Mons. Gerardo Salas: Siempre he sido dócil al Espíritu Santo para hacer lo que hay que hacer
El Obispo Electo de la diócesis de Acarigua - Araure conversó con RCL sobre sus planes para esta Iglesia Diocesana, donde espera alimentar el don de la escucha. Vivir con alegría, saberse ungido por el Espíritu Santo y ser obediente a Dios, dice, ha determinado su vida pastoral a lo largo de tres décadas de vida sacerdotal que cumplió este 22 de agosto. Ahora, se acostumbra al solideo y al título de Monseñor, mientras se prepara para su ordenación en tierras llaneras el próximo 5 de noviembre
(Fabiana Ortega – RCL):
Un día después de darse a conocer el nombramiento que el papa Francisco hiciera al Pbro. Gerardo Salas como nuevo Obispo de la diócesis de Acarigua – Araure, en el estado Portuguesa, las felicitaciones y muestras de afecto hacia el sacerdote no han cesado. Su teléfono no para de recibir llamadas y mensajes, aunque hasta horas de la mañana de este martes no había podido hablar con su familia, en su natal pueblo de Bailadores, en Mérida, tras fallas eléctricas en aquél estado que imposibilitan las comunicaciones.
Sin embargo, sí sabe que este lunes en aquella localidad andina hicieron jornada de oración por él y en el templo parroquial hubo repique de campanas. Eso lo llena de gozo, pues, según señala, es ese clima de oración lo que permitirá que siga alineado a la obra de Dios.
Tras haber sido ordenado sacerdote un 22 de agosto de 1992 –fecha que coincidió con el anuncio– y haber sido Párroco durante el devenir de los años en al menos seis Parroquias, ahora se encargará de estar al frente de una Diócesis que alberga a unas de las urbes más pobladas en los llanos venezolanos.
El Prelado confiesa que no conoce esa zona centro occidental del país. Sin embargo, previo a su ordenación episcopal el próximo 5 de noviembre, espera tener algunos encuentros de aproximación, como se estila..
En medio de la alegría de la noticia, dice sentirse (gratamente) aturdido. Aún, se le escapa una tímida sonrisa cuando se le llama Monseñor, mientras se acostumbra.
Mons. Salas, de 55 años, cuenta que, aunque la noticia fue pública este lunes 22 de agosto, a él le informaron días atrás cuando, como subsecretario de la Conferencia Episcopal Venezolana, se acercó a la Nunciatura a lo que él pensaba se trataba de retirar una encomienda, como es costumbre. Lo que no sabía era que, para su sorpresa, iría a buscar la que Dios le enviaba a título personal o el que, como refiere en un comunicado publicado este martes, sería “el llamado por el Señor, en la persona del Santo Padre Francisco”. Por secreto pontificio, aguardó la noticia en su corazón desde entonces.
En entrevista con RCL el Obispo Electo también Director Espiritual del Movimiento Cursillos de Cristiandad sostiene con firmeza que vivir con alegría, el saberse ungido por el Espíritu Santo y la obediencia a Dios, ha determinado su vida pastoral a lo largo de tres décadas dedicado al Ministerio Sacerdotal.
Espera viajar este fin de semana a reencontrarse con su familia, afectos y paisanos para, entre todos, celebrar sus treinta años de vida sacerdotal con una misa que oficiará el próximo domingo 28 de agosto, a las 10:00 am, en el pueblo de Bailadores, edo. Mérida.
— Este lunes se confesaba feliz y sereno pero con un poco de temor por esta nueva responsabilidad, ¿Cómo se siente un día después de la noticia?
— ¡Amanece uno así como aturdido! (risas)…Me siento tranquilo y agradecido por tantas bendiciones. También con la responsabilidad que ahora recae en mi vida al conducir una Iglesia tan particular como lo es Acarigua – Araure. No es fácil pero tampoco será imposible porque la ayuda la va a dar Dios y será el Espíritu Santo quien va a conducir la vida, no solamente la mía sino la de toda la Iglesia Diocesana.
— ¿Por qué dice que no será fácil?
— Cuando digo difícil me refiero a la misión que le toca a uno, como pastor.
— ¿Por qué lo dice?
— Bueno, porque implica una responsabilidad y un compromiso mayor el de ser responsable de la santificación del pueblo de Dios, que es lo que hemos hecho hasta ahora. Pero esta es una misión de más responsabilidad.
— ¿Cómo cree que le puede servir a la comunidad de Acarigua – Araure?
— ¡Con alegría! ¡Con entusiasmo!… siendo cercano, como el papa Francisco nos está invitando a todos en la Iglesia, y con ese ánimo voy a servir a esta Iglesia. Sabiendo escuchar, también.
— Su nombramiento se da en tiempos de sinodalidad, con una exhortación a la Iglesia en salida. ¿Qué proyectos llevará? ¿Qué planes tiene? ¿Qué le gustaría hacer?
— Primero llegar a conocer el lugar porque sé donde está ubicado, pero nunca he estado allí. Eso en primer lugar: conocer la realidad, conocer el Presbiterio, conocer la Iglesia Diocesana de Acarigua. Luego, los proyectos irán viniendo en la medida que vaya percibiendo la riqueza que tenga la Iglesia Diocesana. Sin duda alguna que, en primera instancia, escuchar esa Iglesia Diocesana y Misionera, de comunión y de participación.
— ¿Tiene pensado viajar antes de su toma de posesión?
El 5 de noviembre será la ordenación episcopal. Seguramente que en algún momento tendré que ir para conocer un poquito allí, pero sin ningún contacto de celebraciones ni nada de eso. Es lo que se estila, tener una aproximación pero no sé cuándo.
