Iglesia y postmodernidad
El himno a los colosenses no tiene comparación: Jesús es “El Cristo”, “El Mesías”, “El Dios con nosotros”. El que nos revela al Padre, el que nos da a conocer el misterio trinitario: “Dios es amor”. Esta es la razón por la cual Cristo se define como “el Camino, la Verdad y la Vida”

Nelson Martínez Rust:
¿Se puede hablar de “Modernidad”, “Iglesia”, “Secularización” y “Derechos Humanos” prescindiendo de una referencia a lo sobrenatural? Si así fuere, ¿cuál sería el fundamento que sostendría toda esa edificación? Pero, ¿es que se puede vivir sin Dios? La interrogante es actual, como también es actual y pertinente preguntarse por “La Razón de Ser” y “El para qué de La Religión o La Iglesia” en la presente coyuntura del secularismo que se hace sentir aún dentro de la misma Iglesia.
De mis ya remotos años de estudiante, recuerdo agradecido la insistencia de mis profesores en que leyéramos, analizáramos y criticáramos el pensamiento de Dietrich Bonhoffer (1906-1945), teólogo de la Iglesia Luterana alemana, víctima de los Nazis en Auschwitz, el cual sostenía que “…tenemos que reconocer con honradez que debemos vivir en el mundo como si no existiera ningún Dios, y esto es lo que realmente reconocemos, ¡precisamente delante de Dios!…Estamos continuamente ante la presencia de Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de Dios”. Años más tarde, sus ideas fueron retomadas, ampliadas y reproducidas por el Obispo anglicano de Woolwich, J. A. T. Robinson en su publicación “Sincero para con Dios” (1965) y por H. Cox, perteneciente a la Iglesia Bautista americana, en su famoso libro “La ciudad secular” (1966).
Si analizamos hoy sin apasionamiento y con cierta profundidad el contenido de estas publicaciones, podemos observar que no gozaban de la absoluta novedad que se les había querido atribuir en aquel tiempo. En efecto, hoy en día se reconoce que la génesis de estas ideas se remonta a la época del Medievo cuando se inició, de manera tímida, el “Espíritu Laico”, del que hablan algunos historiadores y que reconocen en él los signos precursores de la lucha entre el Estado y la Iglesia, de los ciudadanos contra los obispos. Proceso que se inicia con la crisis de la escolástica y la aparición de la filosofía de Guillermo de Ockham dando por resultado el nominalismo que no dejó de influir en el pensamiento, años después, en los albores del “modernismo”, en Martín Lutero. Fue el germen insipiente del secularismo de nuestros días.
No es un hecho casual el que la secularización reconozca sus raíces medievales en aquel movimiento. Lo que ahora nos interesa es, no tanto recordar estos inicios, cuanto el observar cómo, con el correr del tiempo, aquellas ideas pasaron al gran público y han ido transformando el sentir religioso hasta nuestros días, sobre todo, en el Occidente cristiano, el cual, en la actualidad, sufre de una profunda ausencia de Dios que se manifiesta en un creciente “secularismo”, – no “secularización” -, que echa raíces y crece en todos los ámbitos de la vida hodierna.
Tres personajes llenan la escena: Ludwig Feuerbach (1804-1872), Federich Nietzsche (1844-1900) y Jean-Paul Sartre (1905-1980) a quienes podríamos calificar de precursores de los tiempos modernos con sus respectivos pensamientos.
1º.- LUDWIG FEUERBACH
El inicio de la conversión de la libertad personal en un absoluto, que exalta a la persona a un grado tal que la desliga de la solidaridad debida a las otras personas, tiene su origen en la pérdida del sentido de “La Trascendencia”. El hombre se desentendió de la idea de Dios al creerla alienante y destructora de la verdadera promoción humana, y así, el hombre se convierte en un dios para el hombre.
