Trabajos especiales

Pbro. José Antonio Brito, el #sacerdoterunner que suma kilómetros para reabrir un comedor al sur de Venezuela

Se trata del primer sacerdote en veinte años que tiene Guaiparo, San Félix, estado Bolívar. Actualmente alterna el cleriman y la sotana con unos tenis y shorts deportivos, con los que corre. Lo hace para buscar fondos para la reapertura del comedor “Amigos del Sagrado Corazón” que atiende a más de 30 niños en condiciones vulnerables en una de las zonas más precarias de Venezuela. En octubre corrió sus primeros 10 kilómetros. Y el próximo mes repetirá. "Yo corro la carrera y el que quiera colaborar, nos apoya", dice.

Fabiana Ortega / RCL:

El 12 de diciembre de 2020 una mujer tocó el timbre de la casa parroquial, a donde hacía apenas dos días había recién llegado el entonces diácono transitorio José Antonio Brito. Corría la pandemia del Covid-19. Se trataba de una madre que había perdido a su bebé por desnutrición y, en medio del dolor y del miedo, tocó la puerta de aquella antigua Vicaría para buscar ayuda terrenal y espiritual. No sabía aún qué hacer con aquél cuerpo en casa. Fue a este joven de 30 años, quien recién había llegado, a quien le tocó acompañarla no solo en las diligencias propias de aquella penosa situación, sino que, como era de esperarse, también hizo lo propio de manera espiritual.

Para ese año, el país fue calificado como una nación con alto riesgo en poder adquisitivo de la población, limitaciones para la producción de alimentos, alteraciones en la distribución y comercialización de alimentos y constantes cambios de precios internos de estos. La situación alimentaria y nutricional se intensificó y se reflejó en los grupos más vulnerables de la población en Venezuela. Según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI), se estimó en ese año que el 5% de los menores de 5 años presentó desnutrición aguda y 30% desnutrición crónica (retraso de crecimiento), con una vulnerabilidad de 58%.

Aquél episodio, al sur del país, quizá, sellaría lo que hoy día es uno de los compromisos del ahora Presbítero José Antonio Brito: Poder brindar, además de un alimento espiritual con la palabra de Dios, un plato de comida a los niños más vulnerables de la localidad, específicamente en la parroquia Sagrado Corazón, que atiende desde 2021 en Ciudad Guayana, estado Bolívar, al sur de Venezuela, donde nació.

Ante aquél panorama, en 2021 Brito se motivó y fundó un comedor que llamó «Amigos del Sagrado Corazón». Ya se daba en la comunidad, una vez al mes, la iniciativa de Cáritas con las denominadas “Ollas solidarias”. 

En ese entonces censó a veinte niños, entre 0 y 14 años, y les garantizó por un año un plato de comida diario. Al año siguiente continuó pero, debido al contexto social y económico, la frecuencia mermó. Ahora ofrecía el plato de comida los días lunes, miércoles y viernes. 

Hasta que en agosto de este año el proyecto no pudo continuar.

«No pudimos más. Se cerró. Ya no tuvimos más insumos. Solo teníamos un saco de arroz. Ni siquiera pensando que el proyecto puede autosustentarse con lo que la gente da a la parroquia. Yo todos los domingos celebro cuatro Eucaristías. Si yo sumo la colecta de esas cuatro misas, a veces, llega a 15 bolívares (casi dos dólares). La gente no tiene. No es que no quieren colaborar. Dan lo que pueden», explica Brito, quien también en su época de seminarista impulsaba planes vacacionales, con el apoyo de su familia, para ayudar a los niños con menos recursos de la parroquia donde creció, Jesús Resucitado.

Recientemente, motivado por aquella situación forzada de cierre, e inspirado en lo que años atrás hicieron unos amigos sacerdotes de Estados Unidos –que estuvieron en el país de misioneros–, Brito decidió correr para buscar apoyo financiero y poder retomar la obra con la garantía de un plato balanceado, con la debida proteína.

«Ellos corrieron el maratón de Boston y el de Nueva York no para ganar, sino que ellos les pedían a la gente que conocían que donaran 1$ o 5$, lo que pudieran, para ellos ayudar con las becas de los niños migrantes, los niños con cáncer, los niños con diabetes. Y así por diferentes motivos. Así lograron recaudar una importante cantidad de dinero y así aportaban a una obra», comenta.

