Venezuela

Trazos para un retrato de la situación de nuestros jóvenes en sectores populares

Alfredo Infante, SJ, del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco:

Juntarse cada semana para compartir, formarse y organizarse con el propósito de hacer posible los sueños es leitmotiv del Movimiento Renacer, organización juvenil de la parroquia eclesiástica San Alberto Hurtado y José Gregorio Hernández, en la parte alta de La Vega, populoso suburbio al suroeste de Caracas.

El sábado 12 de febrero, Día de la Juventud en nuestro país, y después de un largo proceso de preparación, los chamos y chamas de este movimiento organizaron un “arepazo” y bajaron al barrio Los Encantos –uno de los más excluidos de la zona- a compartir el desayuno con los niños, niñas y adultos mayores, con quienes rezaron juntos el «Padre Nuestro» como signo de solidaridad y fraternidad. Al terminar la actividad, el gozo interior en los muchachos y muchachas se convertía en lágrimas de agradecimiento por «un sueño cumplido».

José Luis Ortegano, profesor de educación física y entrenador de fútbol de salón en el Centro de Formación integral «San Alberto Hurtado» de la parte alta de La Vega, nos comentaba el otro día que, en 2021, en un campeonato organizado por la ONG Caracas mi Convive, la selección de nuestra parroquia eclesiástica obtuvo el segundo lugar y ganó el Premio de Juego Limpio. «Todos quedaron impresionados por el comportamiento cívico de nuestros muchachos, recibieron aplausos por ser jugadores respetuosos, que trabajan en equipo y se empeñan en ser buenos ciudadanos». Es el reconocimiento de un largo trabajo, señala Ortegano: «llegar a esta meta ha supuesto mucha disciplina, constancia, paciencia». Ortegano no tiene la menor duda de que la cancha y el balón han sido claves para la educación del carácter, la creación de hábitos, el trabajo en equipo, la resolución pacífica de conflictos y la formación ciudadana. «Es muy bonito ver el crecimiento personal de los muchachos, un balón y una cancha, hacen milagros» comenta el profe, quien agrega que «cuando salimos a otros lugares y la gente ve el juego y el comportamiento de nuestros chamos, se me acercan y preguntan: ¿es verdad que estos chamos son de La Vega? Les pregunto por qué  y me responden: ‘es que son muy bien comportados'», me explicó sonriente el entrenador, quien concluyó con esta frase: “Es que la gente piensa, muchas veces, que los chamos del barrio son violentos, eso es un prejuicio que se tiene y que tenemos que superar”. 

Alison es un joven moreno, alto, habitante de los bloques del sector. Estudiante de bachillerato, su padre Pedro le ha enseñado el oficio de peluquero por lo que, algunos fines de semana, él y su papá organizan, por iniciativa propia, jornadas solidarias para atender a niños y adultos mayores. Alison y Pedro son de esas personas que se dedican a ayudar a otros, sin mayor recompensa que la alegría que fluye cuando experimentamos que hacer el bien nos hace bien.

El deseo de hacer el bien a los demás es fuego que enciende el corazón de muchos jóvenes de nuestros barrios. Sin embargo, desde la ciudad y desde el Estado, hay una estigmatización en contra de los miles de muchachos y muchachas que nacen y crecen en los sectores populares. Se tiene la falsa imagen de que ser joven de un barrio es sinónimo de ser delincuente, hasta que se demuestre lo contrario. En el barrio, como en cualquier parte, la delincuencia es un hecho social, pero no masivo; se trata de una minoría, por supuesto, una minoría con poder, que hace daño y afecta la convivencia. Pero la mayoría de los jóvenes son gente de bien que sueña con oportunidades para desarrollarse y servir cualificadamente al país.

Los jóvenes de nuestros sectores populares viven en un país cuyo Estado le niega los derechos humanos fundamentales, tal como lo señala la Encuesta Nacional sobre Juventud (ENJUVE 2021): “Entre 2013 y 2021 aumentó en el país el fenómeno de la ‘doble exclusión’, al pasar de 23% a 37% el porcentaje de venezolanos entre 15 y 29 años que no están inscritos en algún centro educativo ni están insertos en el mercado laboral» [1]. En este contexto, se les criminaliza y muchas veces se les ejecuta violando el derecho a la vida. Lupa por la vida -proyecto de monitoreo de la violencia estatal creado por PROVEA y el Centro Gumilla- registró en 2020 un total de 2.853 presuntas ejecuciones extrajudiciales a manos de efectivos de cuerpos policiales [2], lo que para entonces convertía a la policía en un órgano más letal que el virus de la COVID-19. Aunque para 2021 hubo un descenso en las cifras de ejecuciones, los números siguen siendo alarmantes, porque “solo en el tercer trimestre de 2021 se reportaron 242 víctimas en todo el territorio nacional por la violencia policial y militar. De ese número, 121 eran jóvenes entre 18 y 30 años” [3].

Dada la estigmatización, el temor fundado que se tiene en el barrio es que nuestros jóvenes son objetivo indiscriminado de la violencia policial. Es usual que en los operativos de seguridad en nuestras comunidades se detenga arbitrariamente, se desaparezca y, también, se viole el derecho a la vida de muchos muchachos, bajo la modalidad de supuestos enfrentamientos que no resisten una investigación objetiva e imparcial, pues -por lo regular- se altera la escena del crimen y se construyen falsos positivos, para hacer creer que hubo enfrentamiento, cuando en realidad estamos ante presuntas ejecuciones extrajudiciales.

Este es el viacrucis de las madres y abuelas de nuestros barrios, a quienes como María, la madre de Jesús, les toca presenciar -con el corazón traspasado- la muerte injusta de sus hijos y nietos, como consecuencia de la violencia institucional del Estado. Para muestra un botón: según el programa Lupa por La Vida, «el 11 de junio de 2013, Aracelis Sánchez perdió a su hijo producto de la violencia policial que atraviesa Venezuela. A Darwilson Sequera Sánchez, un funcionario del CICPC le arrebató la vida, luego de tres meses de incesante acoso e intimidación» [4].

Recientemente fue presentado un documental que recoge testimonios como éste y que invitamos a ver y compartir. Se trata de Promesas Rotas. Naufragio de los derechos humanos [5], en el que madres y familiares de víctimas de ejecuciones extrajudiciales cuentan sus historias y queda registrado el coraje de muchas mujeres en defensa de los derechos humanos y en la búsqueda de justicia.
Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco
11 al 17 de febrero de 2022/ N
° 133

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