Lecturas recomendadas

¿Qué le está pasando a la sociedad civil?

No hay salvación en la política, pero hay un mejor y un peor en términos humanos mundanos

Robert Royal es editor en jefe de The Catholic Thing:

El gobierno marxista de Nicaragua puso bajo arresto domiciliario a un obispo católico y a varios sacerdotes la semana pasada y cerró media docena de estaciones de radio católicas. Anteriormente prohibió cientos de organizaciones no gubernamentales (ONG), grupos de los que solíamos hablar como constituyentes de la «sociedad civil», es decir, las redes humanas donde la vida, en circunstancias normales, puede tener lugar en una comunidad real cara a cara, libre de injerencias políticas. Todos los regímenes marxistas o totalitarios –desde Nicaragua hasta China, desde Cuba hasta Rusia– tratan de suprimir y reemplazar estas formaciones naturales, especialmente la religión y la familia (la célula básica de la sociedad en el pensamiento social católico) porque tienen un potencial real para resistir las intrusiones del Estado.

Repúblicas bananeras pueden surgir en casi cualquier lugar, como estamos viendo incluso en Estados Unidos en estos días. Y solemos pensar en este tipo de problemas como “violaciones a la libertad religiosa”. Pero el problema más profundo ha permanecido mayormente fuera de la vista: los esfuerzos del Estado moderno, en casi todas partes, por usurpar funciones que propiamente pertenecen a otra parte; particularmente, la formación de la conducta moral y social, que es mejor dejar en manos de los padres, las iglesias, las escuelas (independientes), las comunidades locales, etc.

En la Enseñanza Social Católica Moderna, estas entidades son la encarnación concreta de la “subsidiariedad”, constituyentes de una estructura social correctamente ordenada que limita el alcance del Estado, un concepto tradicional que adquirió una renovada prominencia en la década de 1930, con el surgimiento del comunismo, el nazismo y el fascismo. Cada uno de estos movimientos ideológicos concentraba el poder social en un solo grupo: en el Comunismo, el Partido; en el nazismo, el Volk alemán; en el fascismo, el propio Estado fascista. Los nombres cambian pero el ADN de la tiranía sigue siendo el mismo.

Y ahora estamos viendo signos de tal comportamiento incluso en los países que lucharon contra esos sistemas totalitarios anteriores, es decir, América y Europa. Uno de los observadores más astutos de este proceso es Ryszard Legutko, profesor católico de filosofía y ex editor del periódico Polish Solidarity, quien argumentó en su libro de 2018 The Demon in Democracy: Totalitarian Temptations in Free Societies que estaba surgiendo una especie de liberalismo. -tiranía democrática que, como movimientos ideológicos del pasado, exigía conformidad a una visión única.

Posteriormente, como una suerte de confirmación de su argumento, se le impidió hablar en el Middlebury College. Como describió el evento más tarde: “Esta fue la primera vez en toda mi vida académica que se me impidió hablar debido a mis puntos de vista, y la primera vez que los estudiantes me insultaron abiertamente con la aprobación tácita, o al menos un désintéressement, por parte de las autoridades escolares.” Para alguien que había vivido la Guerra Fría detrás del Telón de Acero, es toda una declaración.

En los años transcurridos desde entonces, las principales instituciones de la cultura estadounidense (las universidades, los medios de comunicación, el entretenimiento popular) se han vuelto, en todo caso, aún más rígidamente autoritarias. Pero también es cierto que la lucha no ha terminado.

La decisión de la Corte Suprema en Dobbs ha dado lugar a todo tipo de especulaciones izquierdistas sobre si la corte podría perseguir el matrimonio homosexual, la anticoncepción e incluso el matrimonio interracial (aunque Clarence Thomas, el diablo para los progresistas, está casado con una mujer blanca).  Gran parte de esa especulación tiene como objetivo avivar los temores sobre la reversión de muchas cosas que los tribunales dieron a los progresistas, que no podrían haberse logrado a través del proceso democrático. Pero el temor común detrás de todas las preocupaciones particulares es que el estado ya no tenga jurisdicción sobre los asuntos morales en disputa que la izquierda estadounidense ha tratado de expresar en términos neutrales: por ejemplo, «salud reproductiva», «matrimonio igualitario», «identidad de género».

Para poner un ejemplo reciente, la Administración Biden trató de forzar — digamos la verdad—  algunas escuelas cristianas que no están dispuestas a aceptar los mandatos LGBT+ del gobierno federal, por vía de retener los fondos para el almuerzo escolar. Justo ayer se dieron cuenta de que era una mala idea, quizás porque temían lo que los tribunales pudieran decir sobre tales movimientos, especialmente si llega a las Supremas, que tienen un historial de dar la razón a las escuelas religiosas y otras instituciones en tales asuntos. Mientras tanto, las escuelas públicas y privadas no religiosas estarán obligadas a aceptar los mandatos.

La gran pregunta aquí es si la Constitución permite que el gobierno federal se inserte en varias instituciones de la sociedad civil. De la misma forma como la Constitución no dice nada sobre el aborto, no dice nada sobre LGBT+. Sus enumerados poderes no otorgan al gobierno jurisdicción sobre los organismos realmente cruciales que forman el ethos en la educación, la medicina o la cultura, donde los principios morales y religiosos están muy en juego.

Durante el siglo pasado, el gobierno se ha otorgado a sí mismo todo tipo de poderes, a través de artimañas como la Cláusula de Comercio Interestatal, que ha llevado a la creación —y a la generosa financiación— de todo tipo de departamentos y agencias extra-Constitucionales, que se aceleró en las décadas de 1950 y 1960: Salud y Servicios Humanos (1953), Vivienda y Desarrollo Urbano (1965), Transporte (1966), Energía (1977), Educación (1979), Asuntos de Veteranos (1989) y Seguridad Nacional (2002). Y esto ni siquiera cuenta docenas de nuevas «agencias» federales.

Muchas personas, incluidos obispos y laicos católicos, han aceptado todo esto como una especie de realización de “solidaridad”. Pero los resultados cuentan una historia diferente.

 Hablar de “el Pantano” es común en estos días. Todo esto no es, sin embargo, una masa de materia vegetal burbujeando bajo aguas turbias. Opera mucho al aire libre y forma el patrón arquitectónico de Washington D.C. en la actualidad.

No hay salvación en la política, pero hay un mejor y un peor en términos humanos mundanos. Como dice Tomás de Aquino en su definición del primer principio de la ley natural que: “el bien debe hacerse y perseguirse, y el mal debe evitarse”. (ST Ia IIae 94:2)

Ahora que la Corte Suprema ha abierto varias cuestiones a debate, es bueno recordar que siempre existe la necesidad de repeler cualquier mal que pueda estar surgiendo — y algo siempre está surgiendo, dada la humanidad caída— y la necesidad aún mayor no solo de hacer el bien, sino de ir más allá y “perseguir” el bien.

Esa es la tarea principal de todas nuestras instituciones de la sociedad civil en la actualidad, que sólo puede llevarse a cabo si reconocemos su valor inestimable y las defendemos incansablemente. Y la Iglesia, no solo en lugares como Nicaragua, sino en todas partes donde aparecen amenazas de estados dictatoriales, debe ser líder en ese trabajo vital.

MARTES, 16 DE AGOSTO DE 2022

Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:

https://www.thecatholicthing.org/2022/08/16/whats-happening-to-civil-society/

Sobre el Autor

Robert Royal es editor en jefe de The Catholic Thing y presidente del Faith & Reason Institute, en Washington, D.C. Sus libros más recientes son Columbus and the Crisis of the West y A Deeper Vision: The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba