Lecturas recomendadas

Aprender a amar

En todo tiempo y lugar, y desde lo más profundo de su corazón el hombre ha buscado a Dios

Rafael María de Balbín:

 

Es lo principal que tenemos que hacer en esta vida, y no es tan fácil como pudiera parecer, ya que el egoísmo tiene profundas raíces en cada uno de nosotros. Me refiero a un amor verdadero: no teórico ni tampoco reducido por afanes utilitarios o hedonistas. Un amor que sea un trasunto del amor con que Dios nos ama y nos regala la vida, y todos los demás bienes.

La venida de Jesucristo al mundo es manifestación patente del amor que Dios nos tiene: “Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo” (Juan 3, 16). Es la culminación de la Antigua Alianza de Dios con el pueblo de Israel: hay una Nueva Alianza que surge de la Redención. Y si bien es verdad que los hombres hemos traicionado y continuamos traicionando la Alianza con Dios, Él no nos rechaza ni nos abandona.

La fidelidad de su amor no es una contrapartida de la nuestra. Juan Pablo II lo ha expresado bella y certeramente: “Dios es fiel a sí mismo, fiel a su amor al hombre y al mundo” (Enc. Redemptor hominis, n. 9). Y, compadecido de la humanidad, busca remedio a nuestros males, la raíz de los cuales es el pecado: “a quien no conoció pecado le hizo pecado por nosotros para que fuéramos justicia de Dios” (2 Corintios, 5,21); “tal revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama Jesucristo” (Enc. Redemptor hominis, n. 10).

Es una lección bien clara, que importa mucho aprender para evitar el vacío existencial. “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (Idem, n. 10). Podemos descubrir ahí la profunda dimensión humana del misterio de la Encarnación y Redención: Cristo Redentor revela plenamente el hombre al mismo hombre. Viene a la tierra para que el hombre “no muera sino que tenga la vida eterna” (Juan 3,16).

El sentido de la vida se pierde por el pecado, al alejarse el hombre de quien es su Principio y su Fin. La existencia en este mundo resultaría entonces vana y estéril. Jesucristo ha venido a darnos de nuevo nuestra dignidad y nuestra misión.

En todo tiempo y lugar, y desde lo más profundo de su corazón el hombre ha buscado a Dios. Así lo atestigua la historia de las religiones. Pero no es una búsqueda que se limite al conocimiento y amor que el hombre pueda dar de sí. Se pone a nuestro alcance el misterio de Cristo “escondido desde los siglos”  en Dios, de las “insondables riquezas de Cristo” (Efesios 3, 5), que viene a enseñarnos la verdad que nos hará libres (cf. Juan 8,32), que nos enseña a amar en espíritu y en verdad (cf. Juan 4, 23 ss.).-

(rbalbin19@gmaiñ.com) 

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