«Yo corro la carrera y el que quiera colaborar, nos apoya», dice.

Fue el pasado 30 de octubre cuando Brito debutó en el asfalto, donde quizá probablemente haya evangelizado. Cambió su sotana y su cleriman por unos zapatos deportivos, ropa holgada y un cartel que lo identificó como el número 1161. La invitación se la hizo un club de corredores. Él le colocó el propósito a su participación. 

Aunque en una primera vez, en agosto, desistió; esta vez, con rosario en mano, cumplió. Corrió por casi una hora. Fueron 10 kilómetros. Este joven cura registró un tiempo de 58 minutos, 44 segundos.

«Mi medalla espiritual es el poder hacer visible el proyecto del comedor», dice.

Así ocurrió recientemente. Tras la iniciativa, algunos de sus conocidos le donaron económicamente; otros, se hicieron partícipes con algunos alimentos. 

Ahora, Brito se organiza con la comunidad para planificar una jornada de arepas la próxima semana, y poder llevar ese alimento de forma interdiaria, gracias a sus benefactores.

También con el mismo movimiento de corredores evalúa la posibilidad y viabilidad de buscar padrinos para los niños y ampliar el censo a al menos 50 beneficiados. 

Lo que sí es un hecho es que ahora continuará en el running. Sigue con sus tareas pastorales en los cinco pueblos que integran su parroquia; pero, ahora, las combina con sus entrenamientos físicos. 

El próximo mes de diciembre le espera otra carrera de 10 kilómetros.

«Ha sido algo bueno. Me he sentido con más energía. No me siento un súper atleta pero sí me siento con la capacidad y la habilidad de correr», dice Brito, quien en su cuenta en Instagram utiliza la etiqueta #SacerdoteRunner para compartir su vivencia y testimonio.

Un sacerdote, casi médico

José Antonio Brito es el primer sacerdote en veinte años, que sale de Guaiparo, un popular barrio de Ciudad Guayana, que estuvo atendido por más de 50 años por misioneros estadounidenses. Era la época de las postguerra y en el país habían sido excluidas las congregaciones religiosas.

A José Antonio le llamaba la atención el particular español que aquellos hablaban. 

«Esta zona del país estuvo por más de 100 años sin presencia ni asistencia religiosa, en la época de la colonia. Estuvimos casi un siglo sin ningún tipo de atención. Incluso aquí en la ciudad existe un templo que se conoce como ‘Las ruinas de la misión de la Purísima Concepción del Caroní’ de cuando los capuchinos catalanes incursionaron en la evangelización de esa zona y que actualmente se encuentra bajo resguardo del Estado, al borde de la represa de Las Macagua, donde se ubica una central hidroeléctrica del país».

Fue justamente uno de aquellos misioneros estadounidenses los que años más tarde, ya de  grande, lo orientaría en su vocación sacerdotal.

«Yo fui el niño que encontró en la música y en el servicio al altar «el gancho» con la Iglesia. Yo estuve de monaguillo y en la coral de niños. Pero antes de eso, con apenas unos cuatro años, me escapaba de la casa de mi abuela, a escuchar la misa desde la puerta de la Iglesia de la parroquia Jesús Resucitado, donde crecí. Me llamaba mucho la atención la música», recuerda.

De pequeño, Brito siempre sintió la curiosidad de descubrir qué significa ser sacerdote.

«Mi inquietud nace cuando yo a los 10 años participé en un Encuentro Nacional de Infancia y Adolescencia Misionera…Siendo un niño, yo le escribí una carta al Obispo, Monseñor Mariano Parra, y le dije que yo quería ser sacerdote», cuenta.

Sin embargo, ya adolescente se decantó por la vida seglar. Se inscribió en la Universidad de Oriente para estudiar medicina, tras un episodio que había vivido con su abuela materna años atrás. 

«Ella recibió una operación de corazón abierto en el Hospital Universitario de Caracas.Y a mí esa experiencia me marcó. Además tuve oportunidad de escuchar al cardiólogo decir que él también venía de un contexto popular y que había sacado su carrera con mucho sacrificio. Y me dije: ‘Si hubo unos médicos que ayudaron a mi abuela y pudieron salir adelante, yo me voy a enfocar. Yo voy a ser médico», rememora Brito quien, además, también ha tejido particular relación espiritual con el que es considerado el médico de cabecera de muchos venezolanos, el beato José Gregorio Hernández.

