa Francisco.

En escrito publicado anteriormente destacaba que el camino opuesto a la Sinodalidad es el clericalismo, que éste no solamente es ejercido por buen número de sacerdotes, sino sobre todo por feligreses que adoptan con pasividad, no exenta de comodidad, una sumisión total, deponiendo en el clero toda responsabilidad; decía, además, que el clericalismo no es una aberración restringida al ámbito eclesiástico, sino que actúa en el ámbito político cuando el ciudadano elige gobernantes e inmediatamente les transfiere la totalidad de sus responsabilidades cívicas.

Advertía además que este oportuno llamado a valorar y emprender el camino sinodal corre el riesgo de ser asumido como un slogan vacío, mandato acogido con el ladino “se acata, pero no se cumple”. Francisco mismo ha subrayado el peligro de reducir el sínodo a un acto formal, pero sin sustancia. Necesitamos, ha dicho, “los instrumentos y las estructuras que favorezcan el diálogo y la interacción en el Pueblo de Dios, sobre todo entre los sacerdotes y los laicos” y, para hacer posible esto, se hace necesario transformar, insiste, “ciertas visiones verticalistas, distorsionadas y parciales de la Iglesia, del ministerio presbiteral, del papel de los laicos, de las responsabilidades eclesiales, de los roles de gobierno”. Sin duda es una posición llena de coraje, frente a estructuras mentales profundamente arraigadas que afectan, deformándolo, el Cuerpo Místico de Cristo.

Concretando, el Santo Padre alerta contra tres tentaciones ante el camino sinodal: el formalismo, el intelectualismo y el inmovilismo: caer en metodologías y esquemas autorreferenciales, complacidos en la lógica de su propio diseño, que cierran la posibilidad del acontecimiento, la novedad es el formalismo; el intelectualismo es la abundancia de sesudos análisis que reducen el tema al debate en el seno de élites “ilustradas”, despreciando aportes significativos que no provengan de los expertos; el inmovilismo es la frecuente objeción de para qué cambiar, si siempre ha sido de esta manera. Tales posturas frente al llamado del Pontífice implican una capitulación del mismo desde antes del comienzo. Se manifiestan en un activismo casi frenético, que podría estar aparentando un avance que no sucede. Así, se cumplen las fases previstas pero se vuelve a la rutina.

Es posible olvidarse de que no estamos en una corporación internacional para administrar la Gracia, reajustando mecanismos. La Iglesia es, desde su institución por parte de Jesús, y la posterior iluminación pentecostal, ante todo don del Espíritu que posibilita comunicar un contenido tan fuera de mentalidades y costumbres resabidas como es el hecho de la presencia de Cristo en el mundo, el Reino. Deteniéndose en el don del Espíritu Santo, Francisco sostiene que “cuando uno cree saberlo todo, el don no puede ser recibido”. “Cuando uno cree saberlo todo, el don no nos educa porque no puede entrar en el corazón”. En esos casos se presenta el paradójico fenómeno de una Iglesia no impulsada por la fe, centrada en objetivos organizacionales y eficientistas.

Hay otro riesgo, cuando la escucha que solicita Francisco deja de ser escucha del Espíritu, silencio activo frente a la realidad y a la vitalidad del Pueblo de Dios, transformándose en asambleísmo populista, declaración tras declaración, no dando espacio a una verdadera atención. En su muy reciente comunicación a la Pontificia Comisión para América Latina, CAL, el Papa ha especificado que “la palabra ‘sinodalidad’ no designa un método más o menos democrático y mucho menos ‘populista’ de ser Iglesia. Estos son desviaciones. La ‘sinodalidad’ no es una moda organizacional o un proyecto de reinvención humana del pueblo de Dios”.

Los frecuentes pronunciamientos de Francisco, en resumen, merecen ser recibidos con la mayor atención. Expresados desde su dolorosa condición física muestran la profundidad del compromiso de este hombre por movilizar la Iglesia, una comunidad que a veces actúa como si la finalidad confiada a ella no tuviera dimensión ni importancia sobrehumanas, en un mundo de poderes que rechazan tenazmente su presencia.

En el proceso planteado por el Santo Padre se requiere en el mundo eclesial una dirección y coordinación autorizadas, no autoritarias, las cuales recobren el sentido originario de la auctoritas(del verbo augere: nutrir, hacer crecer), guiando a su pueblo a la vez que aprendiendo humildemente de él. Que laicos o consagrados, quienes asuman la difícil tarea de guiar mendiguen humilde y constantemente la inspiración del Espíritu.-

 

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