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El fino arte de insultar

Francis X. Maier, miembro principal de estudios católicos en el Centro de Ética y Políticas Públicas:

 

La mejor manera de ocultar el hecho de que uno es un guerrero de la cultura es acusar a los demás, que no están de acuerdo con uno, de ser. . .guerreros de la cultura. Como lo vio tan claramente Saul Alinsky, santo patrón de la política progresista actual: la defensa más fructífera es una asquerosa ofensa y, preferentemente, dirigida a personas, no meramente a sus ideas.

Los escritores del National Catholic Reporter, por ejemplo, y toda la izquierda católica en general, han usado esta técnica durante décadas (mi antiguo jefe, el arzobispo Charles Chaput, era un objetivo habitual) y todavía lo hacen, con una habilidad pasmosa.

Claro, es una forma de proyectar en los demás los propios feos apetitos y resentimientos de uno, y luego culpar a tales demás por los pecados propios. Y… sí, los moralistas  quisquillosos se quejarán de que tal comportamiento es en realidad una calumnia, una especie de mentira; algo que Dante relacionó directamente con el octavo círculo del Infierno.

Pero…,  bueno…, bien está lo que bien acaba. El perdón es gratis cuando los “buenos”, es decir, los de uno, ganan.

El asunto es este: con demasiada frecuencia, la izquierda cristiana tiende a servir como una especie de movimiento religioso «Yo también» dentro de la corriente más amplia de activismo progresista; no siempre, y no en todos los temas, pero con la suficiente frecuencia como para preocupar a los que están fuera de ese grupo.  

Obviamente, no toda la preocupación está justificada . El servicio social es un deber del discipulado cristiano. Durante los últimos 125 años, las encíclicas papales han esbozado con gran detalle la doctrina social y las obligaciones católicas. Y, por supuesto, los cristianos que se inclinan hacia la derecha a menudo pueden describirse, con la misma precisión, como un equipo agro-bíblico pro causas conservadoras.

Pero el activismo “progresista” tiene una coherencia ideológica, una ventaja orgánica, de la que normalmente carece la derecha. La razón es simple. La política progresista tiene su propio ADN religioso, al margen de cualquier superposición con la fe cristiana.

En su ensayo “Religión Sucedánea” (recogido aquí), Eric Voegelin, el distinguido filósofo político obligado a huir de la Europa nazi, colocó el progresismo en la misma familia de movimientos religiosos entusiastas, gnósticos que incluyen al marxismo, el positivismo, el fascismo y el nacional-socialismo. Cada movimiento es una cara diferente, pero relacionada, del mismo instinto subyacente. Y ese instinto siempre tiene las mismas características definitorias.

Como arguyó Voegelin, el creyente gnóstico está descontento con su situación. Está seguro de que sus problemas son causados ​​por un mundo mal organizado. También cree que “es posible salvarse de la maldad del mundo”. Concluye que, para que llegue la salvación, el orden del ser debe ser cambiado a través de un proceso histórico.

Acepta, como una cuestión de fe, que el proceso salvífico puede lograrse a través de los propios esfuerzos del hombre. Finalmente, “se convierte en tarea del gnóstico buscar la receta para tal cambio. El conocimiento  –gnosis– del método de alteración del ser es la preocupación central del gnóstico”. . .junto con la determinación de imponer ese conocimiento a la sociedad por el propio bien de esta.  

Esto puede parecer muy lejos de la naturaleza del pensamiento cristiano progresista de hoy. Pero tal vez no. El filósofo católico italiano Augusto Del Noce, en su ensayo de 1967 “Sobre el progresismo católico” (recogido aquí), señaló que los católicos fieles buscan “poner el mundo moderno en línea con los principios eternos” respetando su carácter único. Pero los cristianos que operan bajo la etiqueta «progresista» a menudo encarnan «exactamente lo contrario, ya que buscan alinear el catolicismo con el mundo moderno».

Del Noce fue profético al presentir los ataques a la teología católica, en materia de sexo, que surgirían de la revolución cultural de la década de 1960. Más de cincuenta años después, Humanae Vitae y Donum Vitae están nuevamente bajo ataque, esta vez, con perversa ironía, desde dentro del mismo Vaticano y su “Academia Pontificia para la Vida”.

En otra parte, Del Noce advirtió sobre “el reemplazo de la metafísica, por la sociología” y el lento desangramiento de la fe trascendente hacia un sistema de ética positivo, aunque flexible, enmascarado por implacables llamados a la compasión, y un “anti-intelectualismo obligatorio”. Si esta deriva no le suena familiar en la vida católica de hoy, el lector ha estado dormido.

De manera contundente, Del Noce arguyó que:

si bien es posible mantener una discusión con un intelectual rigurosamente marxista; no lo es, con un católico progresista. No, porque lo despreciemos, sino porque él desprecia a su crítico, tratándolo ya desde el principio como alguien que se detiene en el mero intelectualismo formulaico. Por lo tanto, uno no discute con un progresista católico, sino frente a él, esperando que los argumentos de uno brinden una oportunidad para estimular la reflexión crítica. [énfasis en el original]

Vale la pena recordar que los “doctores de la ley”, tan a menudo vilipendiados en los últimos años, tuvieron una mano bastante generosa en la construcción y el mantenimiento de una civilización imbuida de un alma cristiana. Al menos algunos de ellos, sabían cómo pensar; hoy día, algo así como un arte perdido. Lo último que alguien necesita es una nueva marca sucedánea del pensamiento católico, privado de sus bordes afilados, que equivale al seguimiento de un mundo tan espiritualmente disecado, que carece incluso de una comprensión pagana de lo sobrenatural.

En los anales de la práctica de los insultos, epítetos como «guerrero de la cultura» y «fascista» tienen mucho en común  —un verdadero parecido familiar— como lo demuestra recientemente nuestro segundo presidente católico —y ahora claramente «progresista». Como señaló Lance Morrow en el Wall Street Journal  del 6 de septiembre:

Si hay fascistas en Estados Unidos en estos días, es probable que se encuentren entre las tribus de izquierda. Son el Sr. Biden y su gente. . .cuyas opiniones, desde el 6 de enero de 2021, se han endurecido en la fe absoluta de que cualquier partido o sistema de creencias políticas, excepto el de ellos, es ilegítimo, inhumano, monstruoso y (un buen detalle) una amenaza para la democracia. La evolución de sus emociones sobre-privilegiadas —su sentimentalismo, convertido en fanático—- les ha llevado en 2022 a abrazar la fórmula de Mussolini: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. O contra el partido. . . mientras sus pensadores se preguntan si la Constitución y la separación de poderes son todo lo que se supone que son.

Por cierto, en caso de que alguien estuviera preguntándoselo,  Hitler y Mussolini comenzaron como hombres de izquierda revolucionaria: la muy real encarnación de los «guerreros de la cultura».-

Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:
Sobre el autor:
Francis X. Maier es miembro principal de estudios católicos en el Centro de Ética y Políticas Públicas.

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