PDVSA auge y caída
El crecimiento de PDVSA era extraordinario; sin embargo, llegó un momento en que los mercados superaban nuestra capacidad de inversión
JOSÉ TORO HARDY ES UN DESTACADO ECONOMISTA VENEZOLANO QUE CUENTA CON AMPLIA OBRA PUBLICADA. HA OCUPADO IMPORTANTES CARGOS PÚBLICOS Y SE HA PROYECTADO, A LA VEZ, SOBRE LOS CAMPOS DE LA DOCENCIA Y EL PERIODISMO.
José Toro Hardy:
El 1 de enero de 1976 la industria petrolera venezolana amaneció nacionalizada. Pasamos a ser dueños absolutos de nuestro petróleo, de nuestras refinerías, pozos, edificios, instalaciones y activos en general.
La PDVSA meritocrática
La duración teórica de nuestras reservas de petróleo para el momento de la nacionalización era de apenas unos 19 años. PDVSA nacía con un futuro limitado. Adicionalmente, teníamos un problema que lucía insuperable: no teníamos cómo comercializar directamente los crudos pesados y ácidos que constituían el 75% de nuestras reservas probadas. Advertidas de que no se otorgarían nuevas concesiones, las transnacionales concentraban sus esfuerzos en producir, pero limitaban las inversiones en otras actividades.
Quizá los mayores activos de la empresa eran el personal extraordinariamente capacitado que se había formado en la época de las transnacionales petroleras y la generosidad geológica de nuestro subsuelo.
Comenzó así la maravillosa aventura de PDVSA. El crecimiento que experimentó la empresa fue vertiginoso. En menos de 25 años pasó a ser la segunda mayor empresa petrolera del mundo -según Petroleum Intelligence Weekly– y figuraba en la revista Fortune en el número 42 entre las mayores empresas de cualquier tipo en el planeta y como la mayor empresa de cualquier tipo de Latinoamérica, así como la décima corporación más rentable del mundo.
Se comenzó con la reconversión de los patrones de refinación de nuestras refinerías para dotarlas de procesos de conversión profunda, con el fin de que pudiesen procesar nuestros crudos pesados y ácidos, transformándolos en productos de alto valor. Se hizo un inmenso esfuerzo exploratorio que permitió aumentar las reservas probadas de petróleo convencional, que pasaron de unos 18.000 millones de barriles en 1976 a unos 80.000 millones de barriles de petróleo y 145 trillones de pies cúbicos de gas en 1998. La capacidad de producción petrolera alcanzó a 3.700.000 b/d; producíamos 3,3 millones de b/d, exportábamos 3 millones de b/d pero mercadeábamos casi 4 millones. Llegamos a ser la 3ra empresa mundial en capacidad de producción y la 4ta en refinación.
Sin embargo, al nacer PDVSA se enfrentó a un grave problema. Si bien éramos dueños de los hidrocarburos y de todos los activos, no teníamos, como ya se dijo, mercados propios. Teníamos que vender nuestro petróleo a través de las empresas que habíamos nacionalizado. Eso llevó a la empresa a iniciar un proceso de internacionalización que le permitiese un acceso directo a los mercados y por esa vía maximizar sus beneficios.
Nuestra capacidad de refinación ya para 1998 había alcanzado en Venezuela y en el exterior a unos 3 millones de barriles diarios (1,3 millones de b/d en Venezuela, 950.000 b/d en los EEUU, 265.000 b/d en Europa, y casi 600.000 b/d en el Caribe). Con el tiempo pasaríamos a ser propietarios, total o parcialmente, de unas 22 refinerías en el mundo entero.
En Venezuela contábamos con 6 refinerías, entre ellas el Complejo Refinador de Paraguaná integrado por las refinerías de Amuay, Cardón y Bajo Grande (en su momento el mayor del mundo); la refinería del Palito en el estado Carabobo y las refinerías Puerto La Cruz y de San Roque en el estado Anzoátegui.
