Presencia
Alicia Álamo Bartolomé:
En estos días de relámpagos, truenos y tempestades, la naturaleza parece sacudirse para sacudirnos y despertarnos de nuestro largo sopor de indiferencia. Porque en eso estamos, en un vasto silencio de respuestas al Creador. Cuando oigo -y experimento el estremecimiento en mi cuerpo- los famosos cordonazos de san Francisco, yo siento a Dios. Como cuando hace muchos años, al amanecer, me vi dentro del gigantesco cráter del volcán Irazú en Costa Rica. En aquel paisaje totalmente gris, un coloso escondido descansaba y fumaba. Bocanadas disueltas de humo oscuro salían por la negrura de la boca. Un estampido. El suelo tembló. Entonces el leve gas se transformó en una inmensa manada de ovejas atropelladas para salir. Suspenso, estupor. Una invisible e ineludible Presencia me invadió el corazón.
Dios está, nosotros no. Hay una ignorancia casi total de su presencia y actuamos a lo loco. El mundo se nos viene encima, destruidos en sus cimientos por la ausencia de principios y valores religiosos, éticos y diría que hasta estéticos, por la grotesca impudicia de la moda. Todo se tambalea. Los crímenes, incluso entre padres e hijos, nos espantan. Nos acosan noticias de tragedias por todas partes. La naturaleza agitada nos hace recordar al citado santo de Asís y sus famosos cordonazos. Este año tan largos, intensos y continuos como si Francisco hubiera puesto a todos sus frailes en la misma tarea. Y nada más ajeno a su persona:
El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
(Rubén Dario, “Los motivos del lobo”, frag.)
Es difícil no conmoverse ante tantos dramas que sufren en estos dís, no sólo
la humanidad, sino la creación entera. Sin embargo, seguimos el mismo
ritmo de vida. Abocados a la sensualidad, el placer y el poseer. Hemos
dejado de ser.
El hombre es en cuanto conserva su estirpe de hijo de Dios y también, por eso,bhermano de todos los demás. Es el que puede decir con Terencio: *Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano me es ajeno. *Triste cuando nos sumimos en esa ajenidad y somos indiferentes ante el bien o el mal del otro. O lo que es peor, envidiamos ese bien y nos alegramos de su mal. Y, por desgracia, así, sucede.
Cuántas disposiciones en el mundo responden a estos bajos sentimientos. No sólo declaraciones de guerras y conflictos entre pueblos, sino actos de mezquindad inimaginables, por ejemplo: ¿por qué expulsan de Nicaragua a las mínimas y dulces ¿Hermanas de la Caridad? ¿Qué hacían las hijas legítimas de santa Teresa de Calcuta en el territorio nica? Como en todas partes donde están, ocuparse de los mínimos, los más marginados y abandonados de la sociedad, los indefensos niños enfermos, sin futuro. Y las echó el gobierno de ese país. ¿Por qué? No sería por conspiradoras contra el régimen, pero sí por conspirar con el bien contra el mal. La malignidad casi congénita de los gobernantes se estremece de envidia ante la santidad de las monjitas humildemente vestidas de azul y blanco, como el cielo. No la soportan. Es como ponerlos frente a un espejo de esos que deforman y se ven las figuras grotescas. Así se vieron ellos frente a la diáfana luz de la bondad.
Triste condición de lo no humano, porque me niego a reconocer como tales a aquellos que atropellan a los que piensan y actúan diferente. Todos esos movimientos actuales de múltiples letras mayúsculas cuyo significado cuesta entender, son antihumanos, atacan violenta y groseramente a quien difiere de sus pareceres. Los pecados de hoy, para esta gente, son defender la vida, la diferencia de sexos, la familia. Es decir, los valores de siempre los quieren convertir en antivalores y con el agravante de combatirlos hasta la muerte. No hemos sido así, ni somos, los llamados hoy homófobos y retrasados. Hemos desenmascarado y combatido el pecado, pero abrimos los brazos al pecador, siempre nuestro hermano, aún en la más abyecta de sus caídas. No nos olvidamos nunca de la Presencia de Dios en todo y en todos.-
Del Guaire al Turbio/El Impulso