Lecturas recomendadas

Mea Culpa de Benedicto

Stephen P. White, director ejecutivo de The Catholic Project en la Universidad Católica de América:
Conforme el Papa Emérito Benedicto XVI se acerca al final de su larga y extraordinaria vida, la lucha por su legado ya ha comenzado en firme. En su Alemania natal, la “Vía Sinodal” parece tener la intención de borrar cincuenta años de interpretación magisterial del Concilio Vaticano II —una lectura de la que Joseph Ratzinger es tan responsable como cualquiera, excepto, quizás, San Juan Pablo II. La Vía Sinodal es una especie de referéndum sobre la obra y el legado de su vida.

 

Y luego está el informe, publicado el mes pasado, sobre la historia de abuso sexual clerical en la Arquidiócesis de Munich-Freising, resultado de una investigación realizada por un bufete de abogados alemán, en nombre de la arquidiócesis. Joseph Ratzinger dirigió la archidiócesis desde 1977 hasta 1982, cuando fue llamado a Roma para dirigir la Congregación para la Doctrina de la Fe. Aunque el informe cubre casi setenta y cinco años, mucha atención, como era de esperar, se ha centrado en el breve mandato de Ratzinger como arzobispo.

Los autores del informe identificaron cuatro casos en los que el entonces cardenal Ratzinger no tomó las medidas adecuadas contra los sacerdotes acusados. Benedicto ha negado durante mucho tiempo su responsabilidad por el mal manejo de tales casos durante su época en Múnich. Después de tomarse el tiempo para digerir el informe de Múnich, que tiene cerca de 2000 páginas, los asesores de Benedicto han respondido en su nombre.

La versión corta de esa respuesta: “En ninguno de los casos analizados por el informe pericial, Joseph Ratzinger tenía conocimiento de abuso sexual cometido, o sospecha de abuso sexual cometido por sacerdotes. El informe pericial no aporta prueba en contrario.”

Benedicto ofreció una larga declaración escrita a los investigadores, cuando estaban preparando su informe. Esa declaración incluía un error significativo: Benedicto dijo que no estaba en una reunión en la que se aprobó el traslado a Múnich, desde otra diócesis, de un sacerdote acusado. Benedicto corrigió el error rápidamente y se disculpó por ello. El error no fue intencional; un error cometido por su equipo en la transcripción. Ratzinger estuvo presente en la reunión en cuestión, pero no sabía que el sacerdote era un abusador y no estuvo involucrado en colocarlo en el ministerio.

Aquellos inclinados a creerle, lo harán; aquellos que no estén tan inclinados no lo harán.

Es casi seguro que el Papa Benedicto ha manejado personalmente más casos, de abuso sexual clerical, que nadie. Laicizó a 400 sacerdotes en solo dos años como Papa y rápidamente se ocupó de muchos más como jefe de la CDF; un período en el que las primeras ondas de la crisis de abusos llegaron a Roma, seguidas de los maremotos que han estado azotando a la Iglesia periódicamente desde el 2002.

Dio un ejemplo para otros clérigos y futuros papas, al disculparse públicamente con las víctimas de abuso, y al asegurarse de reunirse regularmente con las víctimas. Cuando abdicó en 2013, la respuesta de la Iglesia al abuso aún estaba lejos de donde debía estar. También era manifiesta e inconmensurablemente mejor de lo que era cuando llegó por primera vez a Roma, como joven cardenal, en 1982.

El punto no es que las víctimas de abuso deban verlo como un campeón. El punto no es que debamos pasar por alto sus fallas (¿recuerdan lo mal que manejó el caso McCarrick?). El punto es que él ha llevado a la Iglesia en la dirección correcta cuando se trata de abuso sexual clerical por más tiempo y de maneras más significativas que quizás nadie más.

La Iglesia, y aquellos que han sido heridos por la Iglesia, pueden reconocer esto, sin estar satisfechos. En verdad, es justo reconocer que no hay nada que la Iglesia pueda decir o hacer, ninguna disculpa que pueda dar, ninguna justicia que pueda impartir, que satisfaga.

Pero hay satisfacción, aunque deberíamos temblar al pensar en ello. Y eso, también, es algo que Benedicto nos recuerda; incluso, mientras otros debaten sobre su legado. El publicó una carta corta, pero notable, esta semana. Los párrafos finales son una conmovedora reflexión sobre la culpa, el dolor y el examen de conciencia ante la muerte:

En todos mis encuentros —especialmente durante mis muchos Viajes Apostólicos— con víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes, he visto de primera mano los efectos de una falta muy grave. Y he llegado a comprender que nosotros mismos caemos en esta grave falta cada vez que la descuidamos o no la afrontamos con la necesaria decisión y responsabilidad, como ha ocurrido y sigue ocurriendo con demasiada frecuencia. Como en aquellos encuentros, una vez más no puedo más que expresar a todas las víctimas de abusos sexuales mi profunda vergüenza, mi profundo dolor y mi sentida petición de perdón. He tenido grandes responsabilidades en la Iglesia Católica. Tanto mayor es mi dolor por los abusos y los errores ocurridos en esos diferentes lugares durante el tiempo de mi mandato. Cada caso individual de abuso sexual es espantoso e irreparable. Las víctimas de abuso sexual tienen mi más sentido pésame, y siento un gran dolor por cada caso individual.

Muy pronto me encontraré ante el juez final de mi vida. Aunque al recordar mi larga vida puedo tener muchos motivos para temer y temblar, no obstante, estoy de buen ánimo, porque confío firmemente en que el Señor no es sólo el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya ha sufrido, Él mismo, por mis defectos, y por lo tanto es también mi abogado, mi «Paráclito». A la luz de la hora del juicio, la gracia de ser cristiano se vuelve más clara para mí. Me concede el conocimiento y, de hecho, la amistad con el juez de mi vida, y así me permite atravesar confiadamente la puerta oscura de la muerte. A este respecto, recuerdo constantemente lo que Juan nos dice al comienzo del Apocalipsis: él ve al Hijo del hombre en toda su grandeza y cae a sus pies como muerto. Sin embargo, Él, poniendo su mano derecha sobre él, le dice: “¡No temas! Soy yo…” (cf. Ap 1:12-17).
Oren por Benedicto. Y únase a él, en orar por las víctimas de abuso.-
Sobre el Autor
Stephen P. White es director ejecutivo de The Catholic Project en la Universidad Católica de América y miembro de Estudios Católicos en el Centro de Ética y Políticas Públicas.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba