Testimonios

Cardenal Porras en homenaje Mons Mariano Martí: Nuestra historia está preñada del aporte de la Iglesia

Fue un hombre a la medida de su tiempo, sin añoranzas de un pasado más placentero. ¿Cómo pudo afrontar tal situación?

PALABRAS EN HOMENAJE A MONS. MARIANO MARTÍ, EN EL 250 ANIVERSARIO DEL INICIO DE LA VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE CARACAS, EN LA SESIÓN SOLEMNE DE LA ACADEMIA INTERNACIONAL DE HAGIOGRAFÍA, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO. Caracas, 5 de julio de 2022.

 

 

En el imaginario colectivo venezolano el largo período colonial es sinónimo de oscurantismo y atraso, razón por la cual, asumir el sello que nos dejó aquel tiempo parece borrarse en la nebulosa del tiempo. Sin embargo, no hay nada más lejano a la realidad. La amalgama de culturas que se forjaron en los tres siglos de dominio hispano está en la base de nuestra identidad como pueblo y a él le debemos mucho. Más aún, en los genes de la venezolanidad están una serie de rasgos que permanecen intactos en el hoy de nuestras gentes. Por supuesto, como toda obra humana está teñido de luces y sombras, en las que las primeras sobresalen y con creces para bien de nuestra manera de ser y actuar.

 

Nuestra historia está preñada del aporte de la Iglesia, a través de los misioneros y la acción de la iglesia oficial que bajo las directrices del patronato regio formaron una yunta con la actuación de la autoridad civil. Somos el producto de una cultura que entrelaza ambas instituciones. En palabras de Bolívar “la unión del incensario con la espada de la ley es la verdadera arca de la alianza”. Lo que hoy es Venezuela es también un mosaico de culturas primigenias y del mestizaje con rasgos propios que distingue a lo que fue la primitiva provincia que llevó el nombre de Venezuela, el oriente bajo el sello insular de San Juan de Puerto Rico y el influjo de las Antillas menores, y el occidente andino y zuliano con semejanzas mayores con la cultura virreinal santafereña. La unidad política, judicial, económica y religiosa llegó en los años agónicos del período colonial, manteniendo sus marcadas diferencias al inicio del periplo republicano a comienzos del siglo XIX.

 

La historia eclesiástica de nuestro territorio tiene también los estigmas de la diversa influencia de las iglesias madres que custodiaron y guiaron su devenir. El centro norte costero desde las riberas del río Unare hasta las áridas tierras de la península de la Goajira, sin límites ciertos hacia el sur, es el útero nutricio de la venezolanidad. Allí se aposentó el obispado de Coro trasladado en el siglo XVII con la denominación de Obispado de Caracas y Venezuela a la sultana del Ávila. El oriente y sur hasta las tierras amazónicas pertenecieron hasta finales del siglo XVIII, al obispado de San Juan de Puerto Rico con la curiosa y única nomenclatura de anejos continentales, en evidente contradicción con la jurisprudencia de las Siete Partidas ya que las islas no generan dependencia de las tierras continentales sino al contrario. Y, el occidente, fue frontera eclesiástica del vasto espacio del arzobispado neogranadino, desprendiéndose de la sede virreinal en coincidencia temporal con la creación de la Capitanía General de Venezuela (1777), al erigirse en 1778 el obispado de Mérida de Maracaibo.

 

El siglo de las luces, lo fue también en la mente y actuación de los prelados que rigieron el obispado de Caracas. Fueron los tiempos de la incipiente modernidad que se abría paso en el mundo occidental. Sobresalen en el campo eclesiástico el Dr. D. Juan José de Escalona y Calatayud (1718-1729), natural de La Rioja, alumno del Colegio San Bartolomé de la Universidad de Salamanca. A él se debe la elevación del seminario a rango de universidad real y pontificia por Real Cédula del 22 de diciembre de 1721 y Bula del 18 de diciembre de 1722, hace justamente trescientos años. A mediados del siglo, en 1756 ocupará la sede caraqueña el extremeño natural de Badajoz, Diego Antonio Díez Madroñero hasta su muerte en Valencia en 1759. Mons. Navarro lo califica como “provisto de no escasa erudición[1]. Había estudiado en Toledo y ejercía el cargo de vicario general en la diócesis de Alcalá antes de ser designado obispo. Metódico y celoso, exigente en el comportamiento casi monástico de los habitantes de su extensa diócesis, se ocupó de levantar el mapa de la ciudad y rebautizar el nombre de las calles con santos y apelativos religiosos. Nos dejó interesantes documentos con datos de primer orden para conocer el estado y la cultura de sus habitantes. Se preocupó por la atención a los desposeídos y la atención al hospital de los lazarinos. Un clásico exponente del reformador conservador de entonces.