Con Feuerbach se inicia este cambio. Su tesis principal es “el contenido y el objeto de la teología es la antropología, el misterio del ser divino – Dios – radica en la realidad del ser humano”. Las consecuencias de este aforismo se muestran en un materialismo absoluto: “si el ser humano es el ser supremo para el hombre, en la práctica, la ley suprema será el amor del hombre hacia el hombre”. De esta manera se llega a un humanismo ateo y materialista. En la base de la antropología de Feuerbach se encuentra una falsa visión del hombre y de Dios, ya que para hacer grande al hombre es necesario destruir a Dios, pues toda existencia de un ser superior presupone el empobrecimiento de la imagen del hombre, el cual termina siendo un ser alienado y dependiente, títere de un Ser Supremo que le indica el camino a seguir.
Pero esta absolutización del hombre no solo niega la existencia de un Dios – Ser Supremo -, sino que también aniquila la libertad del hombre. El hombre, al hacerse dios, crea un código de valores adaptado a él, que puede cambiar de acuerdo a las circunstancias de tiempo y espacio: no hay principio moral absoluto, todo es relativo: todo está en función de las circunstancias. El hombre se convierte en pura subjetividad, en una libertad no-condicionada, carente de naturaleza y de Ley Natural: es un puro y simple “Quehacer” = “Yo soy lo que hago” = “Me defino por mi capacidad de hacer”. Decimos que es un simple “Quehacer” porque su acción no es, sino el producto de su libre creatividad del momento presente; mañana… ya veremos, como vengan las circunstancias, de esa forma actuamos. Esta actuación no está sujeta a ningún valor preexistente; por el contrario, ella – la libertad, el hacerse de cada día – es la que fundamenta y crea toda clase de valor moral. Los atributos divinos que antes eran exclusividad de Dios pasan a ser ahora propiedad exclusiva del hombre; de ahí la conocida frase del filósofo analizado: “Homo homini deus est” = “El hombre es dios para el hombre”. Por consiguiente, el hombre debe apoyarse únicamente en sí mismo, y rechazar toda proyección que venga fuera de sí ya que, el hecho mismo de proyectarse, lo convertiría en un alienado y en un empobrecido. Su fuerza radica en su libertad no-condicionada, no determinada por nada ni por nadie. El hombre es el ser y valor moral supremo del y para el hombre ya que se ha convertido en el único punto de referencia y medida de todas las cosas, en cuanto que es dueño del bien y del mal.
Estas ideas tuvieron una influencia determinante en Karl Marx (1818-1883) y, por su medio, pasaron al pensamiento marxista y a determinadas posiciones extremas de socialismos dando por resultado el que en los regímenes marxistas se haga necesaria la abolición de todo sentimiento religioso y de toda manifestación crítica en virtud del pensamiento único del jefe, que es el que debe permanecer. En estas circunstancias, y con estos presupuestos ¿se puede dialogar con el marxismo?
2º.- FEDERICH NIETSCHE
Las ideas antes vistas de manera somera, se acrecientan con Federich Nietsche. La libertad no-condicionada desemboca necesariamente en un pensamiento débil en el cual el hombre se encuentra incapacitado de manera constitutiva para afirmar o conocer verdades objetivas; todo es opinable, discutible, y cada quien tiene su verdad. Toda verdad es contingente y puede ser revisable; por consiguiente, toda certeza se convierte en un síntoma de debilidad, inmadurez, propia de un ser retardado y dogmático, no compatible con los tiempos modernos. Lo que se concebía como “acto de liberación y plenitud” se convierte ahora en “pensamiento débil” para el hombre.
En un mundo así lo que interesa no es la realidad de “la cosa en sí”, sino “el sujeto”. De hecho, para Nietsche “solo el sujeto es demostrable; el objeto es solo un modo de actuar de un sujeto sobre otro”. De este modo las cosas y las personas – el otro – son solo lo que queremos que sean y nunca llega a ser sujeto de respeto sino objeto de satisfacción personal. El hombre crea al hombre, como también crea la verdad, el bien y los restantes valores. De este modo las cosas no tienen una naturaleza en sí mismas, independientemente de la interpretación y de la subjetividad. El hombre es quien crea los valores debido a su libertad absoluta e incondicionada; nosotros ponemos los fines y los valores y por eso tampoco son necesarias las leyes morales objetivas e independientes de nuestra libertad: ¡Todo es revisable! ¡Todo es cambiable! ¡Nada es valedero!
En esta visión antropológica, el hombre no logra tener un conocimiento cierto de las cosas – de la realidad -, y nadie puede declararse dueño de la verdad. Por eso, el hombre debe ser tolerante con las ideas de los demás, diríamos más: ¡condescendiente y permisivo! Esta visión olvida que no hay libertad sin la verdad. Del relativismo ético surge más bien, el derecho de cada grupo social a buscar sus intereses, sin tener en cuenta los intereses de los demás. El hombre se identifica con su propia voluntad, con su libertad que no está orientada ni limitada por nada que la trascienda, ni ordenada a ningún fin que no sea su propia realización. Lo que interesa y es primero es mi “YO”. A esto es a lo que Nietsche llama “La Voluntad de Poder”.
En una sociedad – humanidad – construida sobre esta plataforma, y que se enorgullece de no imponer nada a nadie parecería contradictorio tacharla de esclavizante. Pero el permisivismo consumista y la alocada búsqueda del placer es una autentica absolutización del libertinaje. ¿A qué cosa denominamos “Absolutismo del Libertinaje”? Denominamos con este nombre a la sociedad que no respeta las leyes de un desarrollo armónico y que, en medio de ella, algunas personas actúan sin respetar los derechos de los demás. Así, por ejemplo, quien considera que la única forma de realzarse es deshacerse de la vida que comienza a palpitar en su seno, juzgara lícito cualquier medio para conseguir este fin; más aún tendera a interpretar estos delitos contra la vida como legitimas expresiones de la libertad individual, que deben ser reconocidos y ser protegidos como verdaderos y propios derechos. Otro tanto puede decirse de las leyes concernientes a la fidelidad matrimonial, a los divorciados vueltos casar, a la tolerancia de las personas de transgénero, etc. Se busca el placer por el placer. En medio de una sociedad de esta manera estructurada ¿Tiene razón de ser la Iglesia? ¿Qué papel debe jugar la Iglesia? ¿Cuál debe ser la praxis de evangelización? ¿Debe enajenar la “Buena Nueva” ante la realidad de un mundo así cambiante para conseguir prosélitos? ¡No! ¡No tiene lugar la claudicación!, por el contrario, es la hora del testimonio personal y comunitario de vida.
Ciertamente que vivimos en una época en la que ha decaído la racionalidad y, al mismo tiempo, ha aumentado el sentimentalismo, la emotividad y la sensibilidad y la superficialidad aun en las cosas sagradas.
3º.- JEAN-PAUL SARTRE
Ante las doctrinas anteriormente expuestas no debe sorprendernos la radicalidad a la cual llega Jean-Paul Sartre – premio nobel de literatura -. Nuestro autor extrema la doctrina vista: “El hombre no puede ser unas veces libre y otras veces esclavo: o es enteramente libre o no existe de ninguna manera” y “Estoy condenado a ser libre” (en “El existencialismo es un humanismo” y “El ser y la nada”). Como podemos deducir de esta doble afirmación, para Sartre no existe una “esencia” que defina y constituya al ser humano o que, al menos, fundamente la “existencia” del hombre. Por el contrario, es esta – la “existencia” – la que define al hombre; este no se define por su constitución – “ser racional, dotado de voluntad, creado a imagen de Dios” – sino por el “hacer”: el hombre es lo que hace y solo lo que hace. Tampoco existe un mundo constituido por los valores morales. No existe un orden moral, ni tampoco un Dios que fundamente dicho orden moral: ¡Soy profundamente libre! De esta manera se expresa el hombre de la postmodernidad. Ahora se entiende con mayor claridad el porqué del ateísmo radical del pensador francés; para él es necesario – es un absoluto – negar la existencia a Dios, porque de lo contrario, el hecho de aceptar a Dios significaría que el ser humano es la realización de un proyecto ideado por otro. El hombre tiene una sola ley: ser él mismo en el hacerse. En este antropocentrismo absoluto, el hombre se constituye en la medida de toda moralidad y Dios es solo una vana aspiración del hombre. Evidentemente Sartre sostiene una moral sin ley, sin deberes, y, por consiguiente, totalmente permisiva. Nace el egocentrismo, la sociedad del descarte, de la eliminación del que no produce, del anciano y del niño no nacido que estorba la realización plena de familiares y padres, del “hay que gozar de la vida” porque no existe nada más, etc. Es la sociedad en la cual vivimos, nos movemos y existimos.
