Un nuevo nacimiento de la libertad
Independientemente de lo que se pueda decir este 4 de julio, tenemos, literalmente, “un nuevo nacimiento de la libertad”
Puede parecer un mito a los lectores más jóvenes (y a algunos no tan jóvenes), pero hubo un tiempo, y no hace mucho, en el que el 4 de julio no era un día de disputas sobre nociones de libertad aparentemente irreconciliables. Prácticamente, todos los estadounidenses de cualquier línea política podían llegar a ese día con diferencias, a veces profundas y, sin embargo, celebrar el principio de la tolerancia, el respeto mutuo de vivir y dejar vivir, que había hecho a este país próspero y relativamente pacífico —dos cosas que, cualquiera que mire claramente a su alrededor, verá rápidamente que no deben darse por sentadas.
Nuestras divisiones actuales, sin embargo, no carecen de precedentes. Y esos mismos precedentes deberían hacernos más vigorosos en la búsqueda de días mejores; lo que incluso podríamos llamar un «nuevo nacimiento de la libertad». Los cristianos en particular no deben engañarse a sí mismos. Vivimos en un mundo caído. Y a veces se requiere el mayor de los sacrificios para retener incluso los bienes humanos ordinarios.
Hablando en Gettysburg, donde en los tres días previos al 4 de julio de 1863, 50.000 soldados de ambos bandos resultaron heridos y murieron en la lucha por preservar la unión y poner fin a la esclavitud, Abraham Lincoln concluyó: “aquí decidimos firmemente que estos muertos no habrán muerto en vano, que esta nación, bajo Dios, tendrá un nuevo nacimiento de libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, no desaparecerá de la tierra”.
A menudo pienso en esas palabras cuando escucho a la gente, incluso a los católicos, hablar a la ligera de la secesión o la guerra civil. O cuando escucho a los «woke» reducir las luchas políticas, morales y militares en las que nos hemos involucrado como nación a frases vagas sobre el «privilegio blanco» o la exclusión social.
Ningún extremo conoce la mitad, ni siquiera la centésima parte.
Como señala a menudo nuestro colega Hadley Arkes (y lo hizo muy bien en esta festividad de 2010), incluso algunos distinguidos intérpretes de nuestro sistema constitucional han ignorado:
la primera lección en la enseñanza de Lincoln. Lincoln dijo en Gettysburg que nuestra «nación» había nacido «hacía ochenta y siete años». Contando hacia atrás ochenta y siete años desde Gettysburg no nos lleva a la Constitución (1787-88). Lincoln encontró el comienzo de la nación en 1776, con la Declaración de Independencia. El país se basó en esa “proposición”, como él la llamó, “todos los hombres son creados iguales”. De esa proposición irradiaba todo lo demás.
Las comparaciones históricas nunca son exactas, y quizás sería una ofensa para aquellos que han dado su vida por nosotros, equiparar los últimos 50 años de la lucha pro-vida con su sacrificio. Pero también sería una ofensa considerar ese medio siglo de lucha moral y legal como mera política. Y algún día —quiera Dios que ese día llegue pronto— podremos recordar la lucha pro-vida con el mismo orgullo que ahora sentimos por el fin de la esclavitud, la revolución de los derechos civiles y la preservación de nuestra unión.
Independientemente de lo que se pueda decir este 4 de julio, tenemos, literalmente, “un nuevo nacimiento de la libertad”. Tenemos —no como algunos dicen con la esperanza de asustar a sus partidarios para que actúen— una prohibición del aborto; sino la oportunidad ahora de participar en el amplio debate cívico que debería haber ocurrido antes de que la Corte Suprema lo cerrara con Roe.
Y no solo un debate sobre el construccionismo estricto (como advirtió el profesor Arkes) de la Constitución en la decisión Dobbs, sino una oportunidad para que un pueblo libre delibere en comunidades, en estados sobre el respeto que le debemos a los primeros comienzos y a cada fase de la vida humana
El resultado de una discusión libre no se puede determinar de antemano. Tenemos que trabajar en ello para tener éxito.
El Democratic National Committee, la American Medical Association, la Unión Europea, la ONU, la OMS, incluso POTUS, y toda la sopa de letras de los progresistas, pueden decir tonterías en el intento de convencernos de que matar bebés en el vientre de su madre es un derecho humano fundamental. Pero cientos de millones de personas en todo el mundo lo han escuchado todo un millón de veces —y dicen que no.
Los progresistas y los habituales sospechosos de los medios pueden afirmar que decisiones como la de Dobbs “van en contra de la voluntad del pueblo” y son una “amenaza para la democracia”. Falso. En ambos cargos.
Un porcentaje considerable de estadounidenses mal informados tiene la vaga creencia de que el aborto debería seguir siendo legal de alguna manera, en algunos puntos (lo será en muchos lugares). Pero rápidamente se oponen en el segundo y tercer trimestre del feto, lo que estaba permitido bajo Roe, ya que lo era casi en cualquier momento y por cualquier motivo.
E incluso en cuanto a la «democracia», vivimos en una república democrática estructurada deliberadamente por la Constitución para dificultar que las mayorías o las minorías ejerzan tiranía sobre el conjunto. Eso no fue un defecto en lo que hicieron los Padres Fundadores. Temían la democracia pura, no por interés privado. Sino porque requiere sabiduría en la elaboración de instituciones para protegernos de todo tipo de peligros, abundantemente exhibidos en la historia humana.
Y en cuanto al caso del aborto como el “derecho” a matar a un niño en el útero —una cruda interrupción del proceso de crecimiento humano natural para cualquier ojo libre de ideología— esa afirmación habría parecido algo casi imposible de creer durante la mayor parte de la historia humana.
Fue precisamente la invención por parte de la Corte del “derecho constitucional” al aborto lo que ha llevado a este país, quizás más que ninguna otra cosa, a un estado tan dividido.
La mayoría de los historiadores ven la Batalla de Gettysburg como el comienzo del fin de la Guerra Civil. Para nosotros, Dobbs es solo el final del principio.
Así pues, celebremos este nuevo día histórico y sepamos, incluso mientras luchamos, que estamos desempeñando nuestro papel en una larga y honorable tradición humana.
Pronto habrá muchas escaramuzas variadas y preocupantes; sin duda, también importantes decisiones judiciales, y legislación. Es en esos esfuerzos donde determinaremos si finalmente tenemos la voluntad de abandonar la cultura de la muerte.
Y abrazar un nuevo nacimiento de la libertad.-
Sobre el Autor
Robert Royal es editor en jefe de The Catholic Thing y presidente del Faith & Reason Institute en Washington, D.C. Sus libros más recientes son Columbus and the Crisis of the West [Colón y la Crisis de Occidente] y A Deeper Vision: The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century [Una Visión más Profunda: La Tradición Intelectual Católica del Siglo Veinte].