Fides et ratio: más razón y más fe, por favor
Bernardo Moncada Cárdenas:
«Este ámbito de entendimiento y de diálogo es hoy muy importante ya que los problemas que se presentan con más urgencia a la humanidad —como el problema ecológico, el de la paz o el de la convivencia de las razas . y de las culturas— encuentran una posible solución a la luz de una clara y honesta colaboración de los cristianos con los fieles de otras religiones y con quienes, aun no compartiendo una creencia religiosa, buscan la renovación de la humanidad.» San Juan Pablo II, Fides Et Ratio, 104
Hoy 14 de septiembre se cumplen 54 años de la proclamación de la gran Encíclica del hoy santo Papa peregrino. «La fe y la razón son como dos alas sobre las que el espíritu humano se eleva a la contemplación de la verdad«, escribe comentando este magnífico texto donde aflora la amistad con su Prefecto de la fe, gran amigo, y sucesor, Joseph Ratzinger.
El arco que, partiendo de San Juan, se tiende hasta Santo Tomás de Aquino, pasando por San Agustín, reivindica al Cristo que no teme a nada, no rehúye confrontación y da razones para creer y esperar al creyente que sabe las razones de su fe, asentada entonces sobre terreno firme.
La Encíclica es llamado a una fe razonable, donde la confianza en una verdad recibida no está, necesariamente, en contraposición con la confianza en la razón y su insaciable búsqueda del sentido y la constitución del hombre y de las cosas. Puede que algunos hayan recibido Fides et ratio como un planteamiento dirigido a intelectuales, científicos y filósofos, cuando en sus siete capítulos sustenta, con profundidad e impecable respaldo, toda una posición ante la vida. La Encíclica es un llamado, entre otras cosas, a vivir la razón.
En efecto, el deseo de rescatar del pensamiento racional en relación estrecha con la fe, ha sido una propuesta que acertó al establecer puentes hacia la filosofía y la ciencia que se precian de agnósticas. Puentes desde un pensamiento eclesiástico abierto, ecuménico, en «honesta colaboración de los cristianos con los fieles de otras religiones y con quienes, aun no compartiendo una creencia religiosa, buscan la renovación de la humanidad», puentes que han tenido efectos positivos en el ámbito de ciencia y filosofía.
En este nuevo aniversario de proclamación, sería justo plantear sus efectos en la vida cotidiana de hoy, llena de desafíos, incertidumbres, y ansiedades. Nuestra actual cultura está rasgada en centenares de mensajes, informaciones, imágenes, noticias, que, en lugar de integrarse para servir como base firme para tomar nuestra propia posición, se disgregan creando bajo nuestros pies un pantano de arenas movedizas.
Frente a este drama que cada uno puede documentar en su propia situación, el recurso a la razón queda restringido a una visita al psiquiatra o a adherirse a la posición de un demagogo o una ideología (cuando no a alguno de los cultos o mentores que proliferan basados en creencias alucinadas y vendidas en las redes). Hemos renunciado al uso de la razón como instrumento orientador en la experiencia común, y como exigencia íntima de apertura a la realidad y búsqueda de sentido.
No hay aquí lugar para un resumen o un análisis de la Encíclica, que está disponible en cualquier buscador de internet. Este llamado es a formar una razón madura, que nos apoye en nuestra relación con la compleja realidad, una razón que base la confianza en su positividad primordial, confianza que llamamos “fe” y que nos lanza al mundo con la firmeza de una esperanza cada vez más necesaria.
“La fe brota como una flor en el extremo de la razón”, parafraseando a don Luigi Giussani, sacerdote y teólogo; para evadir este florecer, muchos pensadores (y nosotros, gente de a pie), censuramos, castramos, nuestra razón, cerrándole la ventana a ese “Algo más” que ella busca. El resultado es que terminamos por sustituir la razón con esquemas e ideologías, o por intentar resignadamente pararnos sobre las arenas movedizas. Sirva este aniversario para que la razón y la fe encuentren una respuesta definitiva a los problemas del hombre concreto, y sean una ayuda eficaz para la ética verdadera y a la vez planetaria que necesita hoy la humanidad (FR 104).-