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Historia sencilla y veraz

Cuando se enseña el verdadero espíritu de la Navidad en el seno de la familia, se da una catequesis para la vida

Alicia Álamo Bartolomé:

 

El 25 de diciembre es una fecha con demasiada carga espiritual y festiva como para que pase inadvertida. Además, comercialmente explotada, tiene sobre todo mucha resonancia visual y auditiva que colma la ciudad. Pero el 25 de diciembre tiene un significado profundo y trascendente para el cristiano, puede celebrarlo en el silencio de su alma, sin tanta parafernalia, pero con un goce más íntimo y real: ¡es el cumpleaños del Niño Jesús!

 

El Hijo de Dios, el Verbo, se hace hombre en el vientre de la Virgen María y nace, bajo la solícita custodia de José, aquel 25 de diciembre de hace veintiún siglos, en el pesebre de la gruta de Belén. Nace en la pobreza, en la soledad, no lo acompañan sino una pareja humana y otra de bestias. Eso sí, nace en la Tierra, bien representada en los tres reinos de la naturaleza: le da techo el mineral en la piedra de la gruta, lecho el vegetal en la paja del pesebre y compañía y calor el animal en los cuatro seres vivientes.

 

Nace en la Tierra para redimir a la humanidad que la puebla, caída en el pecado original, en espera desde hace muchos siglos del   perdón. Siempre pienso en los pastores de aquella hora, se turnaban las vigilias sobre sus ovejas en los terrenos vecinos. Fueron los primeros en conocer la llegada del Mesías. Se la anunciaron los ángeles. Eran los más mínimos en la escala social, pero no se escandalizaron de que el Salvador llegara en condiciones tan precarias, muy parecidas a las suyas. Corrieron a rendirle homenaje con regalos muy sencillos salidos de su propio oficio: leche, queso, tal vez una pequeña manta de lana de oveja para cubrir al Niño. María y José recibieron esos presentes con agradecimiento y guardaban el gesto en el corazón para “ponderarlo” como dice la Escritura.

 

Esta sencillez navideña debería ser nuestro norte. Sin tantos afanes de celebración a todo lo alto. Una familiar con sus tradiciones de siempre: el nacimiento, el arbolito, la hallaca, los regalos, sobre todo para los niños, pero sin esos apuros económicos y angustiosos por conseguir lo más caro, vistoso y de moda. Nada de endeudarse para comprar los cotosos juguetes que anuncian por la pantalla chica y que, por supuesto, fascinan a los niños, convirtiendo el deseo en capricho. Lo mejor y recomendable es una Navidad en el hogar teniendo todo lo posible en lo material, que a lo mejor es muy poco, pero que se puede y debe llenar de valores espirituales.

 

Cuando se enseña el verdadero espíritu de la Navidad en el seno de la familia, se da una catequesis para la vida. Celebramos el nacimiento del Redentor que vino a devolvernos la gracia divina del Creador, rota en nosotros por el pecado. Digamos que Cristo nos hace volver a ser. Para celebrar el cumpleaños del Niños, los padres compran regalos para sus hijos a nombre de éste. Compran, no es que los trae el Niño, san Nicolás o santa Claus. Me molesta esta costumbre tradicional de engañar a los niños con una mentira en sus primeros años, ¿con que autoridad moral van a pedir los padres después que sean veraces? Si los niños saben la verdad y conocen la situación económica de sus padres, aunque les duela, entenderán por qué no vino el juguete caro. Si no lo entienden en su momento, lo entenderán después sin sentir la frustración del engaño, sino el amoroso afán de sus padres por darles lo mejor dentro de sus posibilidades.

 

En Costa Rica, donde viví unos años, me gustaba mucho como comentaban mis compañeras de escuela los regalos navideños: el Niño Jesús me trajo, de parte de papá y mamá, tal cosa; de parte de mis abuelos, tal otra… Sabían de dónde procedían los obsequios que, a propósito del cumpleaños de Jesús, el Hijo de Dios, recibían cada año. Una mucho más digna celebración en la verdad.-

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