En nuestro país, basta con mirar en Caracas al río Guaire, en Maracaibo al lago Coquivacoa, en Carabobo al lago de Valencia, así como los innumerables ríos que entretejen nuestra geografía y que vierten constantemente sus aguas contaminadas a las playas del mar y al océano. También es emblemático cómo nos relacionamos con nuestros ríos y playas, las aún habilitadas para el disfrute, dejándolas llenas de plástico y otros desechos, como territorio de nadie. Usar, consumir, descuidar y abandonar, ese es el modo en que los habitantes se relacionan con el medio ambiente. Una relación parasitaria.
Esta conciencia de sentir y acoger a la hermana agua vinculada a la vida, más allá de la utilidad, como un tú que tiene su propio peso, ha existido en las comunidades indígenas, es parte de su haber cultural; pero en muchos de sus miembros esa sensibilidad está trastocada y rota, dada la necesidad de sobrevivencia a la que han sido sometidos por el modelo económico extractivista, no solo en Venezuela, sino a lo largo y ancho de nuestra región y el mundo.
Hoy, defender los ríos, lagunas, lagos, mares y océanos se ha convertido en una actividad de alto riesgo para el movimiento global de derechos humanos con énfasis en lo socio ambiental, porque sus propuestas exigen un cambio de paradigma de desarrollo, lo cual requiere el diseño de modelos de producción energéticos y económicos más limpios, justos y sustentables. Trastoca, pues, la agenda económica de las grandes corporaciones globales, regulares e irregulares, que en connivencia con los Estados -o con mafias inescrupulosas vinculadas a este- viven de la depredación del planeta.
Recientemente se celebró en Portugal la Conferencia sobre los Océanos [1], primera cumbre mundial sobre el tema organizada por Naciones Unidas. Su realización es un signo positivo, porque significa que la comunidad internacional está tomando conciencia de que la salvación de la vida en el planeta pasa, necesariamente, por el cuidado de los océanos y que, al ser este un tema interconectado que vincula todos los flujos (quebradas, ríos, aguas subterránea, mares, etcétera), compromete a todos los Estados a replantear sus políticas internas respecto a las aguas y brinda, a la sociedad civil, un marco para incidir en políticas públicas y, muy especialmente, en la educación.
Tal como lo reseña National Geographic, citando a los organizadores del evento, «los océanos no son solo los pulmones del planeta, sino también su mayor sumidero de carbono: un amortiguador vital contra los impactos del cambio climático… Estas grandes masas de agua cubren el 70 % de la superficie del planeta, albergan el 80 % de las formas de vida de la Tierra y generan el 50 % del oxígeno que necesitamos para sobrevivir. Pero no solo eso: absorben hasta el 25 % de las emisiones de CO2 y capturan el 90 % del calor generado por esas emisiones». [2]
Por su parte, la organización ecologista Green Peace ha advertido que «el cambio climático, la pesca industrial, la minería submarina, las prospecciones petrolíferas o la contaminación y los plásticos nos han llevado a un estado crítico de la segunda fuente de oxígeno del planeta». [3]
En cuanto al plástico, uno de los elementos más contaminantes, la ONG The Gravity Wave señala que hay distribuido, en los distintos océanos, el equivalente a cinco islas de plásticos, lo que indica que urge la sustitución de este material para salvar la convivencia en el planeta: «Una isla de plástico consiste en una agrupación de residuos no biodegradables, en su mayoría plásticos que flotan y que se acumulan y forman extensas balsas flotantes de basura en la mayoría de océanos» [4], apunta la organización en su página web, en la que también muestra un video con las dimensiones de este problema. [5]
Como Iglesia, este asunto toca nuestra pastoral, porque no podemos pensar la fe de espaldas a los destinos de nuestra casa común. En la encíclica Laudato si, el papá Francisco recogió este clamor de la comunidad científica, de las organizaciones civiles y religiosas abocadas a esta misión, y ofreció orientaciones claras sobre el camino a seguir. Sin embargo, aún no ha sido asumida esta dimensión entre nosotros. Es necesario trascender las paredes del templo, reencontrarnos con la creación y la humanidad y descubrir el llamado que el Resucitado nos hace de trabajar por salvar, junto con otros, el planeta. Toca salir de las cuatro paredes y volver, como los discípulos, a la orilla del mar e ir mar adentro para escuchar el paso de Dios en el clamor de los mares y océanos. «Mira el gran mar, vasto en todo sentido, allí bullen en número incontable pequeños y grandes animales» (Sal 104, 25).
[2] https://www.
[3] https://es.greenpeace.org/es/
[4] https://www.thegravitywave.
[5] https://youtu.be/
8 al 14 de julio de 2022/ N° 152