Testimonios

Narges Mohammadi

A los 51 años Narges Mohammadi ha pasado la mitad de su vida entrando y saliendo de prisión. Desde su celda ha recibido la noticia de que ha sido galardonada con el premio Nobel de la Paz de este año, por su incansable trabajo por los derechos de las mujeres. Es desde la cárcel también, con las limitaciones que implica este espacio, donde continúa denunciando las constantes violaciones de derechos humanos que cometen las autoridades iraníes. Hace diez meses fue condenada a diez años, ocho meses de prisión y 154 latigazos por «delitos contra la seguridad nacional», por denunciar centenares de casos de tortura y violencia sexual en custodia policial.

El juicio se produjo en medio de las protestas contra el régimen tras la muerte de la joven Mahsa Jina Amini, detenida por no llevar velo en el espacio público. El tribunal sentenció a Mohammadi en un juicio que apenas duró cinco minutos y en el que la activista no tuvo acceso a un abogado. Debido al carácter injusto de la condena, Mohammadi decidió no apelar como forma de protesta.

La persecución de las autoridades contra Mohammadi aumentó tras la publicación de su libro sobre la brutalidad penitenciaria en el país, titulado ‘Tortura blanca: entrevistas con prisioneras iraníes’, así como un documental sobre las prácticas de aislamiento que se imponen en muchas cárceles del país y que la propia activista ha sufrido en diversas ocasiones.

En agosto otro tribunal sentenció otro año de prisión para la activista por «propaganda» por hablar sobre la situación de derechos humanos en Irán con Javaid Rahman, el relator de derechos de Naciones Unidas. La «propaganda» de Mohammadi se trataba en realidad, de la denuncia con datos y testimonios de violencia sexual y abuso «sistemático» en las detenciones de manifestantes tras la muerte de Mahsa Jina Amini.

La muerte de la joven en custodia policial, detenida por no llevar correctamente el velo islámico en el espacio público, provocó una ola de protestas por los derechos de las mujeres y contra el régimen, al grito de «Mujer, vida y libertad», una proclama que usa constantemente Mohammadi en su lucha en la calle y desde prisión.

Grupos pro derechos humanos denuncian que en el último año ha aumentado gravemente la represión del régimen, que no ha concedido ni una sola de las reivindicaciones de los manifestantes. Desde la muerte de Amini más de 20.000 personas han sido detenidas en protestas y en sus hogares. La persecución alcanza a cualquier persona que secunde una protesta o que hable con la prensa. Al menos 500 personas han muerto disparadas por las fuerzas de seguridad, mientras que aumentan las denuncias de tortura, agresiones sexuales y vejaciones en centros de detención, casos que ha documentado extensamente Mohammadi. La activista, ingeniera de profesión, se interesó por los derechos de las mujeres desde que estudiaba en la universidad. En aquellos años, hace más de dos décadas, Mohammadi denuncia vejaciones similares contra las mujeres por parte del régimen, desde detenciones por no llevar el velo en el espacio público a la separación entre hombres y mujeres o el maltrato en las prisiones. Sin embargo, Mohammadi ha señalado que en el último año, el nivel de violencia sexual contra las mujeres detenidas «ha aumentado significativamente» y se trata de una práctica «sistemática».

Las vejaciones y el aislamiento en prisión lo ha vivido en sus propias carnes. Desde hace más de un año, las autoridades iraníes no le permiten recibir visitas de su marido y sus hijos. También le han limitado el contacto con la organización en la que trabaja, el Centro de Defensores de los Derechos Humanos, una organización dirigida por Shirin Ebadi, otra activista por los derechos de las mujeres y premio Nobel de la Paz en 2003.

El aislamiento penitenciario ha mermado su salud. Mohammadi sufrió este año un ataque al corazón y la fiscalía no le permitió ser tratada en un hospital externo. Sus problemas cardiovasculares no han sido tratados correctamente, denuncian grupos de derechos. La activista ha desarrollado además, una enfermedad parecida a la epilepsia que le hace perder el control muscular. Pese a vivir en condiciones deplorables en el centro penitenciario, Mohammadi sigue trabajando para denunciar las violaciones de derechos contra las mujeres a pesar del coste que supone: un mayor aislamiento y más tiempo en prisión.-

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