 

Producto de sus visitas pastorales hechas con tino y sagacidad, el obispo extremeño levantó expediente al padre del Libertador por su vida libertina y abusos de toda índole. Alejandro Moreno Olmedo, salesiano, publicó interesante libro en el que se ponen de manifiesto numerosos rasgos de vida cotidiana que perduran en nuestra sociedad actual, sobre la pesquisa que levantó el obispo Díez Madroñero. El título lo dice todo: “Pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal. Expediente a Don Juan Vicente de Bolívar”. No me resisto a transcribirles la nota explicativa del autor: “No se trata simplemente de un documento jurídico del pasado como daría a entender su forma, sino del pleno mundo viviente de todo un pueblo que, convocado por la exigencia ética y vital de resistir a los insoportables abusos del poderoso, se le enfrenta con temor y valentía, audacia y pavor, apoyándose en un ilustre visitante, desplegando así, como en un gran fresco, la imagen de toda la sociedad venezolana de una época que, quizás, no sea en sus rasgos esenciales muy distinta de la de nuestros días[2].

 

Lo sucede en la sede episcopal caraqueña el catalán Mariano Martí, natural de Brafim, arzobispado de Tarragona, donde vio la luz en diciembre de 1721 hace trescientos años. Estudió en la universidad de Cervera en la provincia de Lérida, graduándose en ambos derechos y ocupando el honroso cargo de provisor y vicario general del arzobispado de Tarragona. Buen aprendizaje para la futura misión que le sería confiada allende los mares. Nombrado obispo de Puerto Rico, tocó por primera vez tierra venezolana en La Guaira donde vino a recibir la ordenación episcopal de manos de Mons. Díez Madroñero en enero de 1762. Pasó de una vez a realizar visita pastoral a Cumaná, pero regresaría a mediados de 1764 hasta 1766, repasando buena parte del territorio: isla de Margarita, Cumaná y Barcelona, las misiones franciscanas de Píritu, en la antigua Guayana contempló la obra de los capuchinos catalanes, sus paisanos, e incursionó hasta las orillas del Orinoco medio a tierras confiadas a los jesuitas. En aquellos parajes contrajo unos herpes generales que minaron su salud y lo llevó, más tarde, a solicitar su remoción del clima insular caribeño, concretándose en el traslado a Caracas a la muerte de Díez Madroñero, en 1770 hasta su fallecimiento en Caracas en febrero de 1792.

 

Podemos afirmar que el único obispo del período colonial que recorrió buena parte de lo que hoy es Venezuela, fue Mariano Martí. Pudo así comprobar el mosaico de culturas de lo que décadas más tarde tendría unidad geográfica y política. Si bien su fama lo hace trascender en la historia por la visita pastoral realizada al obispado del que conocemos sus prolijas actas que son el mejor retrato integral de la Venezuela de finales del siglo XVIII, existen otras razones de peso para valorar integralmente su legado. Es bueno acotar lo que señala el Padre Lino Gómez Canedo: “sería errado pensar que todo su renombre lo debe a la famosa visita. Aun sin ella, su gobierno hubiera figurado entre los más notables de la historia eclesiástica de Venezuela… Martí fue hombre de gran integridad moral y de una entera dedicación al cumplimiento de sus deberes pastorales. Celoso del bien de las almas y celoso de su autoridad y derechos, dos sentimientos que suelen andar juntos en muchos gobernantes de mérito relevante, persuadidos, al parecer, de que sólo ellos pueden enderezar correctamente las cosas. Prueba de lo difícil que es lograr un perfecto equilibrio en las acciones humanas[3].

 

En sus relaciones con las autoridades civiles no encontramos mayores roces, algo remarcable porque durante el período colonial fueron frecuentes los desencuentros ya que existieron tensiones entre ambas jurisdicciones pues el derecho indiano le concedía a cada una de ellas cierta vigilancia sobre la otra. Fueron mayores las divergencias con algunos religiosos exentos, negándose a ser visitados y controlados por el obispo, asunto que trascendió a las autoridades peninsulares. Su pontificado coincide con los cambios geopolíticos y sociales promovidos por el monarca Carlos III respecto a las colonias de ultramar. Martí estuvo atento a esos cambios; por ejemplo, se preocupó por las consecuencias negativas del establecimiento de la Intendencia, por razón de las medidas tributarias; estuvo a favor del libre comercio y apoyó las gestiones que se hicieron ante el rey para conseguir facilitar este rubro, teniendo en mente el progreso y bienestar de sus fieles.

 

A lo largo de doce años que duró la visita, pasó por más de trescientas cincuenta poblaciones, levantó censos y recogió infinidad de datos que constituyen el mejor retrato de la vida cotidiana de entonces. Algún autor califica la obra de Martí sin parangón en toda la extensión de las colonias americanas. Elogio que considero acertado porque una de mis aficiones, frustradas por la falta de tiempo, ha sido y es, la de publicar algún día, un pequeño tratado sobre la visita pastoral desde la teología y la historia, a través de numerosos ejemplos de obispos latinoamericanos de todos los tiempos que se distinguieron por ser auténticos misioneros en el contacto directo con las comunidades a su cargo. Los materiales que conservó son numerosos. Martí está a la altura del santo obispo Toribio de Mogrovejo quien hizo visita pastoral desde el norte de Chile hasta el istmo de Panamá que formaban parte, entonces, hablamos de finales del siglo XVI, del inconmensurable territorio del arzobispado limeño. Está a la altura de prelados contemporáneos suyos que han pasado a la historia por los informes de sus visitas pastorales.

 

En los numerosos tomos que recogen las actas de los concilios o sínodos del mundo hispánico desde el Concilio de Elvira, población cercana a Granada a comienzos del siglo IV, pasando por los dieciocho concilios de Toledo entre los años 397-702, otros de las diócesis visigóticas o las que estuvieron fuera del dominio musulmán en la península ibérica, se encuentran menciones a la obligación episcopal de realizar visita pastoral a su jurisdicción. La confusión de algunos prelados-señores feudales, en el ejercicio de la responsabilidad eclesiástica con relación directa con el poder temporal, llevó a descuidar dicha obligación y delegarla en subalternos. Esa práctica alejó a los obispos y abades de su gente; en ocasiones, se tenía el título y beneficio de un obispado sin siquiera tener residencia en su territorio.

 

Curiosamente esta situación llamó la atención a varias comunidades de clérigos y fieles, conscientes de reclamar la presencia física y afectiva de sus prelados. Desde finales del siglo XV y comienzos del XVI principalmente de la Península ibérica, la ebullición de los cambios que se estaban produciendo en el mundo europeo exigían abrir nuevos horizontes y tocaron la sensibilidad de comunidades deseosas de mayor autenticidad eclesiástica. Uno de esos concilios provinciales fue el de Tarragona de 1516, años antes del cisma luterano y de la convocatoria al Concilio de Trento, que contó precisamente con el apoyo de la corona española y de teólogos de Salamanca y Alcalá.

 

Más allá de las consideraciones doctrinales del Concilio de Trento en su última etapa legisló acerca de las reformas disciplinares en la sesión XXIV, conocida como la sesión “de reformatione”. En uno de sus capítulos referido a los obispos se les exige, en primer lugar, la obligación de residencia dentro de su obispado y se le conmina a realizar la visita a su diócesis, si no era posible en un año, al menos, recorrerla cada dos años. Se indicaba, además, que esta visita debía hacerse personalmente y no por visitadores delegados, a menos que hubiese razones suficientes para ponerla en manos de otro.

