Lecturas recomendadas

El demonio y los burócratas

Cuando dirigimos nuestra atención a las muchas burocracias educativas (no estoy contando a los maestros reales) y a aquellas que gobiernan todos los demás aspectos de la vida diaria, obtenemos una visión convincente del Infierno

David Warren, ex editor de la revista Idler, y columnista de periódicos canadienses:

La palabra «burocracia» significa algo que es (secretamente) bastante popular más de lo que hubiera imaginado antes de hacer mis investigaciones. Estas indagaciones se han realizado a lo largo de mi vida adulta, y, en algunos casos, se remontan a la niñez. (Fui una vez un objetable miembro de los Boy Scouts).

Todos querían unirse a los Scouts, pero las niñas no eran bienvenidas. Nos vestíamos, exclusivamente como niños, descuidando incluso proporcionar drag queens para las horas de cuentos; con uniformes con insignias, mantenidos limpios y ordenados. Aprendimos saludos especiales. Sí, era una organización fascista, como cualquier persona “woke” debe ver hoy.

Pero me estoy adelantando. Yo era sólo un cachorro. Pronto se me permitió irme, cuando me harté de la disciplina cachorril  y del campamento organizado. Odiaría que algún lector, que ingresó a los Scouts, pensara que estaba tratando de aprovecharme de mi rango. Pues incluso hace unos sesenta años, mis aspiraciones eran modestas. Favorecían la libertad. Eventualmente, me escapé.

Me parece recordar que fui  diagnosticado con  un «problema de actitud»; aunque quizás esté confundiendo varios diagnósticos posteriores. Es posible que no me haya curado, ya que en un encuentro reciente con un «médico general» (de medicina) recibí dicho diagnóstico nuevamente. Fue, a consecuencia de mi observación de que la “salud pública” era una burocracia inmensa, incompetente y tiránica. (Permítanme darles este color: Yo vivo en Canadá).

En saliendo del consultorio de este médico, tuve una visión. Miré vagamente cuesta abajo hacia donde, en un espacio de unas dos millas, presumiblemente se acercaban dos tranvías. Estaba ansioso por subir a bordo de uno, para llegar a casa, pero noté que ambos se habían detenido por las luces rojas.

Alguna persona inteligente había puesto las señales de tráfico para reducir a paso de caracol la velocidad de todos los vehículos, incluidos los trolebuses. Si obedecían un semáforo en rojo, se encontrarían con semáforos en rojo en lo sucesivo, a lo largo de todo el camino. Aunque los trolebuses eran numerosos, habría una espera interminable; tal como lo había experimentado en el consultorio del médico.

Me decidí por una de mis pequeñas y desalentadoras encuestas. Desde mi lugar en la parada del trolebús, sin moverme, contaba cuántos carteles de la calle daban órdenes “que hay que obedecer” en el barrio que me rodeaba. Naturalmente, pronto perdí la cuenta y, como sufro de “problemas de actitud”, abandoné el ejercicio prematuramente. Todavía no había llegado un carro. Tampoco había notado un solo cartel que fuera entretenido.

Tenga la seguridad de que no tengo la intención de continuar con estas memorias en ninguna oficina gubernamental. Pero un informe de noticias sobre el plan del gobierno de Biden para contratar 87,000 nuevos auditores fiscales para el Servicio de Impuestos Internos, como parte de una «Ley de Reducción de la Inflación», me recuerda la escala del problema. Porque el IRS ya era más grande que el Departamento de Defensa de los EE. UU., sumado a  varias otras burocracias gubernamentales enormes.

Estas son, claro está, burocracias formales, legalmente constituidas, en una escala más allá del alcance de la imaginación humana. A las personas que trabajan en ellas se les paga lo suficientemente bien como para evitar que migren a trabajos productivos. En lugar de ello, se pasan todo su tiempo de trabajo destruyendo la productividad.

Cuando dirigimos nuestra atención a las muchas burocracias educativas (no estoy contando a los maestros reales) y a aquellas que gobiernan todos los demás aspectos de la vida diaria, obtenemos una visión convincente del Infierno: cientos de millones que empujan papel para ganarse la vida, o hacen otra cosa carente de valor.

La gente ama la burocracia; o, más bien, no lo hacen. La palabra es recibida como un insulto por cualquiera que sea identificado como un burócrata, sin importar cuán cómodamente encaje la definición. De alguna manera, el burócrata cree que todos los demás son burócratas. Se imagina a sí mismo como un caso especial.

Teme tener que lidiar con los diversos burócratas que debe encontrar en el transcurso de su día, para alinear todos sus permisos y exenciones, y evitar leyes y reglamentos que, en Canadá, como en los Estados Unidos, fueron escritos en «ministerios».

En otras palabras, en dos de las democracias libres mejor establecidas del mundo, es el gobierno de los burócratas, por los burócratas, para los burócratas sin perspectivas de que alguna vez desaparezca de la Tierra.

Mi interés por este fenómeno no es político, sin embargo; salvo en la medida en que la política entre en todo lo que sea intrínsecamente aburrido. Mi interés es más bien religioso, específicamente cristiano y católico. Aunque hemos sido acusados ​​de operar una burocracia, nadie ha acusado a Cristo todavía.

Buscando lo que podría ser lo opuesto a la burocracia, desciendo rápidamente al término «familia». Se necesita un acuerdo prenupcial completo para convertir la vida familiar en una pesadilla procesal, y la destrucción de la familia implica al derecho de familia.

Pero,  resistiéndose  a esto está lo que podríamos llamar “el espíritu del paternalismo”. O sería más apropiado llamarlo “orgánico”. Por costumbre, revisada gradualmente a lo largo de la mayoría de los siglos, la vida familiar permanece fuera del papel (excepto en la literatura). Las empresas familiares tradicionales, como la granja, proporcionaron una extensión de la vida no burocrática, que trasciende incluso la Economía.

Todas esas empresas tienden a ser invadidas, como la Iglesia misma tiende a ser invadida, por los agentes de la burocracia gubernamental. Operan con la autoridad de leyes frecuentemente reescritas. No conozco ningún teatro de la actividad humana en el que la costumbre, sancionada por la tradición, pueda hacer frente al legalismo cuando se presenta un desafío.

No obstante, el mundo se las arregló con la costumbre, incluido el derecho consuetudinario, a lo largo de la mayor parte de su historia y, ocasionalmente, se obtuvo justicia de alguna manera.

Lo que es más revelador es la pérdida de tiempo. Porque el tiempo que se pasa al servicio de la burocracia es tiempo que se pasa apartado de Dios. No se desperdicia inocentemente. Porque a medida que la sociedad estadounidense, y la mayoría de las demás, se han burocratizado, también se han vuelto irreligiosas.

El esfuerzo que una vez se puso en la observancia y devoción religiosas, debe ser “invertido” ahora en llenar formularios de impuestos y las cien mil otras funciones  del Estado, en constante expansión.

Según me parece, el demonio debe estar involucrado en esto.-

VIERNES 12 DE AGOSTO DE 2022

Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:

https://www.thecatholicthing.org/2022/08/12/the-devil-and-the-bureaucrats/

Sobre el Autor

David Warren es ex editor de la revista Idler, y columnista de periódicos canadienses. Tiene una amplia experiencia en el Cercano y Lejano Oriente. Su blog, Essays in Idleness, ahora se encuentra en: davidwarrenonline.com.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba