Lecturas recomendadas

El acertijo del Señor

Mire el Padrenuestro desde el punto de vista de un maestro

Michael Pakaluk, profesor en la Busch School of Business de la Universidad Católica de América:

 

El Catecismo del Concilio de Trento, también conocido como “Catecismo Romano”, dedica doce densas páginas a explicar el significado de “no nos dejes caer en tentación”. El catecismo del Concilio Vaticano II, llamado simplemente El Catecismo de la Iglesia Católica, a pesar de su extenso tratamiento de la oración, ofrece en contraste solo cuatro puntos breves e independientes (Nos. 2846-9). El uno es una obra maestra de elucidación, consejo y argumentación; el otro, se parece un poco a una diapositiva de PowerPoint.

Esta diferencia es un hecho. Asimismo es un hecho la relativa superficialidad del tratamiento del temor de Dios, el combate espiritual y los peligros de la perseverancia final en el Concilio y el Catecismo más recientes, en comparación con el Concilio y el Catecismo de Trento.

No me malentienda. No señalo estos contrastes para implicar nada despreciable, en ninguna de las dos  direcciones. Ningún enunciado de cosa alguna puede ser un enunciado del todo. La catolicidad, según parece por su naturaleza, debe acoger la complementariedad. Y puede haber complementariedad tanto en las presentaciones de la fe como en las liturgias.

Estoy interesado simplemente, más bien, en el hecho de que esta petición: «No nos dejes caer en tentación», es aparentemente tan rica en significado implícito que los eruditos expositores de la fe que escribieron el Catecismo Romano pudieron dedicarle doce páginas, y encontrar fructífero el hacerlo. Este hecho parecería a su vez ser testimonio de la sabiduría divina de la redacción particular de esa petición, la cual nos ha sido transmitida por los Apóstoles.

Es decir, si miramos la petición desde el punto de vista pedagógico. Innegablemente, “no nos dejes caer en tentación”, pedido a Dios, es desafiante. Sin embargo, la «confusa y potencialmente engañosa» declaración de un maestro es el acertijo, el koan o la paradoja de otro maestro; que la presenta, precisamente, para que sea desentrañada.

O vea Ud. el asunto al revés: suponga que Ud. tuviera que elegir una frase corta, una petición breve, que capturara todo lo desarrollado en esas doce páginas de exposición, ¿qué elegiría Ud.? ¿qué otra expresión podría tener el mismo efecto? Por la naturaleza del caso, esta no podría ser algo sencillo, que fuere obvio a primera vista y fácil de entender.

Miremos como conduce la oración del Señor a esa petición. Presenta una imagen que es, por así decirlo, bastante halagadora para nosotros, y que incluso podría alentar una cierta complacencia, si se mira sola.

“Padre nuestro” —somos hijos de Dios y, consiguientemente, en buenos términos con él, según parece. “Santificado sea tu nombre” —aparentemente, nos resulta natural y fácil reverenciarlo. “Venga tu reino” — ¡de manera, que estamos de su lado! “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”  —incluso parecemos ser “proactivos” en el perdón de los pecados, perdonándolos nosotros, antes de que Dios nos los perdone a nosotros.

Sí, estoy consciente de que todas estas son «peticiones» y de que tendemos a pedir cosas que queremos pero que aún no tenemos o que no poseemos de forma segura. Pero… ¿cuánto de este modo más “cauteloso” de leer la apertura del Padrenuestro no proviene de nuestros hábitos de  leer en él la cautela de: “No nos dejes caer en tentación”?

Nuevamente, mire el Padrenuestro desde el punto de vista de un maestro.

Usted, como maestro, quiere dar a entender cuál es la condición ideal de un discípulo suyo: confiado en su filiación divina; reverente respecto de las cosas santas; celosamente apostólico, para la expansión del Reino; misericordioso y perdonador de su prójimo.

Pero entonces, Ud. también querrá asegurarse de posicionar a ese discípulo suyo en el mundo, tal y como realmente lo enfrentará, destacando solo las cosas que importan. ¿Cómo logra Ud. eso con un par de breves peticiones adicionales?

¿»No me tientes»? Innecesario explicarlo. ¿“Las tentaciones existen”? Esa no es en lo absoluto una petición; no es algo que Ud. diría en una conversación con otra persona. ¿“Dame fuerza para el combate”? Ahora nos estamos acercando a la meta.

Pero ¿qué combate? —nada se ha dicho hasta ahora sobre ningún combate, una guerra o un enemigo. Y no todas las tentaciones parecen combate. Las tentaciones son engañosas. Y el combate exige constancia y coraje, pero virtudes distintas a estas se necesitan frente a muchas tentaciones.

Y, además, la constancia y el coraje connotan confianza en uno mismo, más que la necesaria confianza en Dios.

¿“No me dejes enfrentar la tentación”? Pero Dios si nos deja, a menudo probándonos, al permitir que seamos tentados. La Biblia está llena de ejemplos.

¿“No me dejes caer en tentación”? (El lenguaje adoptado por algunas conferencias de obispos recientemente). Pero muchas tentaciones son insidiosas, crecen imperceptiblemente, no son en absoluto algo en lo que “caigamos”.

¿O quiere Ud. decir, más bien, “no me dejes caer, una vez tentado”? Pero esto entonces incluye al menos dos cosas; no, simplemente, “Dame la gracia de no caer en  pecado cuando sea tentado”; sino, también “No —como a veces haces, y puedes hacer con justicia, al negarme tu gracia— permitas que caiga en pecado adicional, como castigo por mis pecados pasados”.

Sí, el Catecismo Romano explica pacientemente que estas se encuentran, ambas,  entre las peticiones tan elegantemente contenidas dentro del simple y breve “no nos dejes caer en tentación”. Y, sin embargo, no sólo estas, sino también, por ejemplo, «Guárdame de la perversidad de usar tus bendiciones, como la belleza y la riqueza, como instrumentos de pecado», y «Guárdame de ser corrompido por la prosperidad».

Todo un mundo es introducido por esa simple petición, un mundo donde, como explica el Catecismo Romano, un cristiano debe practicar la vigilancia (“Satanás no es vencido por la indolencia, el sueño, el vino, la revelación o la lujuria, sino por la oración, el trabajo, la vigilancia, el ayuno, la continencia y la castidad”); y la desconfianza respecto de sí mismo y la confianza en Dios  (“Será muy eficaz que, al presentar esta petición, acordándonos de nuestra debilidad, desconfiemos de nuestras propias fuerzas”).

“Que nadie se deje llevar por sentimientos de autocomplacencia”, advierte el Catecismo Romano; ni se jacte de que puede “resistir las tentaciones y los ataques hostiles de los demonios” sin la seria ayuda divina de los sacramentos.

Es el acertijo del Señor. Inquietante; que induce a la cautela, pero a la confianza en Él; que nos sacude hacia afuera de la autocomplacencia.-

Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:

 

Sobre el Autor
Michael Pakaluk, estudioso de Aristóteles y ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino, es profesor en la Busch School of Business de la Universidad Católica de América. Vive en Hyattsville, MD con su esposa Catherine, también profesora en la Escuela Busch, y sus ocho hijos. Su aclamado libro sobre el Evangelio de Marcos es Las Memorias de San Pedro. Su nuevo libro, La voz de María en el Evangelio de Juan: una nueva traducción con comentario, ya está disponible.

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