 

La legislación romana fue precisando en fechas posteriores al término del concilio ecuménico, la obligación de enviar a la Santa Sede, relación quinquenal de la vida de la diócesis. Estas disposiciones canónicas fueron asumidas por la corona española en las leyes de Indias, poseedoras del patronato regio concedido a los Reyes Católicos. Los obispos del nuevo mundo lo hacían a través de las instancias regias pues el contacto de ellos con los Papas tenían que pasar por el tamiz de las autoridades de la Corona y de la Nunciatura de Madrid. De allí la importancia que tiene el Archivo General de Indias de Sevilla, donde reposan la mayor parte de documentos relativos a la América Hispana hasta finales del siglo XVIII. Los de las últimas décadas de la dominación colonial están en el Archivo General de Madrid y en el de Simancas. Por tanto, lo correspondiente a Mariano Martí hay que buscarlo en Sevilla. Personalmente he rastreado en los archivos de Santo Domingo y de San Juan de Puerto Rico, sin éxito. En el Archivo Secreto Vaticano, hoy Archivo Apostólico, es muy poco lo que he podido encontrar sobre la Venezuela colonial, ya que lo relativo a nuestra tierra hay que hacerle seguimiento en los archivos de las Audiencias de Santo Domingo y de Santafé de Bogotá, siendo hasta ahora infructuosas las pesquisas que hemos realizado.

 

Como nos refiere de nuevo el Padre Lino Gómez Canedo, “la visita pastoral era una especie de inspección de carácter eclesiástico que abarcaba unas cuantas cosas esenciales y otras más o menos opcionales, dependientes de la meticulosidad y celo del visitador[4]. Esto último no faltó nunca en Martí, pero sí, dada la precariedad de medios y personal que lo asistiera, contó con escuálida comitiva y en condiciones que solo su capacidad de aguante y voluntad de servir, lo hizo superar numerosos escollos, que entre otras, detereoraron su salud. El decreto de visita constaba de una instrucción general de dieciocho artículos que debían ser contestados por los curas y servían de guía para los borradores del obispo y sus asistentes, quienes añadían luego otros asuntos de interés.

 

No me detengo en la descripción detallada de la extensa visita, asunto desarrollado por quienes han investigado y escrito sobre la misma. Dada la razón de ser de esta Academia, con hincapié en la hagiografía, en la vida de quien consideramos que tienen rasgos suficientes para ser presentado como modelos de vida cristiana, es más útil, así lo creo, preguntarnos sobre la actualidad o incidencia de aquel pasado en los tiempos que corren. La concepción de la historia como simple narración del tiempo ido es de poca utilidad, y quedaría como reducto de investigadores y especialistas. Considero más trascendente preguntarnos si Mariano Martí tiene algo que decirle y exigirle al ciudadano y al creyente de hoy, del siglo XXI.

 

Estudiar a Mariano Martí es zambullirnos de lleno en la vida cotidiana del siglo XVIII de la provincia eclesiástica de Caracas. La cotidianidad analiza las costumbres, los comportamientos y los sentimientos de honbres y mujeres en la sociedad dentro de un tiempo y espacio determinado. Siguiendo a Fernand Braudel cada época está animada por una mentalidad colectiva dominante que penetra toda la masa de la sociedad. “La historia no es otra cosa que una constante interrogación a los tiempos pasados en nombre de los problemas y curiosidades, e -incluso las inquietudes y las angustias- del presente que nos rodea y nos asedia[5]. Es la categoría del largo tiempo, de la “longue durée”, que nos devela desde el pasado el presente que vivimos.

 

A Mariano Martí le tocó vivir en tiempos de cambios profundos en el mundo, en la política, en el pensamiento, en la adaptación a las exigencias del desarrollo científico y tecnológico, a los requerimientos de una vida cristiana más auténtica y austera. Fue un hombre a la medida de su tiempo, sin añoranzas de un pasado más placentero. ¿Cómo pudo afrontar tal situación? Con una preparación adecuada en el hogar y en la academia, con olfato para asumir y hacerse a la realidad que le tocó en suertes. Las diferencias entre su terruño nativo, la inquieta y pujante Cataluña, contrasta con la realidad americana en colonias de segundo rango: la isla de Puerto Rico, los anejos continentales del oriente venezolano, y la dispersa e incomunicada provincia del norte caribeño, lo que no le arredraron el ánimo. Supo tomarlos para sí e intentar colaborar con las reformas financieras, judiciales y comerciales, en los que el papel de obispo en una sociedad estamentaria, lo hizo procurar el sentido de justicia y equidad, nada fácil. Eso le ganó fama y prestigio, aunado a su vivir austero y sencillo. Las acotaciones en las actas de visita señalan esta balanza teniendo como norte el bien común. Señala fallas a la gente humilde pero también a los principales de pueblos y aldeas.

