Trabajos especiales

Arturo Sosa: «La paz se funda sobre la justicia social»

El superior general de los jesuitas aboga por la cultura del encuentro entre culturas

usticia estructural característica de las relaciones socio-políticas actuales parece ser una herencia de la época histórica precedente a la nueva que comienza. Durante este cambio de época se han experimentado situaciones que afectan a toda la humanidad, como la pandemia del coronavirus, que han hecho patentes la extensión y la profundidad de la injusticia estructural»

 

«Mientras no se transforme la estructura socioeconómica que genera la pobreza y sostiene las escandalosas diferencias entre unos pueblos y otros, entre pocas personas muy ricas y mayorías pobres, mientras no desaparezcan los fundamentalismos religiosos justificadores y las ideologías encubridoras… no se apagará la violencia, ni disminuirá el flujo de las migraciones forzadas, ni el tráfico de personas. Tampoco cesará la agresión contra el medio ambiente aún a riesgo de amenazar la vida sobre el planeta tierra»

 

 La injusticia estructural característica de las relaciones socio-políticas actuales parece ser una herencia de la época histórica precedente a la nueva que comienza. Durante este cambio de época se han experimentado situaciones que afectan a toda la humanidad, como la pandemia del coronavirus, que han hecho patentes la extensión y la profundidad de la injusticia estructural. Las brechas sociales, la pobreza, las migraciones forzadas… siguen creciendo. Parece imposible detener el deterioro del medio ambiente causado por los modelos de producción de bienes y los estilos de vida propagados por el capitalismo consumista globalizador. Los conflictos bélicos permanecen y se multiplican incluso en lugares donde parecía que había desaparecido como alternativa para dirimir conflictos. La política global no ha madurado lo suficiente como para gobernar al mundo en función del interés común de la humanidad.

Cultura(s), y multiculturalidad

Hacer del «encuentro» la dimensión esencial y permanente de las culturas en las que nos movemos es la guía de las reflexiones que comparto en esta ocasión. Hemos recordado cómo la injusticia estructural genera situaciones de des-encuentro. El desafío de la misión que hemos recibido es dar pasos efectivos hacia la fraternidad y la paz. Desarrollar la dimensión del encuentro al interior de las culturas en las que encontramos sentido a nuestras vidas se convierte, por tanto, en un requisito sin el cual no es posible avanzar. El encuentro es la dimensión de las culturas que sirve como instrumento para contribuir a superar la injusticia, transformar la sociedad y reconciliarnos como personas, pueblos y ambiente en el que se desarrolla la vida.

Prefiero hablar de culturas –en plural– para resaltar una de las mayores riquezas de la humanidad: la diversidad cultural. La diversidad cultural es uno de los modos más maravillosos de participar en la creación que nace en Dios y su Palabra. A través de las culturas los seres humanos son co-creadores. La diversidad cultural es a la humanidad lo que es la bio-diversidad a la naturaleza, por tanto, una riqueza que es necesario reconocer, defender, conservar y promover.

A través de las culturas personas y pueblos dan y encuentran sentido a sus vidas. La Constitución Apostólica Gaudium et spes del Concilio Vaticano hace una clara descripción de lo que se incluye en la palabra cultura. De ella se desprende la realidad e importancia de la pluralidad cultural en el pasado, presente y futuro de la humanidad.

La Buena Noticia de Jesucristo se presenta como luz a todas las culturas humanas. Jesús nació, creció y vivió en una determinada cultura, sin embargo, su evangelio trasciende cualquier límite cultural. Él y sus discípulos entendieron, no sin fatiga, que la Palabra de Dios está dirigida a todo ser y toda cultura humana. Es posible encarnar el evangelio en todas y cada una de las culturas humanas. Como el fermento que penetra la masa, el evangelio se encarna en las culturas y abre la posibilidad del encuentro con Dios, con los hermanos y con la naturaleza. Todas las culturas necesitan este encuentro sanador para crecer en humanidad.

Las culturas son fruto del ejercicio de la libertad humana. Los seres humanos libremente establecen relaciones a través de las cuáles se busca y se da sentido a la existencia, a la vida cotidiana personal y social. Las relaciones culturales nacen de la necesidad humana de darle un significado compartido a la vida en común (ideales, valores, actitudes,…), establecer el modo de producir, distribuir y consumir los bienes materiales necesarios para la vida (relaciones económicas), y tomar las decisiones sobre el destino y gobierno de la sociedad civil (relaciones políticas). Las religiones forman parte importante del sentido, símbolos y significados dados a la vida de un grupo humano a través de la cultura.

Las relaciones humanas son históricas por tanto, dinámicas y cambiantes. Las culturas, por consiguiente, se mueven, no existen por sí mismas ni forman parte de una especie de genética social que se trasmite invariada de una generación a otra. Es, al mismo tiempo, personal y compartida. Cada persona, única e irrepetible, se identifica a sí misma a través de la cultura. Al mismo tiempo, es una identidad socialmente compartida con otros seres humanos, cada uno de ellos también único e irrepetible.

