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Encuentros 41

El Concilio desea y busca presentar la novedad siempre fresca y actual del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo

 

Nelson Martínez Rust:

II

 

¡Bienvenidos!

Continuamos reflexionando sobre el Concilio Vaticano II del cual estamos celebrando el sexagésimo aniversario. La semana pasada, además de señalar algunas aclaratorias, tratábamos de ubicar el acontecimiento conciliar en la historia de la Iglesia para finalizar formulando la siguiente pregunta: ¿Qué significa hacer teología hoy? Interrogante que nos permite comprender en profundidad la realidad conciliar. Esta es la interrogante que abordaremos hoy con el deseo de responderla.

La Iglesia ha recibido un mandato de su fundador Jesucristo: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y estad seguros de que yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19). Este mandato justifica el trabajo teológico y, al mismo tiempo, le brinda un sentido y significación. Esta es la razón por la cual cada generación se plantea el análisis de la “Verdad” revelada en Jesucristo. En efecto, la Iglesia es portadora de una “Verdad” que es el misterio de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. “Verdad” que tiene por característica la inmutabilidad y que, por lo tanto, es salvífica y debe ser predicada en su total integridad; de tal manera que la aceptación o el rechazo de esta “Verdad” se convierte en motivo de salvación o condenación: “El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,16).

Ahora bien, esta “Verdad” debe ser predicada en un mundo en constante cambio con sus respectivas consecuencias. Esta realidad cambiante tiene como autor al mismo hombre. Ya lo habíamos dicho la semana pasada: “el hombre, al mismo tiempo que es el “artífice” de estas mutaciones desenfrenadas que hacen de él un “superhombre” o un “dios” digno habitante del olimpo, sufre la inestabilidad, la ansiedad y la insatisfacción de una ausencia de respuesta espiritual a multitud de interrogantes que los mismos cambios le producen. Se crea, de esta manera, un problema antropológico no resuelto”. Es a esta realidad tan deseada y, al mismo, tiempo, tan ignorada que lleva por nombre “Evangelio”, a la que hay que predicar, dar a conocer y vivir. En este ejercicio de evangelización, se hacen presentes dos realidades: por un lado, una “Verdad” inmutable y salvífica que es necesario mostrar – el Evangelio – y la otra realidad, la del hombre, realidad cambiante y necesitada de salvación. Este es el objetivo del quehacer teológico. Podríamos decirlo con otras palabras: Esa “Verdad” inmutable y salvífica debe ser dada a conocer al hombre de cada generación y de todos los tiempos. La pregunta clave es: ¿Cómo presentar el Evangelio al mundo – al hombre – cambiante de hoy? La Iglesia ha tenido que tomar muy en serio esta interrogante si quiere cumplir con su cometido de evangelizar; y, con ella, la ciencia teológica tuvo que recoger el desafío que le lanzaba este nuevo amanecer terrenal. Eso es lo que ha pretendido hacer el Concilio Vaticano II. Por consiguiente, el Concilio tiene por finalidad un profundo desafío pastoral. No significa esto que la reflexión tenga que pasar a un segundo o tercer lugar, todo lo contrario. El Concilio desea y busca presentar la novedad siempre fresca y actual del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo. Por eso, el hecho de hacer teología hoy, es mucho más exigente que en los años anteriores, ya que exige del teólogo una gran capacidad de observación, de síntesis, de estudio, de reflexión, de oración y de santidad.

Señalamos estas características porque el teólogo de nuestro tiempo debe aplicar un método de análisis riguroso al dato proporcionado por las Sagradas Escrituras, la Tradición, el Dogma y el Magisterio. Es un trabajo exigente. A este método se le ha llamado “Método empírico-crítico”; que necesita ser complementado y contrastado con la realidad del aporte procedente del pensamiento del hombre moderno – psicología, sociología, economía -, no con la finalidad de cambiar el contenido del dato revelado, que es, como lo hemos visto, inmutable; sino con el deseo de adquirir un mayor conocimiento del sujeto al cual va dirigida la evangelización, de esta manera ha de adquirirse una mayor y mejor exposición de la “Verdad” revelada para hacerla cada vez más comprensible al mundo del presente. Este contraste se conoce como el “Método histórico-crítico”. A estas realidades hay que añadir que el hombre moderno exige, en primer lugar, el testimonio de vida del predicador, más que una simple y competente presentación doctrinal. Una teología así elaborada se transforma en “anamnesis” y, al mismo tiempo, en “profecía”. Dos palabras claves para entender el Vaticano II.

Anamnesis.

Evidentemente que el anuncio de la “Verdad” tiene un núcleo central. Éste es Jesucristo, quien con su acontecimiento histórico – enseñanza y doctrina -, con su pasión, muerte y resurrección – Misterio Pascua – se constituye en objeto de predicación hasta el fin de la historia. No hay otro anuncio sobre la tierra que pueda o deba suplir esta realidad divino-humana. Jesucristo se constituye, de esta manera, en un “memorial” eterno que debe ser anunciado constantemente. No es un simple recuerdo, Él se constituye en una realidad presente y actuante hoy. Sin cambios ni enmiendas.

Profecía.

Toda realidad mundana, absolutamente toda, debe ser contrastada con la “Verdad” de Jesucristo. Esta “Verdad” se transforma en el fiel de la balanza que juzga, define y brinda una respuesta y un sentido a la existencia del hombre en el universo. Ya no son los diversos sistemas filosóficos, económicos o políticos los que han de señalar el camino del hombre. Este sendero lo define la “Verdad” sobre Jesucristo: “Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profetas. Ahora en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo (Heb 1,1-2). Pues envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios (Jn 1,1-18). Jesucristo, Palabra hecha carne, hombre enviado a los hombres, habla las palabras de Dios (Jn 3,34) y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó (Jn 5,36; 17,4). Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre (Jn 14,9)” (DV 4).

 

Valencia. Octubre 16; 2022

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