 

En Mariano Martí podemos ver un precursor de la conciencia ecológica tan en boga hoy. La descripción del paisaje iba acompañada del buen sentido del uso del medio ambiente, y a ello exigía a los curas poner atención. La descripción de las viviendas, y principalmente de los templos, capillas y ermitas, cementerios, modestos la mayoría, testigos de la arquitectura colonial de las iglesias que hoy son motivo de orgullo, la provisión de imágenes, ornamentos y mobiliario, tuvieron en él, un custodio y cultor de la belleza. Estableció escuelas públicas, visitó los pocos centros de salud, en componenda con la autoridad civil, pues eran pocos los de su directa competencia, creó parroquias, dio instrucciones a las cofradías y obras pías.

 

La condición de eclesiástico no desdice en absoluto de su conducta personal. Intachable, piadoso, cumplidor de sus deberes religiosos, y exigente con los fieles en el cumplimiento de las obligaciones de “buen cristiano”. Samaritano y misericordioso con las lacras que encuentra en diversos lugares, teniendo a buen resguardo no dar publicidad a ciertos datos para salvaguardar la buena fama y reputación de los indiciados. En definitiva, amante de la verdad y prudente en el calificar la conducta de las personas, recibidas por denuncias o confidencias de la gente.

 

Un rasgo que descubro siguiendo la senda de Mariano Martí es encontrarnos con un pastor con olor a oveja. Viene de San Juan a Caracas por su maltrecha salud para reposar en el clima más benigno en las faldas del Ávila. Luego de un primer año de relativa quietud, emprende una penosa y fatigosa visita de doce años pasando por todos los climas de la geografía venezolana. Temperaturas cálidas en la mayor parte del recorrido. Caminos a pie en fragosos parajes, descanso obligado en desvencijada hamaca o chinchorro a la intemperie. Personal escaso para las múltiples labores pastorales y logísticas. No hay frases en sus largas actas que denoten aburrimiento o queja. Por el contrario, sigue adelante, preocupado por el bien de la gente que encontraba a su paso. Se le puede parangonar con las palabras del Papa Francisco a los obispos de hoy: “sed pastores con olor de las ovejas, presentes en medio de vuestro pueblo como Jesús Buen Pastor. Vuestra presencia no es secundaria, es indispensable. ¡La presencia! La pide el pueblo mismo que quiere ver al propio obispo caminar con él, estar cerca de él. Lo necesita para vivir y para respirar. No os cerréis. Bajad en medio de vuestros fieles, también en las periferias de vuestras diócesis y en todas esas periferias existenciales donde hay sufrimiento, soledad, degradación humana[6]. El número de bautizos, confirmaciones, eucaristías, ordenaciones, son de gran cuantía y denotan una capacidad de trabajo envidiable y difícil de seguir. Seguramente no le era cómodo a sus secretarios, ayudantes y esclavos andar al ritmo de trabajo de su superior. Esta cualidad, mejor virtud, de Mariano Martí es exigencia para todo el que quiera o pretenda ser líder, dirigente, maestro. La sociedad de hoy está ayuna de hombres y mujeres que asuman cualquier cuota de poder, no como privilegio o prebenda, sino como servicio.

 

La minuciosidad en la descripción de los censos, estructura social, datos diversos de población, de estado de las fincas, que retratan mejor que cualquier otra estadística el estado de la sociedad, es virtud que sobresale en las actas de la visita. En sociedades opacas como las actuales en las que el acceso a la verdad y al estado real de las instituciones o personas, brillan por su ausencia, es una cualidad de Martí que puede ser modelo para que la abundancia de noticias contradictorias de hoy, alejan más que acercan al conocimiento que deberíamos tener para superar o mejorar el servicio a la sociedad.

 

En los libros de Martí encontramos el reflejo de la estructura social vigente en la colonia. Las categorías de hombres libres y esclavos son reflejo de esa estratificación, distribuidos en diversas categorías, con derechos y deberes disímiles. No existe hasta la legislación guzmancista otros censos y estadísticas que no provengan de los números suministrados por la Iglesia. En la visita de Martí, son valiosos estos datos de personas, animales y bienes en general. No existe posibilidad de progreso sin la base cuantitativa y cualitativa de la sociedad.