En los EEUU éramos dueños total o parcialmente de 8 refinerías: Corpus Christi (100% propiedad de Citgo), Chalmette (50%), Lake Charles (100%), Paulsboro (100%), Lemont (100%), Swenny (100%), Savannah (100%) y Lyondell (42%). Teníamos participación en oleoductos que atravesaban ese país de sur a norte; llegamos a controlar el 10% del mercado doméstico de gasolina de esa nación y éramos capaces de llevar nuestro petróleo desde nuestros yacimientos hasta el tanque de gasolina de los automovilistas estadounidenses a través de una red de 15.750 estaciones de servicio abanderadas con nuestra marca CITGO, pasando todo el tiempo por instalaciones venezolanas: pozos, refinerías, terminales, tanqueros y súper tanqueros, oleoductos y estaciones de servicio. Contábamos con una integración vertical perfecta. Llegamos a ser el primer abastecedor externo de petróleo de los EEUU.
En Europa, en asociación con Rüer Oel y con Nynas, contábamos con 8 refinerías: 4 en Alemania, 2 en Suecia y Bélgica y 2 en el Reino Unido.
En Saint Croix, en asociación con Amerada, éramos dueños del 50% de una refinería que atendía lo que para PDVSA era un mercado Premium: el Caribe, al cual se destinaba el 21% de nuestra producción petrolera. También contábamos con una refinería arrendada en Curazao.
Nuestra producción petroquímica a través de nuestra filial PEQUIVEN creció a niveles impactantes, superando en 1998 los 4,1 millones de toneladas métricas. La producción de carbón de nuestra filial CARBOZULIA alcanzó a 5,1 millones de toneladas en 1998, en tanto que la de Orimulsión (una patente venezolana que consistía en una emulsión estable de agua y petróleo extrapesado que servía como agente energético para la generación de electricidad), producida y comercializada por nuestra filial BITOR, se acercaba en 1998 a las 5 millones de toneladas.
La exportábamos a Canadá, Japón, China, Singapur, Dinamarca, Italia y Lituania. La meta final era participar en plantas generadoras de electricidad en esos países, dando nuestro aporte en forma de Orimulsión y cobrando nuestros beneficios en forma de kilovatios vendidos en esos mercados.
El crecimiento de PDVSA era extraordinario; sin embargo, llegó un momento en que los mercados superaban nuestra capacidad de inversión. Para poder atenderlos, en particular en momentos en que graves conflictos internacionales, que en general se suscitaban en el Medio Oriente y que amenazaban severamente el suministro que requerían los mercados petroleros, se requería de inversiones que no estaban al alcance del Estado venezolano. Era evidente que se necesitaba la participación de capitales privados. Por ello inicialmente LAGOVEN, filial de PDVSA, se dirige a la Corte Suprema de Justicia para explorar posibles mecanismos que permitiesen incorporar ese tipo de inversiones sin violar nuestra soberanía y acatando a cabalidad las disposiciones a través de las cuales se había nacionalizado la industria petrolera.
En una extraordinaria ponencia del Magistrado Román Duque Corredor, la Corte estableció los mecanismos que, en estricto apego a las disposiciones a través de las cuales se había nacionalizado nuestra industria petrolera, permitiesen incorporar capitales privados en el desarrollo de nuestro sector de los hidrocarburos. Nace así la Apertura Petrolera.
A la vez, convencida PDVSA de que el tema no sólo era jurídico sino también político, procede a pedirle al Congreso Nacional que fije las bases mínimas de negociación que servirían para abrir un proceso internacional de licitaciones que puso en evidencia el enorme interés que existía en la industria petrolera venezolana. Eso no era de extrañar, porque gracias a su trayectoria y seriedad, nuestro país era reconocido como el abastecedor más seguro y confiable de los mercados petroleros internacionales. En aquel proceso de Apertura, se cumplieron por tanto todos los extremos legales, al extremo de que los contratos suscritos fueron sometidos a la aprobación posterior del Congreso Nacional.
