Lecturas recomendadas

«Nulla Scriptura»

¿Qué hay del punto de vista de que no es que la tradición sea necesaria, sino que la tradición debería ser suficiente y las Escrituras deberían ser innecesarias?

Michael Pakaluk, estudioso de Aristóteles y ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino:
Los católicos están familiarizados con los argumentos de que, con seguridad, además de la Sagrada Escritura, se necesita la «tradición sagrada» como regla para la fe. ¿No es necesaria la autoridad de la Iglesia para determinar qué cuenta en absoluto como Escritura («el Canon»)? Aquellos que niegan esto—que tal autoridad, la “sucesión apostólica,” que es explicada en la tradición (Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía) sea necesaria —  arguyen que la misma no está en las Escrituras.

 

Lógicamente, la Escritura no puede determinar su propio Canon. Más aún, la afirmación protestante de la sola scriptura («solo por las Escrituras») es contradictoria, ya que tal afirmación tampoco se puede encontrar en las Escrituras.

Pero, ¿qué hay del punto de vista más fuerte, de que no es que la tradición sea necesaria, sino que la tradición debería ser suficiente y las Escrituras deberían ser innecesarias? Llamemos a esto nulla scriptura («sin Escrituras»).

Este punto de vista aparece en embrión en un brillante tratado del dominico Melchor Cano, Fuentes Teológicas (De Locis Theologicis, Salamanca, 1562). Cano argumenta, con razón, que la Iglesia es más antigua que la Escritura; que el Señor no escribió libros ni ordenó a los Apóstoles que escribieran libros, sino que les ordenó predicar; que muchos asuntos que deben ser sostenidos por los cristianos no se encuentran explícitamente en las Escrituras (como lo de las “tres personas iguales en una misma naturaleza”).

Y luego, señalando que Pablo y Juan en sus cartas se refieren a las enseñanzas que han transmitido, pero que no han puesto por escrito, Cano llega a una poderosa conclusión. Tenemos solo dos epístolas de Pedro, dice, y, sin embargo, sabemos que Pedro estuvo siete años en Antioquía y 25 años más en Roma:

Entonces, ¿no enseñó él nada, mediante lo que dijo, además de lo que dejó por escrito en estas dos epístolas? ¿Qué quiere usted decir? Andrés, Tomás, Bartolomé, Felipe, — ¿no fundaron ellos, sin ninguna escritura en absoluto, sino sólo por lo que decían, iglesias donde fueron enviados, y donde permanecieron, en continuidad con la fe y con nuestra religión? Convengamos, por lo tanto —ni siquiera nos es dable negarlo— en que la doctrina de la fe no está escrita en su totalidad, sino que, en parte, se ha transmitido en palabras habladas provenientes de los apóstoles”. [Énfasis del autor]

Esa es la frase, “sin ninguna escritura en absoluto”. Esa fue la condición de la Iglesia primitiva durante al menos treinta años.

Entonces encontré este punto de vista declarado en su totalidad en la maravillosa serie de San Juan Crisóstomo de 90 homilías sobre Mateo. Así es como  él comienza: 

Ciertamente, nos vendría bien no necesitar en absoluto la ayuda de la Palabra escrita, sino exhibir una vida tan pura, que la gracia del Espíritu estuviere, en lugar de libros, en nuestras almas; y que, así como estos están escritos con tinta, así también nuestros corazones deben estarlo con el Espíritu. Pero, puesto que hemos desechado por completo esta gracia, abracemos, a todo evento, el segundo mejor camino.

El santo señala que Dios habló en términos familiares con Noé, Abraham, Job y Moisés, sin ningún escrito. Más aún, el Dios Encarnado no dio escritos a los Apóstoles, como podría haberlo hecho, sino que les prometió y les dio el Espíritu.

Si tal es el caso, entonces ¿por qué tenemos las Escrituras en lo absoluto? Por la misma razón, dice él, por la que Moisés bajó las tablas, por nuestra maldad: “como, con el correr del tiempo, unos naufragaron en doctrinas, otros en cuanto a vida y costumbres, de nuevo hubo necesidad de que estas les fueran recordadas mediante la palabra escrita.”

Todo lo cual sólo subraya ahora la importancia, dice Crisóstomo, de estudiar las Escrituras: “Reflexionen, pues, cuán grande mal es para nosotros —que debemos vivir tan puramente que ni siquiera necesitemos palabras escritas, sino entregar nuestro corazón, como libros, al Espíritu—ahora, que hemos perdido ese honor, y hemos llegado a tener necesidad de estos, fallar nuevamente en emplear debidamente  incluso este segundo remedio.”

Y añade, para animar aún más a su rebaño: “Porque si es una culpa estar necesitados de palabras escritas, y no haber traído sobre nosotros la gracia del Espíritu; consideren cuán grave es la acusación de no elegir sacar provecho incluso después de esta ayuda, sino, más bien, tratar con descuido lo que está escrito, como si hubiera sido arrojado sin propósito y al azar, y así traer sobre nosotros, aumentado, nuestro castigo.”

Todo esto tiene sentido. El Espíritu está con nosotros ahora, tan seguramente como el Hijo estuvo con nosotros en la fundación de la Iglesia. Pero, ¿por qué Su presencia no es suficiente para nosotros en la práctica, tanto como en principio?

No podemos volver a las primeras décadas de la Iglesia, pero podemos pensar en la vida cristiana, como estratificada. Imagine, primero, todo lo escrito eliminado de su vida; no solo la Biblia, sino también los escritos de los Concilios; es decir, la tradición escrita desde entonces. Todavía tiene usted riquezas considerables. ¿Hace usted el mejor uso de ellas?

¿Que quiero decir? Quiero decir que usted conoce el Credo de los Apóstoles, las oraciones básicas, el Rosario. Puede ir al tabernáculo y en verdad orar ante el Señor. Inmediatamente, usted se dará cuenta de que necesitará orar mucho más, para familiarizarse más con Dios. También, necesitará mortificarse constantemente, para crear aperturas para el Espíritu.

Usted tiene ejemplos de los santos, cuyas vidas usted conoce. Probablemente conoce milagros entre sus amigos. Incluso la mera existencia de los obispos, cualquiera que sea su santidad, da testimonio de la realidad de la fundación de la Iglesia. Cualquier sacerdote da testimonio de la institución de la Eucaristía.

Y usted tiene los sacramentos.

Trate de vivir así en el Espíritu. Sume ahora la Escritura y la tradición escrita. Por supuesto, estos estratos no son etapas en el tiempo ni pueden aislarse, sino que cada uno está destinado a ayudar al otro.

Podría argüirse que la  sola scriptura — esa pesadilla de tener que comprender la fe y la Iglesia— podría parecer una regla necesaria para los reformadores protestantes, solo porque los católicos no estaban viviendo obviamentenulla scripture, suficientemente la fe.-

MIÉRCOLES, 6 DE JULIO DE 2022
Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:
Sobre el Autor:
Michael Pakaluk, estudioso de Aristóteles y ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino, es profesor en la Busch School of Business de la Universidad Católica de América. Vive en Hyattsville, MD con su esposa Catherine, también profesora en la Escuela Busch, y sus ocho hijos. Su aclamado libro sobre el Evangelio de Marcos es  Las Memorias de San Pedro. Su nuevo libro, La voz de María en el Evangelio de Juan: Una nueva traducción, con Comentario,  ya está disponible.

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