El Papa

Papa Francisco se pronuncia claramente sobre armas nucleares: su uso o su mera posesión es inmoral

“Los tratados de desarme existentes son algo más que obligaciones legales. Son también compromisos morales basados en la confianza entre los Estados y entre sus representantes, enraizados en la confianza que los ciudadanos depositan en sus gobiernos, con consecuencias éticas para las generaciones actuales y futuras de la humanidad”, ha dicho el Papa

Del 21 al 23 de junio se desarrolla en Viena la Primera Reunión de Estados Partes del Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares. Un día antes, el lunes 20 de junio, se ha tenido una conferencia sobre el impacto humanitario de las armas nucleares. El presidente de estos encuentros es el embajador austriaco Alexander Kmentt. A él el Papa Francisco dirigió un mensaje donde el Papa expresa y desarrolla más claramente su postura frente a las armas nucleares. Ofrecemos una traducción al español de este mensaje enviado originalmente en lengua inglesa:

Me complace saludarle a usted y a los demás distinguidos participantes con ocasión de esta Primera Reunión de los Estados Parte en el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares.

En mi mensaje a la conferencia diplomática convocada hace cinco años para negociar este Tratado, pregunté: «¿Por qué fijarnos este objetivo exigente y de futuro [el de un mundo sin armas nucleares] en el contexto internacional actual, caracterizado por un clima inestable de conflictos, que es a la vez causa e indicio de las dificultades encontradas para avanzar y reforzar el proceso de desarme nuclear y de no proliferación nuclear?».

En este momento concreto de la historia en el que el mundo parece encontrarse en una encrucijada, la valiente visión de este instrumento jurídico, fuertemente inspirado en argumentos éticos y morales, parece cada vez más oportuna. En efecto, esta reunión tiene lugar en un momento que exige inevitablemente una reflexión más profunda sobre la seguridad y la paz. En el contexto actual, hablar o abogar por el desarme puede parecer paradójico para muchos. Sin embargo, debemos seguir siendo conscientes de los peligros de los enfoques miopes de la seguridad nacional e internacional y de los riesgos de proliferación. Como sabemos muy bien, el precio por no hacerlo se paga inevitablemente con el número de vidas inocentes que se cobran y se mide en términos de carnicería y destrucción. Por ello, renuevo enérgicamente mi llamamiento a silenciar todas las armas y a eliminar las causas de los conflictos recurriendo incansablemente a las negociaciones: «Los que hacen la guerra […] ¡olvidan la humanidad!».

La paz es indivisible y, para que sea verdaderamente justa y duradera, tiene que ser universal. Es un razonamiento engañoso y contraproducente pensar que la seguridad y la paz de unos está desconectada de la seguridad y la paz colectivas de otros. Esta es también una de las lecciones que la pandemia de Covid-19 ha demostrado trágicamente. «La seguridad de nuestro propio futuro depende de que se garantice la seguridad pacífica de los demás, ya que si la paz, la seguridad y la estabilidad no se establecen globalmente, no se disfrutarán en absoluto. Individual y colectivamente, somos responsables del bienestar presente y futuro de nuestros hermanos y hermanas».

La Santa Sede no duda de que un mundo libre de armas nucleares es necesario y posible. En un sistema de seguridad colectiva, no hay lugar para las armas nucleares y otras armas de destrucción masiva. En efecto, «si tomamos en consideración las principales amenazas a la paz y a la seguridad con sus múltiples dimensiones en este mundo multipolar del siglo XXI como, por ejemplo, el terrorismo, los conflictos asimétricos, la ciberseguridad, los problemas medioambientales, la pobreza, surgen no pocas dudas sobre la inadecuación de la disuasión nuclear como respuesta eficaz a tales desafíos. Estas inquietudes son aún mayores si consideramos las catastróficas consecuencias humanitarias y medioambientales que se derivarían de cualquier uso de armas nucleares, con efectos devastadores, indiscriminados e incontenibles, en el tiempo y en el espacio». Tampoco podemos ignorar la precariedad derivada del simple mantenimiento de estas armas: el riesgo de accidentes, involuntarios o no, que podrían dar lugar a escenarios muy preocupantes.

Las armas nucleares son un lastre costoso y peligroso. Representan un «multiplicador de riesgos» que sólo proporciona la ilusión de una «especie de paz». Aquí quiero reafirmar que el uso de armas nucleares, así como su mera posesión, es inmoral. Tratar de defender y asegurar la estabilidad y la paz mediante una falsa sensación de seguridad y un «equilibrio del terror», sustentados en una mentalidad de miedo y desconfianza, acaba inevitablemente por envenenar las relaciones entre los pueblos y obstruir cualquier forma posible de diálogo real. La posesión conduce fácilmente a la amenaza de su uso, convirtiéndose en una especie de «chantaje» que debería repugnar a las conciencias de la humanidad.

En este sentido, «si este proceso de desarme no es profundo y completo, y no llega al alma misma de los hombres, es imposible detener la carrera de armamentos

o reducirlos o -y esto es lo principal- abolirlos por completo. Todos deben cooperar sinceramente en el esfuerzo por desterrar de la mente de los hombres el miedo y la ansiosa expectativa de la guerra«.

Por estas razones, es importante reconocer una necesidad global y apremiante de responsabilidad en múltiples niveles. Dicha responsabilidad es compartida por todos y se sitúa en dos niveles: en primer lugar, a nivel público, como Estados miembros de la misma familia de naciones. En segundo lugar, a nivel personal, como individuos y miembros de la misma familia humana, y como personas de buena voluntad. Cualquiera que sea nuestro papel o estatus, cada uno de nosotros tiene diversos grados de responsabilidad: ¿cómo podemos pensar en apretar el botón para lanzar una bomba nuclear? ¿Cómo podemos, en conciencia, comprometernos en la modernización de los arsenales nucleares? Es conveniente que este Tratado reconozca también que la educación para la paz puede desempeñar un papel importante, ayudando a los jóvenes a tomar conciencia de los riesgos y consecuencias de las armas nucleares para las generaciones actuales y futuras.

Los tratados de desarme existentes son algo más que obligaciones legales. Son también compromisos morales basados en la confianza entre los Estados y entre sus representantes, enraizados en la confianza que los ciudadanos depositan en sus gobiernos, con consecuencias éticas para las generaciones actuales y futuras de la humanidad. La adhesión y el respeto a los acuerdos internacionales de desarme y al derecho internacional no es una forma de debilidad. Al contrario, es una fuente de fuerza y responsabilidad, ya que aumenta la confianza y la estabilidad. Además, como es el caso de este Tratado, prevé la cooperación internacional y la asistencia a las víctimas, así como al medio ambiente: en este sentido, mi pensamiento se dirige a los Hibakusha, los supervivientes del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, y a todas las víctimas de los ensayos de armas nucleares.

En conclusión, mientras sentáis las bases para la aplicación de este Tratado, deseo animaros, representantes de los Estados, de las organizaciones internacionales y de la sociedad civil, a seguir por el camino que habéis elegido de promover una cultura de la vida y de la paz basada en la dignidad de la persona humana y en la conciencia de que todos somos hermanos. Por su parte, la Iglesia católica mantiene su compromiso irrevocable de promover la paz entre los pueblos y las naciones y de fomentar la educación para la paz en todas sus instituciones. Este es un deber al que la Iglesia se siente obligada ante Dios y ante cada hombre y mujer de nuestro mundo. Que el Señor bendiga a cada uno de vosotros y vuestros esfuerzos al servicio de la justicia y la paz.-

Bernardo di Luca

(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 21.06.2022)

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