— ¿Ha conversado con Mons. Juan Carlos Bravo?
— Todavía no. No hemos podido hablar. Él está de viaje. Pero espero pronto podamos hacerlo porque quiero darle continuidad ¡Él es mi predecesor!
— Justamente como subsecretario de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), a lo largo de seis años, tuvo permanente comunicación y contacto directo con los Obispos del país ¿Qué aprendió de ellos y qué quiere replicar?
— Aprendí muchísimo. Primero a conocer la Iglesia en Venezuela, en todas sus facetas pastorales. Es una gran riqueza la que tenemos en la Iglesia y cada Obispo en cada Diócesis está haciendo muchísimo bien, empezando por la evangelización. Y bueno, el tener un contacto muy cercano con todos los Obispos es toda una escuela y toda una experiencia que le va permitiendo a uno valorar la hermosa Iglesia que tenemos en Venezuela, en todos los ámbitos: en lo pastoral, eclesial, social y también en esa realidad de estar cerca del pueblo de Dios.
— ¿Qué aspectos, desde su experiencia, quisiera trasladar de la CEV a la Diócesis de Acarigua – Araure?
— Esa cercanía, ese apoyo y sobre todo el poder hacer de la Diócesis una Diócesis viva y renovada, bajo la frescura del Espíritu Santo; y que sea él, el Espíritu Santo, el que vaya animando cada paso, cada momento y cada experiencia allí en la Diócesis.
— El anuncio público de su nombramiento como Obispo Electo coincidió con su trigésimo aniversario sacerdotal, ¿Cómo resume estas tres décadas de sacerdocio?
— De inmensa alegría. Siempre me ha acompañado esa experiencia en mi vida porque he hecho lo que se me ha invitado a vivir, entre las comunidades cristianas que he atendido como párroco. Y me he sentido ungido y asistido por el Espíritu Santo en esta labor a lo largo de 30 años. Se dicen fáciles, pero ha sido Dios y el Espíritu Santo quienes me han dado la perseverancia, la constancia. Son más los momentos bellos que he vivido como sacerdote que momentos de tristeza o situaciones hostiles. Al contrario, he sido bendecido y acompañado por la acción de Dios. Y donde he estado siempre he sido dócil al Espíritu Santo para hacer lo que hay que hacer. Entonces, eso: primero, la alegría; segundo, el sentirme ungido; y tercero, la obediencia a Dios, que la he ejercido en todo momento para cumplir donde se me ha destinado a servir.
— Si ha estado marcado por la alegría…¿Qué lo pone triste?
— A veces, el cansancio. A veces, hay algunas cosas que no salen como uno quiere…pero como no es como uno quiere sino como Dios dispone…Pero no han sido grandes cosas. Ni fracasos. Son más los recuerdos alegres, felices y contentos los que me han fortalecido y mantenido en esa vivencia del Evangelio.
— ¿Cómo fue su llamado al ministerio sacerdotal?
— Yo recuerdo que sentí ser llamado a los siete años, a través del sacristán de mi parroquia que me invitó a ser monaguillo. Yo creo que ahí comenzó la semilla a crecer. Porque ya el terreno lo abonó mi papá con su ejemplo, con la vida cristiana. De allí comenzó esta experiencia. Posteriormente, fui llamado por dos jóvenes que se encontraban en el seminario en Mérida, que eran de mi pueblo, y me invitaron a participar en los cursillos que yo hasta ese entonces desconocía. Ese llamado también lo sentí, a través de ellos. Aunque algo curioso fue que, cuando yo fui aceptado, ellos no regresaron. De mi pueblo fuimos 22 pero admitieron a dos. De esos dos, yo quedé solo…
El Seminario me fue formando y dando las herramientas con grandes formadores que Dios me colocó en mi vida y me ayudaron a hacer lo que hasta ahora he sido; y de ahora en adelante serán mis referentes también para seguir con esta misión de acompañar al pueblo de Dios, de una manera más particular en esta Iglesia Diocesana.
— ¿Y qué mensaje comparte con los jóvenes que puede que ignoren el llamado o no están seguros de haber sido convocados al ministerio sacerdotal?
— Que tengan un momento para el discernimiento. A veces, estamos en una sociedad y un mundo donde hay muchas cosas que nos distraen o que nos facilitan otros espacios para no reflexionar. Yo diría que la invitación sería al discernimiento: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿En qué me quiere ocupar Dios, como cristiano? Y que desde allí haya una respuesta específica a seguir el camino de las cosas de Dios. No es fácil este paso pero no es imposible, cuando la acción de Dios se manifiesta y el Espíritu Santo lo dejamos actuar.
— Como dicen algunos: no es fácil pero vale la pena…
— Sí. Yo he sido feliz en estos 30 años de ministerio. Cuando uno tiene vocación y esa vocación la cultiva, la hace vibrar en su corazón, pues bueno, la unción lo lleva a uno a dar y desgastarse por la santificación de los hombres, del pueblo de Dios; por hacer que el Evangelio sea vida y una realidad que transforme los corazones. Y cuando uno ve (y es lo que he visto en estos treinta años), tantos milagros que Dios hace a través de uno y que allí está la manifestación de esos milagros: de ver a hombres y mujeres que le responden a Dios, como esposos, como profesionales, como sacerdotes, como miembros de algún movimiento de apostolado, que están haciendo el bien, y que ese brillo de Dios se manifiesta en los rostros de cada uno de esas personas, pues bueno, uno siente la satisfacción de que Dios está haciendo la obra. Es Dios quien da plenitud a todo lo que él realiza.
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