Pedro Corzo:
Había pensado analizar la difícil situación que enfrenta la democracia ecuatoriana como consecuencia del caos que generan los justicieros de una falsa progresía que solo conduce al fin de todos los derechos ciudadanos, cuando conocí de las sentencias en Cuba, de dos jóvenes activistas que solo expresaron libremente sus ideas.
Esta situación tiene muchos precedentes, se repite en la Isla hace más de seis décadas, pero no deja de ser una nueva angustia para los defensores de la libertad en cualquier rincón del mundo.
Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Castillo «Osorbo», fueron sentenciados a cinco y nueve años de prisión respectivamente, en un juicio a puertas cerradas en el que ambos fueron acusados de actos qué en una sociedad menos punitiva, habrían pasado desapercibidos o simplemente sancionado con multas.
Los dos condenados son artistas. Pertenecen al Movimiento San Isidro, una tendencia artística y cultura de carácter social y político que rechaza el totalitarismo integrada básicamente por jóvenes que nacieron, al menos, 30 años después de la llegada al poder de los hermanos Castro y que han usado el arte como un medio para manifestar sus opiniones.
Agrupaciones como las de San Isidro, al igual que las protestas del pasado 11 de julio y significativamente la canción “Patria y Vida”, protagonizadas por la juventud, son una profunda frustración para un régimen que ideó forjar las nuevas generaciones como si fueran autómatas al servicio de un proyecto contrario a la condición humana, causa por la cual fracasó la extinta Unión Soviética y naufragaran todos los proyectos similares, no sin causar serios daños a la sociedad y al hombre.
El fracaso ha sido tan rotundo que los integrantes del Movimiento San Isidro y otras expresiones populares articuladas o no, forjados en un clima de represión, ambientado en consignas de odio y paredón, no se han mimetizado con el oficialismo puesto que han sido capaces de forjar lemas como el ya mencionado de “Patria y Vida” y “Cultura y Libertad”.
El régimen tiene sus cárceles repletas de ciudadanos libres que no cesan de reclamar sus derechos, entre ellos, el de mejores condiciones de vida, como lo demuestra una denuncia de Sor Nadiezka Almeida, Superiora Hijas de la Caridad en Cuba, al escribir “Hace casi dos semanas falleció una persona querida por muchos de nosotros y, además del dolor por la pérdida, y su ausencia que se sentirá mucho, sobre todo para las personas a las que ella entregó su ser y hacer, me sorprendí, con dolor, por el ataúd que, aunque no es el primero que veo en condiciones horribles, sí es posiblemente el peor que he visto en toda mi vida. Era algo así como un pallet de madera, donde hay una tablita sí y otra no, forrado con la tela que ya todos conocemos, sin el cartón del fondo”.
La religiosa se pregunta “¿Cuál es mi dolor? Ver cómo la tela de abajo se soltó y colgaba como si nada pasara. Yo solo miraba y me hacía la pregunta con la que empiezo este compartir: ¿Nos merecemos esto?”
La misiva es todavía más aterradora por el cuadro general que describe, pero evidentemente estas experiencias y otras muchas, no evitan que el discurso de odio, destrucción y caos de los operadores políticos de la extrema izquierda latinoamericana recojan grandes cosechas porque la envidia y el resentimiento, evidentemente priman sobre la realidad.
Un tribunal de La Habana declaró culpable a Otero Alcántara y a Mikel Castillo por opinar y manifestarse de acuerdo a sus convicciones sin perjudicar el derecho de los otros, una prerrogativa que en la mayoría de los países de este movido hemisferio está a disposición de todos los ciudadanos, exceptuando Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Es muy grato saber que un número importante de jóvenes, en todo el hemisferio, en uso de sus prerrogativas ciudadanas, abandonan la seguridad hogareña o de las aulas, para exigir una mayor equidad social, sin embargo, no se puede obviar que corren el riesgo de equivocarse porque no sería la primera vez que se apoya a un depredador disfrazado de cordero.
Tengamos presente que muchos padres cubanos, nicaragüenses y venezolanos que apoyaron a sus respectivos salvadores, tienen a sus hijos en prisión.