A través de las distintas modalidades de la Apertura Petrolera llegamos a licitar y suscribir contratos que aspiraban llevar nuestra producción petrolera por encima de los 5,5 millones de b/d.
Firmamos 4 grandes Asociaciones Estratégicas que permitieron desarrollar la tecnología necesaria para transformar la Faja del Orinoco en una realidad económica. Aunque ya se conocía la Faja y su potencial, no se podía explotar comercialmente por falta de esa tecnología. Es cierto, el desarrollo de esa tecnología requirió que en estricto apego a nuestra legislación, la regalía se rebajase hasta el 1% por un corto período, que no llegó a superar los 3 años, hasta tanto se lograse la producción comercial. Vencido ese lapso, la regalía se volvió a ubicar en un 16 2/3%.
También suscribimos una Asociación Estratégica para el Proyecto Cristóbal Colón que nos hubiese transformado en uno de los principales jugadores en el mercado mundial de gas. Igualmente se recurrió a otras modalidades tales como los contratos de utilidades compartidas y los convenios para explotación de campos marginales.
Las inversiones totales en aquel proceso de Apertura Petrolera superaban los 65 mil millones de dólares. Las ventas anuales de nuestra casa matriz petrolera eran en 1998 del orden de los 35.000 millones de dólares (a pesar de que el precio del barril era de unos $12).
PDVSA se transformó en una corporación energética global.
Tales logros fueron alcanzados por la llamada PDVSA «meritocrática«. Se le dio ese nombre porque todo su personal era sometido cada seis meses a un proceso de evaluaciones. Los que cumplían con sus metas y acumulaban méritos ascendían más rápidamente, se les facilitaba la formación y se les otorgaban becas de estudio. El personal de PDVSA no buscaba un cargo, buscaba una carrera de por vida. La excelencia se había establecido como meta.
La PDVSA “roja rojita”
Ni siquiera en un ejercicio desbocado de la imaginación se entiende la destrucción masiva a que fue sometida en los años siguientes nuestra industria petrolera. Hoy en día sólo quedan las cenizas de lo que fue PDVSA.
Inexplicablemente para esta fecha la producción petrolera de Venezuela se ha venido a pique. Nuestro nivel de producción debería fácilmente superar los 6 millones de barriles diarios; sin embargo, conforme a información directa suministrada por el Gobierno a la OPEP, para el mes de septiembre del 2022 nuestra producción se ubicó en 666.000 barriles por día, experimentando una caída de 57.000 b/d con respecto al mes anterior.
El momento en que se inicia la caída de PDVSA puede ubicarse con el despido de más de 20.000 trabajadores de la empresa a finales del 2002. Se trataba del 50% del personal de PDVSA pero del 75% de su nómina mayor. Cada uno de ellos tenía un promedio de 15 años de experiencia en el sector. En conjunto acumulaban 300.000 años de experiencia y conocimiento que fueron lanzados al cesto de la basura.
Hoy en día la producción del país se concentra en la Faja Petrolífera del Orinoco. Pero como ya no están operando conforme a diseño las cuatro grandes plantas mejoradoras de crudo que se construyeron en Jose (en el estado Anzoátegui) que permitían transformar ese petróleo extra pesado, ácido y cargado de vanadio en crudos sintéticos de alto valor, hoy estamos importando ingentes cantidades de condensados de Irán, para así lograr una mezcla media comercializable bajo el nombre de crudo tipo Merey. Por cierto, ya no somos capaces de producir esos condensados que antes obteníamos en nuestros propios yacimientos.
La producción de gas natural también se ha venido a pique, por cuanto se trata de gas asociado a la producción petrolera y por lo tanto ambas han caído paralelamente. Incluso, existen grandes dificultades para abastecer los requerimientos de gas doméstico de la población. La Orimulsión, inexplicablemente, ha sido abandonada.
En Venezuela nos aprestábamos a desarrollar el Proyecto Cristóbal Colón, en alta mar, para explotar las inmensas reservas de gas natural no asociado frente a las penínsulas de Paria y Araya. Ese proyecto fue abandonado y transformado en uno de mucho menor dimensión bajo el nombre de Mariscal Sucre. Sin embargo, tampoco este nuevo proyecto se ha adelantado.
Nuestras refinerías se encuentran en un estado deplorable por falta de mantenimiento y ya no son capaces de abastecer ni siquiera nuestro deprimido mercado doméstico de combustible. Los accidentes, que antes eran muy raros en nuestras plantas refinadoras, son hoy hechos lamentables que ocurren con inusitada frecuencia: incendios o conatos de incendio, explosiones, accidentes que amenazan la salud y la vida de los trabajadores, escapes de gas, derrames, rayos y vibraciones en las plantas de conversión profunda, obligan a paralizar frecuentemente las operaciones. Suele achacarse la culpa de esta situación a las sanciones; sin embargo, ya el daño estaba hecho antes de que existiesen esas sanciones.
En Europa ya no contamos con ninguna refinería ni tampoco en el Caribe. En los EEUU nos queda tres y están amenazadas por demandas resultantes de arbitrajes internacionales que hemos perdido.
Por otra parte, sostienen hoy en día las autoridades de Caracas que Venezuela cuenta con las reservas probadas de petróleo más altas del mundo, ubicándose por encima de los 300.000 millones de barriles. Por reservas probadas se entienden aquellas que son económicamente explotables con las técnicas actuales. Hay en esa cifra una burda sobrestimación. Ciertamente la Faja Petrolífera del Orinoco es una de las mayores reservas “in situ” que se conocen. Ahora bien, conforme a normas internacionales y del propio despacho de Hidrocarburos, el “factor de recobro” que se venía utilizando era del 5%. Se elevó tal factor a un 19% sin cumplir con los estándares tecnológicos universalmente aceptados para hacerlo.
Aún así, nuestras reservas probadas de petróleo se ubican en una cifra del orden de los 80.000 millones de barriles, que superan a las de México, Colombia, Ecuador, Perú, Brasil y Argentina combinadas.
Lo más lamentable es que toda esta destrucción ha ocurrido después de una de las etapas en que los precios del petróleo alcanzaron su máximo histórico. Y ni siquiera se puede achacar esta situación a la falta de inversiones. Curiosamente, por razones inexplicables, la producción venía cayendo en momentos en que las inversiones alcanzaban niveles supuestamente muy elevados.
Resulta doloroso imaginar el boom por el cual debería estar atravesando Venezuela con motivo de la invasión de Rusia a Irán y el brutal impacto que está trágica acción ha tenido en los mercados energéticos mundiales. En el pasado, cada vez que ocurrían hechos lamentables de este tipo, el mundo volteaba la mirada hacia Venezuela, que siempre había acudido en auxilio de un mundo ávido de energía. Pero, en esta oportunidad, no estamos en condiciones de hacerlo.
Para analizar con más detalle todo este difícil proceso, cabe recomendar el libro del profesor Allan R. Brewer-Carías, “Crónica de una destrucción”, de la Editorial Jurídica Venezolana (2018) publicado por la Universidad Monteávila.
Para concluir este apretado resumen, se puede afirmar que el gobierno de Caracas ha cumplido con una de sus promesas: la de eliminar la dependencia de Venezuela con respecto a la renta petrolera. El único problema es que lo ha hecho por la vía rápida de eliminar la renta, sin que la misma haya sido substituida por otras actividades, que también han sido duramente afectadas.
La gran pregunta es: ¿será capaz Venezuela de recuperar su alicaída industria petrolera? La respuesta es sí, siempre y cuando seamos capaces de brindar seguridad jurídica y la confianza que necesitan los inversionistas, en el entendido de que un Estado quebrado no está en condiciones de aportar las inmensas inversiones que se requerirían.-