El médico y vacunador pionero Tomás Romay y los precedentes católicos de ciencia y fe en Cuba
La Iglesia Católica merece especial mención en relación al impulso de la ciencia y la universidad también en el ámbito caribeño, y Cuba es un ejemplo del contexto favorable al desarrollo de la ciencia en un entorno católico e hispano.
El primer maestro de Cuba fue un sacerdote católico, Miguel Velázquez. Mestizo de español e india, y sobrino de Diego Velázquez, fue nombrado maestro en la catedral de Santiago de Cuba en 1544.
Muchos cubanos se formaron en ciencias y letras en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, que nació en 1689, con fondos del obispado, como un modesto colegio para que estudiaran en él varones pobres de vocación religiosa. Allí estudiaron los sacerdotes José Agustín Caballero y Félix Varela, escritor y filósofo que marcaría la vida intelectual y política de la isla en la primera mitad del siglo XIX.
Una universidad católica casi tricentenaria
La Universidad de La Habana (UH) fue fundada el 5 de enero de 1728 por los frailes dominicos pertenecientes a la Orden de Predicadores, décadas antes que universidades norteamericanas como Princeton, Delaware o Pensilvania. Su primer rector fue fray Tomás Linares del Castillo. Contaba con cátedras de Cánones, Leyes, Medicina, Matemáticas, Gramática, Teología y Filosofía.
El primer nombre de la UH fue Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana. El papa Inocencio XIII y el rey Felipe V de España autorizaron su fundación y su primera ubicación fue el convento de San Juan de Letrán, hoy lamentablemente desaparecido, situado en el que fuera casco histórico colonial de la ciudad (en lo que ahora se conoce como La Habana Vieja).
Fue una de las primeras universidades latinoamericanas en adoptar la Autonomía Universitaria… que no se rompió hasta la llegada de Fidel Castro al poder y por la implantación del credo de que «la Universidad es para los revolucionarios».
Su logotipo inicial no dejaba lugar a dudas sobre su origen: el Cordero de Dios sobre el Libro mencionado en el Apocalipsis, símbolo del Convento de San Juan de Letrán en el que tuvo la UH su primera sede, el mastín que representa la Orden de Predicadores o dominicos, que sostiene la antorcha de la sabiduría bajo la iluminación de la estrella divina, y san Jerónimo, escribiendo la Vulgata en la cueva haciéndole compañía de un león salvaje.
En su actual Aula Magna reposan los restos del padre Félix Varela, a quien ya me he referido con anterioridad, y los del importantísimo médico Carlos Finlay, otro católico cubano de gran relevancia en la historia de la medicina (ya contamos aquí en ReL su aportación contra la fiebre amarilla).
Tomás Romay, católico, padre de familia numerosa, pionero en medicina
En esta Universidad de La Habana fundada por dominicos se formó el médico Tomás Romay, considerado el gran pionero de la medicina en Cuba y una figura importante en el estudio de las Ciencias Naturales.
Tomás José Domingo Rafael del Rosario Romay Chacón (La Habana, 1764-1849), fue primogénito de 18 hermanos y recibió su educación primaria de manos de su tío paterno, el fraile dominico Pedro de Santa María Romay, quien lo instruyó en las primeras letras y bajo cuya tutela estudió en el Convento de los Dominicos.
Luego estudió Latinidad y Filosofía, se graduó de Bachiller en Artes, y comenzó los estudios de Jurisprudencia en el Seminario de San Carlos. Aunque era persona de fe, Romay se sentía más atraído a la vocación médica que a la religiosa.
Obtuvo el título de Bachiller en 1789 y comenzó a ejercer tras dos años de práctica en 1791, ganando el mismo año la cátedra de Patología en la Real y Pontificia Universidad de La Habana. En 1796 Romay se casó con Mariana González: tuvieron 6 hijos.
Sellos cubanos de 1964 recuerdan al Doctor Romay, formado en la universidad de los dominicos, como «iniciador del movimiento científico en Cuba».
El primer libro científico de Cuba: el vómito negro
Por las aplicaciones prácticas de la ciencia médica que hizo, Romay es considerado el primer higienista cubano, dado que hizo frente a sucesivas epidemias que aquejaron a la isla. Una primera acción higienista de Romay, fue con motivo de llegar al puerto de La Habana la escuadra al mando del General Aristizábal, infectada de fiebre amarilla. Romay se desvivió por combatir la epidemia y ayudar a los enfermos.
