Lecturas recomendadas

¡Vuelvan caras!

Bernardo Moncada Cárdenas

A Clemente Zerpa, quien no se rindió

El primero de abril de 1987 me acercaba al despacho desde el cual dirigía las relaciones interinstitucionales de la universidad, en Mérida, y la humareda que ensuciaba el aire oscureciendo el espacio me advirtió que mis temores, y los de los pequeños comerciantes que desde hace tiempo defendían y mantenían su amado recinto, se estaban cumpliendo. El antiguo Mercado Principal de la ciudad se consumía en llamas desde la noche anterior.

Con el Mercado Principal desapareció uno de los más fascinantes fenómenos de la urbe: el Pasaje Tatuy, que lo separaba de los comercios anexos, a la vez que hospedaba pintorescas ventas al aire libre y servía de acceso a una hilera de mínimos locales. El pasaje era un poema hecho espacio urbano, bien fuera por los acentos y voces que acompañaban a quien lo recorriera, o por el colorido, los aromas, y el calor humano que allí se hacía sentir,

Personalmente lo frecuentaba, y me había hecho cliente de una carnicería en particular. En un recetario había encontrado la advertencia de que para nosotros no es fácil distinguir la mejor mercancía en un expendio de carnes y es fácil meternos gato por liebre, pero no es tan difícil escoger un buen carnicero, honesto y provisto de lo mejor. Eso era Clemente Zerpa; bonachón y servicial, atendía su clientela con gusto y no daba lugar a desencantos.

Entre el caos de chamusquina y metal retorcido que quedó tras el desastre, el dolor de ubicar los restos de su comercio fue especialmente agudo, considerando además del daño económico, el daño moral que aquel buen hombre sufrió.

Pero no habían pasado dos años cuando recibí su mensaje: el amigo estableció una nueva carnicería, más espaciosa y ampliando el ramo para acercarse a ser tienda de delicadezas. ¡Que gusto volver a disfrutar su servicio y andina cortesía! Y había entrenado a su hijo, de manera que, en lugar de echarse a morir y retirarse a hacer quién sabe qué, echó mano a la tradicional y tesonera laboriosidad del merideño y resurgió, con una empresa bastante más ambiciosa. La nueva carnicería se denominó “Vuelvan Caras”. Cuando pregunté “Clemente, ¿y de dónde sacaste ponerle ese nombre?”, sonrió y me explicó que esperaba el regreso de toda su antigua clientela. De la famosa orden del Centauro de los Llanos a sus soldados, Clemente sacó una invitación a quienes ya, más que sus compradores habituales, éramos sus amigos.

Frente al desastre de la economía y servicios en Venezuela, decenas y decenas de miles han salido del país de manera irregular, prefiriendo arrostrar, en busca de elusivos modos de sobrevivencia, los peligros de inhóspitos territorios que cruzar, mafias de traficantes de migrantes, asaltantes, violadores, y resulta difícil conocer el número fallecidos y violentados, dada la irregularidad de sus situaciones.

La selva conocida como tapón de Darién es la tumba de muchos ilusionados y sus familias, así como el desierto de Atacama al norte de Chile. Igualmente, imposible es saber el número de las decenas de miles de venezolanos muertos a manos de los “coyotes” de la frontera mexicana.

Pareciera una grave imprudencia dejarlo todo, abandonar la patria, para encarar semejantes riesgos dejando en el camino miles de dólares, pero se ha convertido en el sueño dorado de muchos; se ha “viralizado” y ya es más que un éxodo de desesperados el que se agolpa a las puertas de naciones más prósperas, después de haber padecido horrores que costará dejar atrás.

Contemplando tan dura realidad, me ha venido a la mente la figura de mi amigo comerciante, Clemente Zerpa. Y lo tengo en memoria por dos razones: por haber sido un inspirador ejemplo de valor y empeño frente a la adversidad más agobiante, y por su llamado a nosotros, quienes creíamos haber perdido ese estupendo servicio. “VUELVAN CARAS”, no busquen otras alternativas por desánimo, él nos seguía esperando, y muchos en efecto respondimos, no lo abandonamos.

“Vuelvan caras” digo a mis compatriotas que, con o sin razones de peso, deciden dejar su tierra, siendo Venezuela todavía -por providencia divina- la Tierra de Gracia que encontró Colón. No es el país el que les ha impulsado a abandonarlo, no se alejen para siempre, Venezuela les espera: ¡Vuelvan caras!.-

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba