El final de la Sociedad de las Naciones y el Nuevo Orden Mundial
En la Sociedad de las Naciones, pocos fueron los países que se adhirieron a ésta. En su momento de mayor esplendor llegó a contar con poco menos de sesenta “Altas Partes” o miembros, en un mundo todavía bastante eurocéntrico, colonial e imperial
María Alejandra Aristeguieta:
Una de las razones esgrimidas con frecuencia para explicar la rápida desaparición de la Sociedad o la Liga de las Naciones –la organización precursora de la ONU– fue su incapacidad de garantizar la paz y evitar el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
En realidad, como suele suceder, las causas son múltiples y más complejas.
Cuando un organismo internacional se crea, nace de la voluntad política de varios gobiernos, que deciden ponerse de acuerdo y negociar bases comunes para un entendimiento común. Una organización con vocación global debe incorporar en su seno, además, a la mayor cantidad de países posibles, y para ello, los gobiernos acercan sus posiciones con el fin de encontrar un espacio de contemporización. Se requiere, por lo tanto, de una clara visión política, y sobre todo, de la convicción, para transigir en asuntos que pueden ser de primordial importancia nacional.
Al mismo tiempo, toda institución que descansa sobre los principios y normas del derecho internacional, opera, en buena medida, en el mundo de la exhortación, de la colaboración y de la autorregulación, puesto que el sistema internacional carece de instancias o herramientas que puedan imponerse por encima de las naciones infractoras (salvo pocas excepciones), y depende del deseo de sus miembros de ceñirse a los principios suscritos por encima de la natural anarquía sistémica, que está apenas limitada o regulada por poderes en constante tensión que pueden querer colaborar o competir, o luchar e imponerse, dependiendo de la situación en la que se encuentren. La norma, entonces, resulta ineficaz en su capacidad reguladora y coercitiva y tan solo sirve de directriz.
Regresando a la Sociedad de las Naciones, pocos fueron los países que se adhirieron a ésta. En su momento de mayor esplendor llegó a contar con poco menos de sesenta “Altas Partes” o miembros, en un mundo todavía bastante eurocéntrico, colonial e imperial. Estados Unidos, por su parte, a pesar del empuje que, gracias a su intervención en la Primera Guerra lo posicionaba como gran potencia, reafirmó su tradición aislacionista y aunque uno de los grandes impulsores de la Liga fuese el presidente Woodrow Wilson, no llegó a formar parte de la organización. Esto, junto con las reservas frente a Alemania, la naciente Unión Soviética, y otras naciones, marcó una debilidad intrínseca y seguramente contribuyó a que no se consolidara en el tiempo.
Pero sin duda, lo más resaltante en las causas de su corta vida fue el ambiente internacional de la época. Pues, si bien las potencias de entonces salían de una guerra cruenta y estaban ganados a la idea de que la mejor forma de fomentar la paz, la seguridad, el desarrollo de las naciones y el crecimiento económico mundial era a través del derecho internacional y las relaciones multilaterales que permitieran acordar pactos que los incumbieran a todos por igual, a la larga, cuando la situación nacional se complicó debido a las turbulencias económicas que aparecieron con la posguerra, ninguna fue capaz de honrar sus propios compromisos internacionales.
Y es que el período entreguerras estuvo definido por la hiperinflación, el desabastecimiento, la escasez y la Gran Depresión, y todo ello generó gran desconfianza en la población mundial que veía alejarse la promesa de prosperidad que traería la paz y la reanudación de los intercambios globales. En este escenario, aparecieron y se afianzaron los gobiernos de extremos: el fascismo, el nazismo y el comunismo, tanto como gobiernos que ejercieron el papel de acomodaticios apaciguadores que no supieron enfrentar con firmeza estas derivas políticas. Y con todo ello, el surgimiento del nuevo conflicto mundial.
Si hacemos un paralelismo con el escenario actual del mundo pospandemia y de guerra de agresión a Ucrania, vemos cómo la amenaza de una crisis energética, inflacionaria y de escasez se instala a nivel global. Aunado a ello, siguen aumentando el número de países que se alejan de sistemas democráticos de gobierno, crece la polarización en otrora democracias sólidas poniéndolas en riesgo, las dictaduras se coordinan entre sí, financian revueltas, caos y agendas distractoras al tiempo que las protestas legítimas quedan opacadas e ignoradas entre tanto caos y desinformación. Los gobiernos populistas de extremos (derecha e izquierda) van ganando adeptos, muchas veces por razones justificadas, otras tantas por resentimientos fabricados, y lo que es más grave, van borrando las políticas de centro, esas que buscan crear consenso y convivencia en función de objetivos que abarquen a las mayorías.
Pero también vemos actores políticos y militares emprendiendo un juego unilateral de poder desafiante del sistema global. En síntesis, la realpolitik, la lógica del poder está cada vez más en el centro de la toma de decisiones, asumiendo sin tapujos el relevo a treinta años de globalización y de primacía del crecimiento económico a través de las relaciones comerciales (aquellas que asegurarían la paz mundial) y sacando del letargo al mundo desarrollado que se creía inmune a estos escenarios propios del tercer mundo.
También a setenta años de multilateralismo, con una ONU que da cada vez muestras más claras de fatiga, ineficiencia y poca legitimidad.
Porque, cuando un país de la talla de Nicaragua desafía al Consejo de Derechos Humanos, desacatando sus normas y las decisiones tomadas por sus miembros desterrando a una experta, cuando a un país que ni siquiera está al día con el pago de sus cuotas, como es Venezuela, se permite amenazar a los miembros del Consejo que voten por la extensión del mandato a la Misión de Determinación de los Hechos, cuando vemos a Rusia anexarse el territorio de otro Estado soberano sin que la organización que está llamada a garantizar la paz mundial pueda impedirlo, cuando vemos que en el Consejo de Seguridad no se pueden tomar decisiones de importancia mundial por un anacrónico derecho a veto, cuando funcionarios de la ONU pasan información a las dictaduras que ponen en peligro la seguridad de víctimas y defensores de derechos humanos, cuando en Irán matan a golpes a una joven por no cubrirse enteramente la cabeza sin que la Asamblea General levante la voz, cuando vemos que China sigue avanzando en sus apetencias expansionistas y busca excusas para desestabilizar la región, mientras mantiene en campos de concentración a una minoría étnica y sigue creciendo como potencia mundial, cuando la Unión Europea o Estados Unidos son víctimas de su propia agenda y dejan de lado sus valores fundacionales, cuando estamos ante tantos acontecimientos, tantas crisis superpuestas e interdependientes, quizás sea tiempo de aceptar que estamos ante un cambio de época. Quizás sea tiempo de aceptar que las herramientas de la posguerra y del derecho internacional ya no son suficientes para establecer un orden mundial, y que las transformaciones que estamos viviendo en este momento, tendrán que encontrar un nuevo espacio global capaz de dar respuesta a los objetivos colectivos.
Quizás a la tercera es que va la vencida.-