En el mundo actual han crecido las experiencias y espacios de multiculturalidad en tensión con la tendencia que propicia la homogeneidad cultural porque favorece las dinámicas del mercado, estructura dominante de las relaciones producción-consumo. La multiculturalidad reconoce la diversidad cultural como riqueza humana, favorece la convivencia entre las diferentes culturas y promueve su conservación. La multiculturalidad es una compleja y fructífera experiencia de encuentro entre seres humanos culturalmente diversos. Al mismo tiempo refleja la necesaria tensión entre las raíces locales de cada ser humano o grupo social y la mirada universal que genera identidad global y ciudadanía universal.

Encontrarse con la humanidad a través de la interculturalidad

La misión recibida de contribuir a la reconciliación de todas las cosas en Cristo impide conformarse con la pluri o multiculturalidad. Se abre al desafío de la interculturalidad que lleva al intercambio enriquecedor de todas las personas, grupos sociales con sus culturas que se encuentran e intercambian. El aumento constante en el mundo de los flujos migratorios muestra las heridas profundas existentes y también ofrece la oportunidad del intercambio cultural a gran escala. Podemos verlo como un importante signo de los tiempos que llama a profundizar la dimensión del encuentro. Es la vía que conduce a sentirse miembro de la humanidad, ciudadano del mundo.

La inculturación es la primera etapa de esa vía en la que se produce el encuentro con la propia cultura y se genera la conciencia crítica. La segunda etapa es lo que hemos llamado multiculturalidad. Consiste en la experiencia del encuentro gozoso con otros seres humanos y sus culturas con los que se puede compartir serenamente una vida en paz. La interculturalidad es una etapa que exige un encuentro más profundo y complejo. Requiere relacionarse con otros seres humanos y sus culturas, compartiendo lo valioso de la propia cultura críticamente examinada a enriqueciéndose con los aportes de la diversidad cultural. El encuentro intercultural se convierte así en impulso a la justicia social, la fraternidad y la paz.

El encuentro intercultural va más allá del que hemos llamado multicultural capaz de reconocer la existencia de muchas, muchísimas, culturas a lo largo de la historia de la humanidad y a lo ancho de la geografía en la que se ha desarrollado la vida de los pueblos y propiciar la convivencia pacífica entre ellas. El encuentro intercultural se propone construir puentes y provocar el intercambio fluido entre las culturas en un complejo proceso de confirmar la propia identidad y enriquecerla mientras se enriquece a otras. El encuentro siempre corre el riesgo de provocar conflictos.

La interculturalidad no es un «encuentro entre culturas» por el que se sustituye la necesidad de adquirir la mirada crítica sobre la propia cultura, ni permite conformarse con el respeto a la diversidad cultural, como si fuera posible producir una esfera o espacio supra, meta o transcultural. Propiciamos un encuentro entre personas de diversas culturas como modo de enriquecimiento mutuo. La interculturalidad enriquece a quienes entran en el proceso y es posible porque las culturas poseen la dimensión del encuentro.

El encuentro intercultural es un «intercambio recíproco entre culturas que puede conducir a la transformación y el enriquecimiento de todos los implicados». Es, por tanto, un encuentro participativo e interactivo con el contexto histórico, social, económico y político en el que se desenvuelve. A través del encuentro intercultural se hace más dinámico el desarrollo de las culturas propiciando cambios en ellas que llevan a crecer en la dimensión universal de la humanidad.

Encontrarse al partir el pan

En Fratelli tutti, el Papa Francisco parte del encuentro del Samaritano con el herido abandonado en el camino para expresar desde dónde se construye la fraternidad. El samaritano no está atrapado en un modo de vivir su cultura que le impida salir al encuentro de la persona que necesita de su ayuda. Por el contrario, la dimensión del encuentro le abre los ojos a las necesidades humanas sin distinciones. Desde la dimensión cultural del encuentro es posible hacerse cargo de otras personas, pueblos y culturas heridas. Es posible abrazarlas y poner todos los medios al alcance de la mano para sanar heridas, tender puentes y construir fraternidad.

Otra escena del evangelio de Lucas puede inspirar el encuentro como dimensión de las culturas humanas en busca de un mundo justo y fraterno. El relato es bien conocido: dos discípulos han vivido la crucifixión de Jesús como fracaso que los lleva a la desilusión y a regresar a Emaús, a su vida anterior. El Maestro, en cuyo mesianismo habían puesto toda su esperanza, ha sido condenado a muerte. El escándalo de la cruz provoca el des-encuentro. Mientras van de camino, masticando su desengaño, el resucitado que es el crucificado, Jesús, sale al encuentro, provoca la conversación que lleva a la invitación a compartir la mesa, seguida del reconocimiento al partir el pan y el regreso acelerado al encuentro de los compañeros que se habían quedado en Jerusalén.

Los llamados «discípulos de Emaús» habían seguido a Jesús de Nazaret desde la mirada estática de su cultura. Como no tenían una visión crítica de su propia cultura no fueron capaces de salir al encuentro del Maestro cuyo mensaje no cabía en las categorías culturales en las que ellos encontraban sentido a sus vidas. La captura, pasión y muerte de Jesús, desde sus categorías, la experimentan como fracaso del proyecto de liberar Israel. Por tanto, incapaces de comprender, regresan a la vida que siempre han llevado.

