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¿Qué es lo normal?

Hay una fuerza mal organizada que se opone a la más reciente ideología "woke" en Estados Unidos y Occidente. Uso el término “ideología” para enfatizar lo anormal

David Warren, ex editor de la revista Idler y columnista de periódicos canadienses:

Hay una fuerza mal organizada que se opone a la más reciente ideología «woke» en Estados Unidos y Occidente. Uso el término “ideología” para enfatizar lo anormal.

Una de las características de la vida moderna se manifiesta en lo que esta le hace al idioma. Al menos durante el siglo pasado, nos hemos convertido (colectivamente) en víctimas de varias conspiraciones para introducir nuevos, o alterar, viejos significados de las palabras, con el fin de modificar las formas de pensar «convencionales».

A estas alturas, gran parte de nuestro pensamiento se encuentra «fuera de la caja», o eso decimos. Esta es una expresión curiosa, conscientemente pensada por sus usuarios como un cliché para superar, de manera consciente, clichés de pensamiento.

Comúnmente hay acuerdo en que tenemos que ser originales y creativos. De hecho, debemos ser enseñados a apartarnos de lo que es común, o establecido. Debemos “renovarlo”, como aconsejaba Ezra Pound a los jóvenes poetas y artistas de su generación; y como cada generación ha estado desde entonces enseñando a sus generaciones sucesoras.

Vivimos, y hemos vivido, en “una era de progreso”, como declaraban nuestros mayores, con diversos grados de sarcasmo. Podríamos llamar, a este, el quinto siglo de esta era progresista, que se desarrolló a partir de la «Ilustración» y la «Reforma» europeas.

A lo largo de todo este tiempo, una mayoría sustancial y creciente en nuestra sociedad se ha “liberado” de los estereotipos antiguos y de las confinadas formas “normales” de pensar.

Lo que comenzó como una especie de revolución, se ha convertido en una permanente revolución, en contraste con la mayoría de las revoluciones, las cuales terminan pronto. Era, según muchos, una revolución “incompleta” o  (para usar esta palabra, a la antigua) una revolución “imperfecta”.

Porque el futuro fue cambiado “metafísicamente”, o fundamentalmente, durante lo que ahora es reconocido como nuestra primera “era de la ciencia”. Tan lejos como alcanzamos a ver en el registro histórico del siglo XVI, una «era de religión», o fe, o creencia, era la vieja normalidad que fue sistemáticamente reemplazada por una nueva normalidad, en la que nada podía darse por sentado.

Era el movimiento “progresista” en gestación. Al principio, como en la mayoría de las revoluciones, incluso repentinas, poco cambió exteriormente. Los cansados, viejos, aburridos problemas de la existencia humana continuaban en el trasfondo universal: enfermedad, senilidad, muerte. La idea de cambiar estas condiciones tardaría siglos en surgir. No obstante, aún quedan inconvenientes: envejecemos y morimos.

Pero se nos advierte que no consideremos esto como “normal”. Este es el tipo de actitud derrotista que frena nuestro progreso, porque introduce la duda. La medicina moderna y sus oficios aliados están comprometidos a resistir, incluso a luchar activamente contra, la enfermedad, la senilidad y la muerte. Hay campañas contra cada una de las enfermedades conocidas, la vejez incluida, a causa de las cuales la gente sigue muriendo, incluso después de haber superado cada uno de los otros desafíos.

Ciertamente, este mundo de «problemas» ha estado con nosotros durante mucho tiempo.

Una gran parte de la condición moderna es la invención, o identificación, de problemas; los cuales pueden, o no, ser finalmente resueltos. (Los pequeños generalmente se multiplican y se agrandan.) A través de las eras de la ciencia, hemos creado problemas mucho más rápidamente de lo que podíamos resolverlos, y eso es lo que ha mantenido nuestro “progreso” en marcha.

No tenemos perspectivas de quedarnos nunca sin problemas, de la misma forma en que podríamos quedarnos sin carbón o petróleo. Porque cada avance en la ciencia trae consigo el regalo de nuevos problemas, además de los antiguos que aún no se han resuelto.

Esto, en sí mismo, es una especie de parodia de la nueva religión de Cristo, que llegó en cierto momento del pasado y lo cambió todo. Las primeras generaciones en encontrarlo quizás no se dieron cuenta de cuánto de su «normalidad» estaba en juego.

El hombre romano o griego común no se dio cuenta  de que, entre otras cosas, el problema de la muerte, que aún entonces era “un problema” para las masas, había sido resuelto. Fue quitado de la mesa a lo largo de los siguientes quince siglos, más o menos.

El hecho de la vida humana inmortal fue confirmado por los pensadores más sabios que se encontraban entre ellos. La «Incredulidad» todavía era posible, entre un conjunto social cada vez más reducido que alguna vez estuvo de moda; pero incluso las costumbres funerarias fueron ajustadas. El “problema de la Muerte” fue reemplazado por el “problema del Infierno” en la mente de los nuevos creyentes.

Quizás sea esto lo que las eras de la ciencia vinieron a resolver, o desplazar, después de tantos años de esta nueva (y ahora vieja) normalidad. Para nuestros nuevos sabios, mejor es vivir en un mundo en el que el futuro es incierto e incognoscible, que en uno en el que podría ponerse muy malo.

El drama de la vida humana fue hecho, de esa manera, bastante poco profundo. La noción de tener que confrontar alguna realidad última fue eliminada por etapas. Verdaderamente, la posibilidad de una “cultura de consumo” pendía sobre nosotros, en la cual todas las cosas, más allá del precio, podían, en realidad,  hacerse asequibles y ser puestas en un mercado.

Visto desde afuera, nada cambió. Siempre habíamos tenido mercados. Y, como sugiere el relato acerca de Judas, junto con el de Adán y Eva, la sabiduría misma podría ponerse a la venta. Podría, por lo tanto, hacerse «relativa»; para decirlo en nuestra actual jerga científica.

Una “nueva normalidad” podría ser creada; simplemente,  adaptando lo viejo a las nuevas condiciones.  Ni más ni menos que treinta piezas, aunque la inflación la llevaría hoy a una suma más impresionante (al tiempo que creando enojosos problemas económicos).

¿Que es la normalidad? La mente conservadora o reaccionaria (me siento cada vez menos satisfecho con «conservadora») se resiste a la modernidad y a su «progreso» e, inevitablemente, postula alguna «normalidad» de la que, como personas y sociedades, nos hemos separado. Sería bueno que abandonáramos todos nuestros complicados esquemas políticos -nuestra ideología de mejoras- y volviéramos a la “normalidad” que hemos dejado atrás a la fuerza.

Pero aquí el sentido común (que podría llamarse la “ideología conservadora”) nos dice que no hay una normalidad a la que podamos regresar. Incluso el cristianismo puede representarse como un período de la historia, o como muchas fases; como algo que podría ir y venir.

La cristiandad fue algo que “nosotros” (los cristianos) creamos: un anormal estado de gracia.-

David Warren
VIERNES 17 DE JUNIO DE 2022

Tomado/traducido, por Jorge Pardo Febres-Cordero, de aquí:

Sobre el Autor

David Warren es ex editor de la revista Idler y columnista de periódicos canadienses. Tiene una amplia experiencia en el Próximo, y en el Lejano, Oriente. Su blog, Essays in Idleness, se encuentra ahora en: davidwarrenonline.com.

 

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