El Papa

Entre fe y diálogo, el Papa expone los desafíos de la escuela católica

En una carta leída en el Congreso Mundial de Educación Católica organizado por la OIEC del 1 al 3 de diciembre en la ciudad de Marsella, el Pontífice argentino afina su visión global de la educación. El Papa Francisco lo describe como un "componente profético" de la Iglesia, una vocación que va mucho más allá de la enseñanza de las materias

En una carta en español dirigida al secretario general de la OIEC (Oficina Internacional de la Educación Católica), Philippe Richard, y leída en la apertura del evento por el cardenal Cristóbal Romero López, arzobispo de Rabat, el Papa Francisco se unió a los participantes en el congreso sobre «La escuela católica como cuerpo de esperanza», organizado en Marsella por la OIEC del 1 al 3 de diciembre.

«Deber ineludible», «desafío apremiante», la educación es para el cristiano «un modo de participar en la función profética que Jesús dejó a su Iglesia», comenzó definiendo el Santo Padre. «Por tanto, cuando nos acercamos a la educación no podemos hacerlo pensando en algo meramente humano, centrando la cuestión en programas, capacitaciones, recursos, ámbitos de recepción, ya que la vocación cristiana nos pide dar voz de acogida», porque la vocación cristiana nos pide dar voz a una Palabra que no es nuestra, que nos supera, que nos trasciende», explicó Francisco, detallando su visión de la educación.

Así, para el Santo Padre, «lógicamente», la enseñanza de la escuela católica no se limita a cuestiones confesionales y sus contenido están abiertos a todas las ramas del saber y a cualquier persona que busque esta instrucción. «Pero del mismo modo que decimos que la actividad de la escuela no puede reducirse a impartir materias, sino a formar personas en su integridad; al hablar de la escuela católica, es igualmente irrenunciable ese componente profético que no solo da al hombre la aptitud para adquirir unos conocimientos, sino también para conocerse a sí mismo y para reconocerse como un ser capaz de amar y ser amado», continuó el Obispo de Roma en su misiva.

“Con ello no hablamos de proselitismo, ni mucho menos de excluir de nuestras escuelas a los que no piensan como nosotros”, escribió, abogando por la configuración de una escuela “como una lección de vida en la que se integran distintos elementos, en íntima colaboración con otras instancias, como la familia o la sociedad”. “De este modo, en lo cotidiano, en lo imperceptible, la identidad de nuestras escuelas conseguirá hacerse presente y entablar un diálogo, ser una palabra que pueda, al mismo tiempo, ser interpelante para las personas de fe y tender puentes de diálogo con los no creyentes”, sostuvo el Papa.

“¿Cómo puede la escuela católica ser realmente lo que el Señor le pide?”, se preguntó entonces, proponiendo algunas respuestas. Y el Papa nos invitó a inspirarnos en el modo de enseñar de Cristo y en el modo en que pide a sus discípulos que enseñen. La primera característica es que su envío es a la vez «un acto de amor y un acto de obediencia», una enseñanza nacida de la comunión. «Nuestras aulas no son mónadas, nuestras escuelas no son compartimentos estancos», recordó el Pontífice, insistiendo en la comunión con la Iglesia universal y local, en «un proyecto común que nos trasciende y va más allá».

La segunda característica es que «estamos en camino, en movimiento». Jesús camina siempre, y exhorta a sus discípulos a hacer lo mismo, incluso los manda a ir por delante suyo, dice Francisco. “De ese modo la escuela católica en sus iniciativas debe acoger las problemáticas sociales, en ámbito local y universal, debe aprender y, en ese aprendizaje, enseñar a abrir la mente a nuevas situaciones y nuevos conceptos, a caminar juntos sin excluir a nadie, a establecer puntos de encuentro y a adaptar el lenguaje para que sea capaz de captar la atención de los más alejados”.

Por supuesto, Francisco reconoce que es necesario dar la mejor formación posible a los alumnos, pero también es indispensable, según él, «hacer de ellos hombres y mujeres que no se conformen con acumular meros conocimientos», sino más bien para que «esa doctrina les permita adquirir la sabiduría de la que habla San Benito, que los haga crecer y hacer crecer a los demás, allí donde el Señor les envíe». En definitiva, se trata de un trabajo artesano, “hasta alcanzar el conocimiento sublime de Dios”, finaliza el Sucesor de Pedro.-

Delphine Allaire – Marsella, Francia/Vatican News

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