Los disturbios de Bruselas tras el Marruecos-Bélgica, un símbolo del fracaso de la política migratoria belga
Tras el partido que enfrentó a Marruecos con Bélgica en el Mundo de Qatar, hubo violentos disturbios en el pequeño país europeo. Hubo incidentes en Bruselas, Amberes y Lieja, donde una comisaría fue atacada por unos 50 «jóvenes», y también en varias ciudades de los Países Bajos.
Más allá de estos incidentes, el júbilo popular en los barrios predominantemente marroquíes de Bruselas, especialmente en Molenbeek, puso de manifiesto que en esas zonas la identidad marroquí sigue siendo mucho más fuerte que la belga, aunque la mayoría de sus habitantes tengan doble nacionalidad.
Habría que estar ciego y tratar de encajar la realidad en la ideología de la «convivencia a toda costa» para no ver que las simpatías de los marroquíes en Bélgica estaban con el equipo de Marruecos y no con el de su segunda patria. Algunos periodistas lo intentaron, con titulares como «No importa quién gane entre Bélgica y Marruecos, será una fiesta».
La fiesta tuvo lugar en Molenbeek, Anderlecht, Schaerbeek y Bruselas, municipios en los que los inmigrantes marroquíes y sus descendientes son más numerosos que los demás grupos poblacionales, incluidos los belgas nativos. Se podía ver el entusiasmo de esos hinchas tocando el claxon y desplegando banderas marroquíes por las calles de la capital belga en sus coches con matrícula belga.
Para muchos belgas nativos, este espectáculo rompió el mito de la integración, tal vez porque las celebraciones pudieron parecer excesivas e incluso indecentes para una Bélgica que ha permitido a estos marroquíes vivir en un país próspero y beneficiarse de las ventajas del estado del bienestar.
Las cadenas de televisión no mostraron las imágenes de un hombre retirando una bandera belga de un edificio ante los aplausos de la multitud, ni a una llamativa concentración de cientos de marroquíes que bailaban y cantaban a un paso de la Grand-Place de Bruselas, bloqueada por un cordón de policías, con casco y porras, que les impedía el acceso al centro de la ciudad.
Según Statbel, la oficina de estadísticas belga, el 46% de la población de Bruselas es de origen no europeo (entiéndase como la Unión Europea más el Reino Unido), y sólo el 24% de origen belga. Los marroquíes representan el 7% de la población de Bélgica, pero el 12% en la región de Bruselas-Capital, la mayoría de los cuales también tienen la nacionalidad belga. El crecimiento del número de marroquíes ha sido exponencial: sólo 460 en 1961, 39.000 en 1970 y 800.000 cuarenta años más tarde; una gran cifra para un país de sólo 11 millones de habitantes. Como resultado de esta evolución demográfica y de la facilidad para adquirir la nacionalidad (en algunos casos tras tres años de residencia sin ninguna otra condición), Bélgica cuenta ahora con 26 diputados regionales o federales y varios alcaldes de origen marroquí, que a menudo fomentan el comunitarismo o la «pertenencia a la propia comunidad».
En Bruselas, los marroquíes superan a los individuos de origen belga entre los menores de 18 años; a muchas escuelas acuden exclusivamente niños de origen no europeo. En las escuelas públicas en las que los padres pueden elegir clase de religión, el islam es seguido por la mayoría de los alumnos. Que se califiquen estos cambios de «diversidad» o de «gran sustitución» tiene poca importancia; en unas pocas décadas la evolución ha sido considerable y ha modificado el tejido social de las ciudades belgas.
El hiyab (velo islámico) está cada vez más presente y lo llevan la mayoría de las mujeres en algunos municipios. Durante el mes de Ramadán, en algunas zonas casi todos los comercios y restaurantes están cerrados durante el día. El número de mezquitas se dispara y todas las corrientes del islam están representadas en Bruselas, donde las tensiones entre suníes y chiíes, o incluso entre marroquíes y turcos, son a veces elevadas, sobre todo en el Ejecutivo Musulmán de Bélgica, una estructura que el Gobierno federal creó para tener un interlocutor único para la comunidad musulmana, pero que ha ido de crisis en crisis.
Aunque el sacrificio de animales sin aturdimiento previo está prohibido en Flandes y Valonia, el lobby musulmán en el Parlamento de Bruselas ha conseguido bloquear una propuesta legislativa en ese sentido. Durante los juicios o las elecciones, es frecuente ver a mujeres que llegan con sus maridos y explican que no pueden ser contratadas como jurados o asesores porque no hablan ninguna de las lenguas oficiales de Bélgica, lo que da fe de una política de integración totalmente fracasada. El vivre ensemble («vivir juntos») alabado por el mundo político belga es un mito, con comunidades que conviven pero no se mezclan entre sí. Los marroquíes se casan con mujeres marroquíes y los turcos se casan con mujeres turcas, que suelen traer de sus países de origen. La reagrupación familiar es ahora la principal fuente de inmigración en Bélgica, como en Francia.
En Francia, el pasado colonial del país se evoca regularmente para justificar la ira de los jóvenes norteafricanos. Es una explicación que no se sostiene: incidentes similares tienen lugar en Bélgica, que no tiene ningún vínculo histórico con el norte de África. Fue una convención de 1964 lo que allanó el camino a la inmigración económica, cuya necesidad hace tiempo que dejó de existir, pero que continúa indefinidamente a través de la reagrupación familiar, que los estadounidenses llaman con razón «migración en cadena».
Lo más penoso es la negación y la ausencia total de debate sobre inmigración e la integración, principalmente en la parte francófona del país. Ni los medios de comunicación ni los partidos políticos hablan de ello. Los disturbios del domingo fueron atribuidos por el alcalde de Bruselas a «matones y sinvergüenzas», discurso que se repitió ampliamente sin ninguna precisión ni análisis. El vínculo con la inmigración excesiva, proporcionalmente mayor que la de Francia, no establece. Mientras que en Francia y en otros lugares de Europa hay un vivo debate en torno a este tema, es como si Bélgica se hubiera rendido, aceptando su destino de país multicultural con mayoría musulmana en la capital y de vez en cuando una «nueva normalidad» conformada por disturbios, tiroteos y ataques terroristas.
3 de Diciembre de 2022
Traducción del texto original: Belgium’s World Cup Football Riots: A Symbol of the Failure of the Migration Policy
Traducido por Voz Media
Foto referencial: En la imagen: la policía trabaja para despejar una calle en medio de violentos disturbios el 27 de noviembre de 2022 en Bruselas, Bélgica. (Foto de Nicolas Maeterlinck/Belga/AFP vía Getty Images)
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