Jesús toma la iniciativa. Se pone a caminar al lado de los discípulos desilusionados. Por un largo trecho los acompaña y escucha atentamente. Acompaña para construir el puente entre ellos y poder entrar en las categorías culturales en las que los discípulos están experimentando lo sucedido. Es la dinámica de la inculturación a la que me he referido más arriba. Jesús crea las condiciones para enriquecer la mirada y la sensibilidad de los discípulos. Usando el lenguaje de los discípulos y sus categorías culturales, Jesús les propone otra manera de entender lo sucedido. Lo hace compartiendo su experiencia con categorías culturales renovadas desde las que puede iluminar la de los discípulos.

Se produce lo que hemos llamado el encuentro intercultural. Jesús no se conforma con un discurso de ideas puesto en palabras comprensibles. Jesús ha provocado el encuentro personal. Por eso, los discípulos le piden insistentemente que se quede con ellos. Se ha sentido enriquecidos con la experiencia y ofrecen lo que tienen: su casa y su mesa. También ellos atraviesan el puente que se ha construido y se abren al encuentro: «lo reconocen al partir el pan». El encuentro intercultural ha provocado la comunión profunda entre estos seres humanos, antes limitados por un acercamiento a la realidad desde categorías culturales que no habían todavía incorporado la dimensión del encuentro.

La comunión intercultural provoca continuar el encuentro… No se pueden quedar tranquilos en su casa, alrededor de una mesa para ellos… Van al encuentro de otros con la luz nueva del encuentro con Jesús. El camino de Emaús es de ida y vuelta, es un puente construido desde el descubrimiento de la dimensión del encuentro intercultural que enriquece y transforma.

Para guiar nuestros pasos por el camino de la paz

El anhelo de paz ha estado presente en las culturas humanas a lo largo de una historia llena de violencia y guerras. En nuestros días, en medio de la tercera guerra mundial a pedazos, como la califica el Papa Francisco, aspiramos a la paz duradera que va más allá del silencio de las armas. La paz se funda sobre la justicia social.

Mientras no se transforme la estructura socioeconómica que genera la pobreza y sostiene las escandalosas diferencias entre unos pueblos y otros, entre pocas personas muy ricas y mayorías pobres, mientras no desaparezcan los fundamentalismos religiosos justificadores y las ideologías encubridoras… no se apagará la violencia, ni disminuirá el flujo de las migraciones forzadas, ni el tráfico de personas. Tampoco cesará la agresión contra el medio ambiente aún a riesgo de amenazar la vida sobre el planeta tierra.

La permanente presencia del Señor en la historia está ligada a guiar los pasos de la humanidad por el camino de la paz a través del encuentro que acepta gustoso la diversidad, aprecia la libertad, dialoga y construye la fraternidad.

La paz supone atravesar el complejo camino de la reconciliación a través del cual se pasa del des-encuentro, la fractura de las relaciones humanas, al encuentro fraterno. Supone caminar juntos en la misma dirección para crear así las condiciones del diálogo. Supone acompañar procesos personales y grupales, complejos por naturaleza y asincrónicos, es decir, que avanzan a ritmos distintos sólo armonizables por la presencia paciente e incondicional de quien los acompaña.

El encuentro intercultural es posible por la colaboración entre muchas personas no sólo de cultura diversa sino de distintas características y capacidades complementarias. La colaboración, por la que se acepta compartir la responsabilidad del proceso, es una condición del encuentro intercultural

Adentrarse en el encuentro intercultural supone aumentar y afinar la capacidad de diálogo, dimensión clave del proceso. Un diálogo que es inter-cultural y, a la vez, intra-cultural, como hemos tratado de explicar más arriba. Las resistencias y los obstáculos están a la vista de todos.

El encuentro intercultural se produce en el ámbito de la política, es decir, en aquellas relaciones sociales por las que los grupos humanos definen su razón de ser, sus objetivos y los medios para alcanzarlos. Los medios de comunicación han repetido como loros en estos meses la falsa sentencia que afirma la guerra como «la política por otros medios». La guerra es la sustitución de la política por la violencia que se impone por la fuerza de las armas. Es la dis-continuidad de la política, más aún, la renuncia a la política por la que se toma la dirección contraria a la meta de la paz.

El encuentro intercultural se realiza en un contexto o una historia de conflictos de toda índole. Resulta imposible imaginar procesos políticos intra o inter culturales sin conflicto. El camino hacia la justicia y la paz, a través del encuentro intercultural, es un complejo proceso de reconciliación entre los seres humanos cuya culminación es el perdón, sin el cual la paz carece de fundamento sólido. La reconciliación que lleva a la justicia social incluye restablecer la relación armónica con la naturaleza, con todo el medio ambiente en el que se desarrolla la vida.

La paz verdadera es la reconciliación de todas las cosas en Cristo, meta final del encuentro intercultural.-

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