«Mi mamá siempre me dice: ‘Tú eres un milagro de José Gregorio Hernández’. Cuando yo era pequeño tenía un quiste o algo que los médicos pensaban que era un tumor. Pero desapareció, previo a la operación. Y yo todo lo que hice fue orar con mi abuela frente a la estampa de José Gregorio que tenía en su casa y tomarme con fe un vaso con agua que esa señora dejó toda la noche, con una vela encendida, al lado de la imagen del beato. Tenía tres años. Y recuerdo la oración. Recuerdo claramente cómo mi abuela y yo, todas las noches, de rodillas al lado de su cama, le oramos a Dios, a la Santísima Virgen del Valle y al Dr. José Gregorio Hernández. Ella decía: ‘el Dr. José Gregorio Hernández lo puede todo. Con él de nuestro lado, todo se puede», cuenta con vehemencia.

Avanzado ya en su carrera universitaria, continuó ligado a la Iglesia. Fue entonces, como miembro de la Sociedad San Vicente de Paúl –que es un grupo de laicos que se dedica al trabajo de los pobres, entre los pobres–, cuando Brito concientizó el servicio que quería ofrecer al prójimo.

«Nos íbamos todos los sábados de 8am a 4pm por todos los 11 barrios que conforman mi parroquia, aquí en San Félix, y visitábamos a los enfermos; a los viejitos, principalmente, que estaban abandonados en su mayoría. Nosotros nos encargábamos de limpiarles la casa, de bañarles, de cortarles el cabello, de hacerles el aseo. Lavarles las sábanas, cambiarles los colchones, enseñarles a usar sus propios pañales. Y todo eso fue despertando en mí toda esa parte de mi infancia. Me hizo recordar la idea que a mí me había atraído de querer ser sacerdote. Ese servicio para estar con la gente».

Así, camino al sexto semestre, dejó la medicina. La decisión la tomó dos meses antes de entrar al Seminario.

«Creo que Dios se atravesó en mi camino para que yo me diera cuenta que tenía una capacidad intelectual que la podía poner al servicio de la Iglesia. Agradezco no tenerle asco ni miedo a la sangre. Agradezco el aprendizaje: sé tomar una vía, sé tomar la tensión, sé las cuestiones básicas de Reanimación Cardiopulmonar», precisa a la vez que afirma que en más de una ocasión, le ha tocado limpiar úlceras, por ejemplo. 

«Dios me mostró y yo tomé la decisión de no ser un médico de cuerpos sino de almas. Y es así como estoy viviendo mi sacerdocio», sentencia.

La temprana muerte de su padre, a los 47 años de edad, víctima de paludismo, le reafirmó el camino que quería seguir.

«Un año antes de la muerte de mi papá yo tuve la oportunidad de hacer un curso de espiritualidad en España. Y yo creo que esa fue la mediación de Dios para prepararme ante la pérdida y para que yo tomara la decisión, con firmeza, de no dar paso atrás. En el Seminario tuve muchas veces la sensación de irme. Dos veces hice la maleta. Pero el director espiritual que también murió con la pandemia en España, por cierto, me recordó que yo no estaba ahí por mí, sino por el Señor; que lo único que me pedía era que me entregara». 

Brito, quien el próximo 23 de noviembre cumplirá 32 años, fue ordenado sacerdote el 30 de enero de 2021, por imposición de manos de S.E Monseñor Helizandro Terán, para la fecha Obispo de Ciudad Guayana.

               

Aunque su papá no pudo acompañarlo físicamente, sí lo estuvo en su corazón. Fue él el primero en respaldar la decisión de Brito de convertirse en cura. Fueron y son las palabras de su progenitor las que hoy Brito atesora y motiva: «Hijo, si tú vas a ser feliz, ¡Adelante! Solo recuerda que si vas a ser sacerdote, tienes que ser de los buenos; porque los malos ya están completos».

Hoy, Brito anima a los jóvenes a atender el llamado. A no tener miedo y a preguntarse cómo pueden serles útiles a Dios, sea desde una profesión o una vocación.

 

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