========== O ==========
¿Cuál es el pensamiento de Dios? ¿Cuál es el cometido de la Iglesia? Consideramos que el punto de partida para una adecuada respuesta debe buscarse en la efeméride que este año la Iglesia celebra. En efecto, celebramos el 1700º aniversario del primer Concilio Ecuménico de Nicea. Acontecimiento fundamental en la vida de la Iglesia y, por consiguiente, en la vida de cada cristiano. Entra en juego el deseo de Dios de revelar su vida íntima con la única intención de hacer partícipe al hombre de su ser. Es la ocasión de reflexionar sobre este misterio de amor en la búsqueda de una respuesta para los problemas de nuestro tiempo.
El misterio trinitario no se puede abordar sino desde la perspectiva del “amor”, la “caridad” o, si se quiere, del “ágape”, del “proyectarse” hacia el otro para hacerlo feliz, y no solo a la manera de un ejercicio académico – simple especulación filosófico-teológica – sino, ante todo, a la manera de una vivencia: si el misterio no se vive, no se le entiende. Dios es la Vida y la Vida no es otra cosa que vivir en el amor, y vivir en el amor es: “…esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3).
Quisiéramos aludir a tres textos bíblicos para ahondar en lo afirmado.
1º. Deuteronomio 30,10-14
El Deuteronomio nos narra la recomendación que Moisés dirige al Pueblo una vez que este ha llevado a cabo la Alianza con Yahveh al pie del Sinaí (Ex 19,1-20,21): “…tú escucharás la voz de Yahveh tu Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el libro de la Ley, cuando te conviertas a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma”. La ley – Torah – era concebida en Israel, como la presencia misma de Dios que se había manifestado en la historia del pueblo con grandiosos prodigios y acontecimientos. La Ley – Torah – no era una simple recopilación de mandatos y preceptos, sino la presencia – personificación – de Dios mismo. Así se puede entender mejor toda la veneración por la Torah practicada en Israel y las controversias con Jesús. Si se deseaba ser auténtico israelita, se tenía que cumplir la Ley con extremada exactitud, ya que de lo contrario constituía una ofensa a la misma persona de Dios.
2º. Lucas 10,25-37
El Evangelio, no anula el precepto del Antiguo Testamento, sino que lo lleva a su plenitud. El sacerdote y el levita eran cumplidores de la Ley de Moisés, no hacían mal, querían ser excelentes israelitas. Esa es la razón de su conducta con el herido. Sin embargo, el samaritano, por el contrario, vio al moribundo, cuidó de él, lo llevó a la posada y pagó los gastos del cuidado. Se debe advertir que el samaritano no pertenecía al pueblo escogido. La conclusión del letrado es excelente: ¿Quien hizo bien?, pregunta Jesús. “El que practicó la misericordia con él”. Es decir, el que amó al moribunda.
3º. Colosenses 1,15-20
El himno a los colosenses no tiene comparación: Jesús es “El Cristo”, “El Mesías”, “El Dios con nosotros”. El que nos revela al Padre, el que nos da a conocer el misterio trinitario: “Dios es amor”. Esta es la razón por la cual Cristo se define como “el Camino, la Verdad y la Vida”.
Ante un mundo sin Dios, ante una sociedad egocéntrica, hedonista, del descarte y sin criterios sobrenaturales, en donde prevalece el “Cuanto hay pa’ eso?” y la hipocresía, la Iglesia debe afianzarse en la Verdad de Cristo y desde Él y solo desde Él contemplar la realidad del mundo, y no claudicar tratando de adaptarse a las realidades cambiantes. Ella tendrá vigencia y eficacia, solo en la medida en que es fiel al Evangelio. La Iglesia debe caminar en la Luz (1 Jn 1,5-2,28). Cristo nos dice hoy a nosotros: “Anda, haz tú lo mismo”.
Valencia. Julio 20; 2025