Como resultado de sus observaciones presentó en la Sociedad Patriótica en abril de 1797 la memoria “Disertación sobre la fiebre maligna llamada vulgarmente vómito negro, enfermedad epidémica en las Indias Occidentales”, primer libro científico cubano que le valió el nombramiento de Socio Corresponsal de la Real Academia Matritense.
El doctor Romay recibió el apoyo del obispo Juan José Díaz de Espada, hombre ilustrado y titular de la diócesis de La Habana durante tres décadas. Además de apoyar la campaña de vacunación de Romay, fue el promotor de importantes reformas sanitarias, de salubridad y urbanísticas en la ciudad.
Ganó gloria internacional durante la plaga de viruela. El grupo de expedicionarios que permanecieron con el célebre médico español Francisco Balmis, el científico católico que capitaneó la primera vacunación internacional contra una epidemia (lo contamos aquí), partió del puerto de La Guayra en dirección a Santiago de Cuba, llegó a La Habana el 26 de mayo de 1804 y se encontró con la grata sorpresa de que la vacuna ya había sido introducida desde Puerto Rico por Tomás Romay: ya había vacunado a más de 4.000 personas.
Romay había estudiado por su cuenta las experiencias de vacunación contra la viruela que realizó en 1796 el padre de la vacunación, Edward Jenner (1749-1823), farmacéutico y cirujano de Berkeley, que también era un hombre profundamente religioso (aquí contamos la historia de Jenner).
Romay realizó en 1804 sus primeros ensayos de vacunación con sus propios hijos, para demostrar a la población que confiaba en el tratamiento: obtuvo un éxito absoluto.
Fue tal la impresión que causó a Balmis el buen hacer de Romay que le presentó al Gobernador de la isla, Pedro Salvador Muro y Alonso, marqués de Someruelos, y le pidió que formara la Junta Central de la Vacuna en Cuba y que Romay fuese su presidente. Balmis dejó varias copias de su traducción de Moreau de la Sarthe para la instrucción de los facultativos y fue nombrado Profesor distinguido por la Sociedad Económica de la Habana, en reconocimiento a su labor.
Por su parte Romay recibió de parte del rey en 1805 el honroso título de Médico de la Real Familia, por su trabajo como introductor y propagador de la vacuna.
Finalmente se enfrentaría a la epidemia de cólera de 1833. Romay tenía entonces 69 años. Esta epidemia produjo en un solo día 435 defunciones en La Habana. Romay se desvivió por atender a los enfermos y perdió una hija en este estallido.
Impulsor de la botánica y la apicultura
A Romay se le considera promotor en Cuba de la química, botánica, y educación en general. Contribuyó de manera determinante al progreso de la apicultura o industria de la cera, propició la creación del Jardín Botánico y abogó al más puro estilo católico por la enseñanza primaria gratuita, predicando con el ejemplo al costear él mismo escuelas. En la Real y Pontificia Universidad de La Habana Romay fue el único profesor ocupó el decanato de dos facultades, la de Filosofía y la de Medicina. Hay en la actualidad un Museo de Ciencias Naturales en Cuba que lleva su nombre.
Recibió títulos y distinciones como Miembro Corresponsal de la Real Academia de Medicina de Madrid, Médico de la Real Cámara, Catedrático de Clínica de la Real Universidad Pontificia de La Habana, Presidente e Individuo de Mérito de la Sociedad Económica de Amigos del País, Miembro de la Comisión de Vacuna de París y de las Sociedades Médicas de Burdeos y Nueva Orleans y Caballero Comendador de Isabel la Católica.
La historiografía cubana revolucionaria evita mencionar su condición de católico ferviente. Pero leemos de sus biógrafos que todo lo hacía «sin incumplir las reglas de la moral religiosa como ferviente católico» y que «supo asimilar las ideas filosóficas modernas» ( Revista Científica Hallazgos 21, de 2017).
La figura del doctor Romay sigue siendo recordada en los medios de la Cuba comunista (sin detallar su firme fe católica).