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El Debate en América

Lo primero sobre lo cual llamaría la atención es la cada vez más disminuida presencia de las tradiciones partidistas en la nueva Venezuela por construir

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[9:48 a. m., 28/11/2022] Ricardo Combellas: Los partidos y el futuro de la democracia venezolana
Por Ricardo Combellas -noviembre 28, 2022

“Podría argüirse que los partidos a los que estamos acostumbrados están obsoletos, a lo que yo respondería que sin partidos políticos que organicen y estructuren en alguna medida la competencia por el poder  en todos los niveles del gobierno (el transnacional, el Estado, el regional o el local), la democracia no es posible”. Juan Linz

En la República civil (1958-1998) se discutió bastante el tema de la reforma de los partidos políticos y su encaje en el sistema democrático. Asuntos vinculados a su organización como a su liderazgo, el tema de su representatividad y el clientelismo, así como sus relaciones con la sociedad civil emergente, constituyeron algunos de ellos. La ya larga duración del régimen actual así como los inevitables cambios que se han producido en el país, invitan de nuevo a discutir el rol de los partidos ante la esperanza del regreso a la experiencia democrática perdida. Estas líneas no pretenden otra cosa que refrescar su importancia y significación, de cara a un futuro que no puede ser un regreso al pasado, sino más bien una aceptación del conveniente debate sobre los retos a asumir en un tiempo y una realidad que en ningún caso será la misma que conocimos, por más que añoremos algunas de sus virtudes, aunque no debemos olvidar tampoco sus señalados defectos.

Lo primero sobre lo cual llamaría la atención es la cada vez más disminuida presencia de las tradiciones partidistas en la nueva Venezuela por construir. Me viene a la mente, cierto que un contexto histórico completamente diferente, el año 1936. El viejo Partido Liberal, sus vetustos dirigentes, su forma de ver y organizar la vida política, perecieron, al ser incapaces de adaptarse ante el arraigo de nuevas organizaciones partidistas y modernas expresiones ideológicas, que pasaron a copar el escenario y abrieron las puertas a partidos adecuados a la para entonces precaria vivencia democrática (nuestra democracia de masas), que apenas despuntaba a partir de ese año. Esto lo digo por la grave crisis que padecen las dos grandes organizaciones políticas de rol determinante en la República civil, Acción Democrática y Copei, tradición política que en lo personal echo de menos, pues la política comparada nos revela que la tradición partidista (basta analizar los casos de democracias estables como Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, para comprobarlo) desempeña un papel importante en la estabilidad de los sistemas políticos democráticos. No soy quién para cavar sepulturas, pero solo una verdadera reconversión de nuestros tradicionales partidos, así como su aceptación por el nuevo país, podrían reverdecer su presencia en el escenario político del futuro. Personalmente no soy optimista.

Un tema clave es la configuración de la organización partidista del porvenir. El principio del centralismo democrático, cierto que de origen leninista, y asumido por su funcionalidad por los partidos del pasado, dada la inexistencia o pálida presencia de la sociedad civil en la Venezuela en que surgieron, es conveniente y deseable que sea abandonado. El centralismo estimula la oligarquización de los partidos y dificulta para mal la crucial política de descentralización que necesariamente debe imponerse e implementarse ante la nueva realidad del país. La sociedad civil ha crecido y nos ha mostrado ser madura y consciente de su rol en la nueva democracia a construir. En consecuencia, resultará loable que se intensifiquen las coordenadas horizontales de los partidos y se reduzcan las verticalistas. Se acabaron los tiempos de la manipulación por parte de los partidos sobre la sociedad civil; es de desear el abrirse a una relación más equilibrada con ella, abandonando su instrumentalización al servicio de los intereses partidistas.

Nada obsta a que surjan partidos con ideologías fuertes, sea en el espectro de la extrema derecha (más plausible en razón del fracaso de la “izquierda chavista”), sea en el espectro de la extrema izquierda, pero ambos supuestos serían nocivos para el país del futuro. Queremos una Venezuela pluralista, tanto dentro como entre los partidos, que responda a una sociedad también pluralista donde puedan convivir en libertad los variados intereses que broten de su ser. Las ideologías prevalecientes, a mi entender deben ser abiertas, flexibles, con capacidad de adaptación a la realidad del cambio acelerado de estos tiempos.

La personalidad de los líderes tiene una relevancia creciente en los escenarios políticos del presente y del futuro, igual en Venezuela como en cualquier parte del mundo. A ello se agrega que líderes carismáticos se encuentran no solo en los partidos sino también fuera de los partidos. La socialización y el reclutamiento de líderes dentro de los partidos tienen la virtud de la experiencia compartida, el debate interno entre corrientes y las decisiones consensuadas, fenómeno ajeno a los liderazgos construidos fuera de las plataformas partidistas. Se trata de un tema complejo en Latinoamérica, y obviamente no escapamos a ello. Los líderes extrapartidos son síntomas de la debilidad de los partidos, pues si estos están bien implantados en la sociedad y poseen una robusta estructura de liderazgo en sintonía con sus legítimas demandas, a aquellos les será muy difícil imponerse, tendrán aceleradamente que organizar partidos, por lo común de corta vida, y lo más importante, terminarán aprendiendo a convivir con el resto de los partidos. Cualquier otra situación arrastrará la crisis y destrucción de la democracia y el florecimiento de las tentaciones autocráticas.

La dolorosa realidad autoritaria de la Venezuela actual debe ser aprendida. Necesitamos partidos que afronten con éxito la construcción de una nueva democracia, coadyuvando al fortalecimiento de su legitimidad, sin olvidar que son su condición necesaria, pero no suficiente. Dependerá ello de la forma en que engarcen sus relaciones con las organizaciones de la sociedad civil, así como de su aptitud para canalizar, como entes representativos que deben ser, el amplio abanico de intereses en que se expresa la comunidad a la que a fin de cuentas deberían servir.-

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