 

Por supuesto que la vida religiosa es la dimensión más desarrollada en las informaciones de la visita. Curatos, misiones, datos sacramentales, matrimonios, defunciones, atención a los enfermos y cuido de los cementerios. Las prácticas religiosas, las devociones y la religiosidad de la gente según la minuciosa normativa de la época trasciende hasta nuestros días en el amplio calendario festivo religioso, acompañado siempre de los festejos populares. La conservación de las tradiciones sigue vigente con las adaptaciones y cambios del paso de una sociedad eminentemente rural a la urbana y secularizada de nuestros días.

 

Decíamos al comienzo que la opacidad del tiempo colonial no ha permitido valorar a cabalidad lo que aquel tiempo nos legó. Martí no es una excepción. Su legado escrito y la memoria viva en muchos lugares por las huellas de su paso, fue descubierto y tomado en cuenta en tiempos más bien recientes, en el siglo XX, gracias a la acuciosidad de investigadores e intelectuales como Caracciolo Parra Pérez, la Academia Nacional de la Historia y algunos frailes historiadores capuchinos. Pero esta información no ha permeado en la sociedad ni en la Iglesia. Gracias a Dios, en ocasión del 250 aniversario del inicio de la visita pastoral de Mariano Martí, han surgido iniciativas para no dejar pasar esta efemérides. La diócesis de La Guaira ha elaborado amplio programa que incluye trabajos de investigación, celebraciones en los pueblos por él visitados y concientización a los fieles sobre su persona y su enseñanza.

 

La Arquidiócesis de Caracas se ha sumado también con una hermosa exposición en el Palacio Arzobispal que ha sido visitada por buen número de personas. En el Archivo Histórico Arquidiocesano se están recogiendo información dispersa en las diversas secciones del repositorio con miras a publicar tanto en el Boletín como en alguna de las colecciones el fruto de esta indagación. Celebraciones litúrgicas en su memoria ante los restos que reposan en la catedral metropolitana. Son iniciativas que hay que aplaudir pero hay mucho más que deberíamos hacer.

 

Felicito a la Academia Internacional de Hagiografía por la iniciativa de esta sesión solemne que es solo un hito que irá acompañado de varias publicaciones que tiene en mente su directiva. La memoria activa, la que es fecunda porque se traslada hacia el futuro es signo de esperanza y de creatividad. Necesitamos un transitar dialéctico, de ida y vuelta, de una historia y una teología, de una antropología y una cultura cotidiana, de un de a un en la vida y en la historia. Solamente encarando la simultaneidad de un de y un en la historia y la vida, se corresponde razonablemente al desafío de dar razón de nuestra esperanza hoy[7]. “La auténtica opción por los más pobres y olvidados, al mismo tiempo que nos mueve a liberarlos de la miseria material y a defender sus derechos implica proponerles la amistad con el Señor que los promueve y dignifica[8]. Mariano Martí fue y es un ícono de la Venezuela profunda que anhelamos resurgir. Es nuestra tarea. Señores.

 

[1] Nicolás Eugenio Navarro. Anales Eclesiásticos Venezolanos, p. 170.

[2] Alejandro Moreno Olmedo. Pastor celestial, rebaño terrenal, lobo infernal. Expediente a Don Juan Vicente de Bolívar. Bid & C. Editor. 2006.

[3] Obispo Mariano Martí. Documentos relativos a su visita pastoral de la Diócesis de Caracas (1771-1784) Tomo I. Libro persona. Estudio preliminar y coordinación por Lino Gómez Canedo, OFM. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. Fuentes para la historia colonial de Venezuela, 95. Caracas 1998. P. XXIV.

[4] Ibidem. p. XL.

[5] Fernand Braudel. El Mediterráneo. El espacio y la historia. FCE. 1992, pp. 7-8.

[6] Papa Francisco. La alegría de servir. Paulinas 2014. p. 43.

[7] Cfr. Centro Teológico Manuel Larraín. Teología de los signos de los tiempos latinoamericanos. Ediciones Universidad Alberto Hurtado. Santiago de Chile 2013. pp. 129 y ss.

[8] Papa Francisco. Querida Amazonía 63.

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