Aclaratorias después de «DOBBS»
La reciente decisión Dobbs de la Corte Suprema es un regalo que sigue dando de sí. Y uno de sus beneficios es la claridad; especialmente, a la luz de Juan 8:32. La verdad puede no ser bienvenida. Puede hacernos sentir incómodos, o algo peor. Pero nos hace libres; libres para ver el mundo como realmente es, y libres para hacer algo al respecto. A continuación, algunos asuntos aclarados por Dobbs, desde el 24 de junio.
Primero: El “unum”, en “E pluribus unum”, significa cosas muy diferentes para diferentes personas. La política estadounidense siempre ha sido desordenada. Pero generalmente se ha conducido dentro de límites de decencia ampliamente aceptados. La mayoría de la gente ha asumido que todos estamos juntos en esta cosa llamada «nación». Eso ya no es cierto. La ferocidad del abuso verbal, el desafío a la ley, las profanaciones de iglesias, la ira callejera y la intimidación desatada por la decisión Dobbs resaltan un hecho simple. Decenas de millones de estadounidenses ya no habitan el mismo planeta moral. Sus diferencias son demasiado profundas. Los llamados a “unirse” como “un solo pueblo” son incoherentes cuando la unidad se define por una ideología de izquierda excluyente en un solo partido.
Segundo: La amenaza de un inminente “¡Fascismo! ¡Al doblar la esquina!» – una ansiedad atesorada, de la Época Oscura de Trump – podría, extrañamente, hacerse realidad. Pero no desde la dirección que usted pensaba. El Sr. Trump, con su estilo vulgar y múltiples fallas, tuvo sin embargo el efecto de una lámpara solar o una medicina desagradable respecto de un forúnculo desagradable: atrajo toda la histeria, el fanatismo y la arrogancia del pensamiento progresista incondicional a la superficie de la piel, donde el forúnculo y su veneno reventaron.
Eric Voegelin, el distinguido filósofo político que huyó de la Alemania nazi, señaló que el progresismo, el marxismo, el fascismo y el nacionalsocialismo comparten el mismo ADN familiar. Todos son variantes del mismo intolerante impulso religioso gnóstico. Cada uno, a su manera repudia el discurso público racional, e insiste en lo que Voegelin llamó una “prohibición de preguntar”. No importa que la decisión Roe v. Wade de 1973 estuviera mal razonada y no tuviera relación alguna con la Constitución. No importa que hubiera inventado de la nada un nuevo “derecho”. Roe tenía la santidad de la revelación divina. Desafiarla demostraba la maldad de uno, sin la necesidad de un tedioso debate.
Tercero: Humpty Dumpty es dueño de la marca comercial de la palabra «devoto». Cualquiera que esté familiarizado con los cuentos de hadas recordará a Humpty Dumpty. ¿Quién podría olvidar (al menos uno de nosotros no lo ha hecho) su punzante perspicacia política? “Cuando digo una palabra, significa exactamente lo que digo que significa, ni más ni menos”. Resulta que los católicos Devotos™ pueden decir y hacer prácticamente lo que quieran — sin dejar de ser Devotos™ a salvo—, siempre y cuando permanezcan fieles a sus sentimientos y sean muy, muy sinceros, al respecto.
Recordemos todas esas voces religiosas ansiosas por deshacerse del ogro Sr. Trump y esperanzadas con un día mejor con Joe Biden, como nuestro segundo presidente católico (obsérvense las pruebas A, B, C, entre muchas otras). Felizmente, las acciones del Sr. Biden no decepcionan. A pesar de su torpeza económica, del caos fronterizo, de los problemas de memoria y de las tarjetas de referencia en las conferencias de prensa, su comportamiento es obviamente Devoto™ en el sentido de marca registrada. Los medios de comunicación han estado pendientes de capturarlo llevando puestas sus cenizas de Cuaresma, cargando su Rosario, y en momentos de oración privada.
Su fe católica Devota ™ respalda su vigoroso apoyo al aborto permisivo, sus esfuerzos ejecutivos para preservar el acceso a la «interrupción» del embarazo y, por supuesto, el letargo de su administración, a pesar de la ley federal, en la protección de los hogares de los jueces de la Corte Suprema que derogaron a Roe. La Speaker Nancy Pelosi, cruelmente castigada por el obispo de su ciudad natal a causa de sus propios actos católicos Devotos™, puede explicar estos misteriosos caminos del Espíritu con mayor detalle.
Hasta aquí, por lo que respecta a un poco de claridad. ¿Qué hacemos con ella?
La ira es la respuesta lógica. Y está merecida. Pero la ira es peligrosa. El filósofo romano Séneca describió la ira como “la más horrible y frenética de todas las emociones”, obstinada por naturaleza y ávida “de reparación en sangre”. Es adictiva, porque puede sentirse (y ser) tan apropiada.
Jesús mismo mostró ira justificable en múltiples ocasiones del Evangelio; especialmente, cuando se trataba de fraudes. Por lo tanto, la ira puede ser exactamente la respuesta adecuada al mal comportamiento, incluso en nuestros líderes públicos. Lo difícil está en odiar los pecados, pero no al pecador; en evitar que la ira de uno se transforme en un hábito. Pero estamos obligados a hacer precisamente eso.
En su declaración pastoral de 1998 Viviendo el Evangelio de la Vida, escrita en un momento en que parecía poco probable que Roe fuera derogada, los obispos de EE. UU. enfatizaron que
Estados Unidos ha prosperado porque, en el mejor de los casos, encarna un compromiso con la libertad humana, los derechos humanos y la dignidad humana. Pero el éxito a menudo lleva las semillas del fracaso. . . Estamos ahora siendo testigos de la reestructuración gradual de la cultura estadounidense, conforme a ideales de utilidad, productividad y rentabilidad. Es una cultura donde las cuestiones morales se sumergen en un río de bienes y servicios, y donde el mal uso del marketing y las relaciones públicas subvierten la vida pública.
Los perdedores en este cambio radical ético serán los ancianos, los pobres, los discapacitados y los políticamente marginados. Ninguno de estos pasa la prueba de utilidad; y, sin embargo, al menos tienen una presencia. Al menos tienen la posibilidad de organizarse para ser escuchados. Los que no han nacido, los enfermos y los enfermos terminales no tienen esa ventaja. No tienen “utilidad”, y peor aún, no tienen voz. Conforme jugamos con el principio, el fin, e incluso con la estructura celular íntima de la vida, jugamos con nuestra propia identidad como nación libre dedicada a la dignidad de la persona humana.
Los católicos y otras personas bondadosas comprometidas a hablar por el niño nonato y por los mejores ideales de Estados Unidos, pasaron cinco décadas trabajando para este momento posterior a Roe. Lo hicieron, a pesar del sesgo sistemático de los medios, la intensa propaganda del «derecho al aborto» y las dudas, las críticas y los sermones piadosos de un coro de correligionarios avergonzados. Nada ha cambiado. . . . excepto que, al menos, Roe está ahora completamente muerto. El trabajo continúa, porque debe continuar.-
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