Trabajos especiales

Lo que un año de guerra ha revelado de tres líderes

¿Qué ha aprendido Putin en un año de caos autoinfligido? Que todo es culpa de los demás. Como afirmó en su discurso a la nación del martes pasado: «Ellos fueron los que empezaron esta guerra». En otras palabras, Putin no ha aprendido nada

David Ignatius – The Washington Post:

Antes de que Vladimir Putin invadiera Ucrania, algunos funcionarios estadounidenses les advirtieron en privado a sus contactos rusos contra el peligro de la soberbia, de la arrogancia. Sería fácil empezar esta guerra, advirtieron, pero difícil terminarla con éxito. Toda la historia militar moderna de Estados Unidos, desde Vietnam hasta Irak y Afganistán, era un ejemplo de esta humillante historia. Pero los rusos no escucharon.

Ahora, casi un año después, vemos los devastadores resultados para Rusia, Ucrania y el mundo entero. Putin calculó mal lo que los estrategas militares llaman «el orden de batalla», sobreestimando la fuerza de su país e infravalorando la determinación ucraniana y estadounidense. Está atrapado en una trampa de su propia creación, lo que le hace desesperado y peligroso, pero en última instancia condenado al fracaso.

La guerra revela los rasgos esenciales del carácter humano que dan forma a los hechos. Quién podría haber imaginado que un actor cómico ucraniano llamado Volodymyr Zelensky se convertiría en el primer líder verdaderamente heroico del siglo XXI. Quién habría apostado que Putin, el astuto y cínico ex oficial de la KGB, haría una errónea interpretación tanto de la inteligencia como de la historia y convertiría en rehén a su país en lo que equivalía a un cuento de hadas sobre la «unidad» de Rusia y Ucrania.

Tal vez lo más sorprendente de todo sea quién habría apostado por que un presidente estadounidense de 80 años, un hombre parlanchín, sentimental y que a veces parecía muy envejecido, se convertiría en el líder estadounidense más infravalorado de los tiempos modernos. La valiente visita del presidente Biden el lunes a Kiev fue un momento decisivo en su presidencia. Incluso los comentaristas conservadores que se ganan la vida criticándole tuvieron que conmoverse al verle de pie en la Plaza de San Miguel mientras sonaban las sirenas antiaéreas.

Pensemos en el arquitecto de esta guerra desastrosa y en los orígenes de su error. Muchas guerras comienzan con un sentimiento de orgullo herido. En el caso de Putin, esta vanidad le llevó a obligar a su nación a lanzarse por un precipicio. El 24 de febrero del año pasado, Putin lanzó la invasión con un discurso que sigue asombrando por su sentido de victimización y deseo de venganza.

Putin presentó la narrativa sobre Ucrania como una historia de inocencia rusa y perfidia occidental. Al expandir la OTAN hacia el este, hacia las fronteras de Rusia, Estados Unidos y sus aliados habían mostrado una «actitud despectiva y desdeñosa» y se habían comportado «de forma grosera y poco ceremoniosa año tras año». En otras palabras, Occidente había herido los sentimientos de Rusia.

El principal objetivo bélico de Putin, extrañamente, parecía ser entonces lograr un mayor respeto. Occidente, en lugar de tratar a una desorientada Rusia postsoviética «con profesionalidad, suavidad y paciencia», había hecho alarde de su poder con un «estado de euforia creado por un sentimiento de superioridad absoluta, una especie de absolutismo moderno». La OTAN había hablado de invitar a la cooperación rusa, pero Putin insistió: «Nos han engañado o, por decirlo en pocas palabras, se han burlado de nosotros».

Si uno se pregunta por qué tantos rusos parecen seguir apoyando a Putin, a pesar de sus catastróficos errores, es en parte porque comparten su sentimiento de agravio. Como señala el historiador Mark Galeotti en su magnífica breve historia del país, la historia de Rusia ha sido durante siglos una tensión recurrente entre Occidente y Oriente, Europa y Asia, entre un anhelo de aceptación y un amargo sentimiento de rechazo y falta de respeto.

¿Qué ha aprendido Putin en un año de caos autoinfligido? Que todo es culpa de los demás. Como afirmó en su discurso a la nación del martes pasado: «Ellos fueron los que empezaron esta guerra». En otras palabras, Putin no ha aprendido nada.

La parte de Zelensky en esta historia es una combinación de valor en bruto y la comprensión intuitiva de un actor de cómo interpretar el papel de su vida. Los que le vieron en la Conferencia de Seguridad de Múnich hace un año le recuerdan como un «muerto andante». Biden recordó el lunes lo que Zelensky le dijo la noche de la invasión, con el sonido de las explosiones de fondo: «él dijo que no sabía cuándo podríamos volver a hablar».

Pero Zelensky se resistió a las ofertas de ayuda de Estados Unidos para evacuar Kiev. Cuando salió de su búnker tras los primeros días de asalto con su uniforme verde de faena, rodeado de sus colegas ministros, se percibió un cambio en el campo gravitatorio de la Tierra. «No me escondo», dijo. «Y no tengo miedo de nadie».

Y por último, ¿qué decir de Biden, el improbable pero indiscutible líder de la alianza occidental? Siempre ha sido fácil subestimar a Biden. No es un gran orador, habla demasiado y a veces se comporta como un abuelo irlandés gruñón. Pero, al igual que Harry S. Truman, que cada vez parece más un espíritu afín, Biden sabe las cosas que uno descubre cuando va dando tumbos por la vida y es despreciado por los sabihondos, y sobre todo, lo que uno aprende simplemente siguiendo adelante, en las buenas y en las malas.

Al final, toda guerra es una prueba de voluntades. Putin estaba convencido de que su determinación brutal y fría duraría más que la de los demás. Pero un año después, la capacidad de resistencia de Putin empieza a ser cuestionable, mientras que Zelensky y Biden nunca han parecido tan fuertes.-

David Ignatius escribe dos veces por semana una columna sobre asuntos exteriores en The Washington Post.

 

Traducción: Marcos Villasmil

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