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El escándalo de McCarrick subraya la necesidad de mayor participación de los laicos en la Iglesia

El papel de los laicos no es cambiar la doctrina, sino promover la santidad y enfrentar la corrupción, especialmente en asuntos de abuso y supervisión financiera.

 

La muerte de Theodore McCarrick el 3 de abril marca el final de un capítulo particularmente triste en la historia reciente de la Iglesia Católica.

El excardenal —conocido por ser el influyente Arzobispo de Washington D.C.— se convirtió en el rostro del abuso sexual de menores, lo que llevó al Papa Francisco a expulsarlo del estado clerical y a revocar su cargo en el Colegio Cardenalicio.

Sin embargo, aunque McCarrick ya no está, la necesidad de una reforma en la Iglesia Católica persiste.

McCarrick fue muy conocido en los círculos católicos desde la década de 1980, pero no se convirtió en un nombre familiar hasta finales de la década de 2010. Fue entonces cuando se hicieron públicas las acusaciones de que el entonces cardenal —quien anteriormente había servido como obispo en Nueva York y Nueva Jersey— había acosado sexualmente a seminaristas varones durante décadas e incluso había agredido sexualmente a un monaguillo de 16 años.

Los fieles se sorprendieron aún más al saber que altos funcionarios de la Iglesia conocían los pecados y crímenes de McCarrick, pero lo encubrieron durante su meteórico ascenso. El excardenal era un prolífico recaudador de fondos, y aunque nunca hubo pruebas de soborno, no cabe duda de que el dinero de McCarrick le permitió comprar aliados y protección.

McCarrick debería haber rendido cuentas décadas antes, pero el mayor obstáculo fue la estructura de gobierno de la Iglesia. Si bien la naturaleza del sacerdocio fue establecida por el propio Jesucristo y es inmutable, la mano del hombre ha construido un edificio burocrático, introspectivo y contrario a las reformas que debe cambiarse.

A día de hoy, hay muy poca transparencia, tanto a nivel diocesano como en el Vaticano.

Sin embargo, como dice el refrán, la luz del sol es el mejor desinfectante, incluso cuando están en juego cuestiones de moralidad.

La mejor manera de brindar esa transparencia es permitir una mayor participación de los católicos laicos —es decir, no sacerdotes— en la identificación, investigación y respuesta a las acusaciones de irregularidades dentro de la Iglesia. Como lo dejaron claro los escándalos de McCarrick, dicha supervisión es necesaria no sólo en materia de abuso sexual de menores, sino también en el ámbito financiero.

Para ser claros, otorgar a los laicos un mayor papel en el gobierno de la Iglesia no significa permitirles cambiar la doctrina, como desean algunos católicos, sino más bien brindarles mayores oportunidades para que los funcionarios eclesiásticos sigan el buen camino.

Este liderazgo laico está en plena consonancia con el énfasis del Concilio Vaticano II en la “llamada universal a la santidad”, que llama a los laicos a asumir un papel renovado.

En los últimos años, la Iglesia ha avanzado lentamente hacia un mayor liderazgo de los laicos. Los obispos estadounidenses aprobaron la Carta de Dallas a principios de la década de 2000 como parte de su respuesta al abuso sexual; esta ordenaba a todas las diócesis estadounidenses crear juntas locales de revisión, compuestas principalmente por laicos católicos, para elaborar políticas e investigar las acusaciones. Esta reforma contribuyó a la caída en picado del número de denuncias de abuso contra sacerdotes, con sólo cuatro denuncias en 2017.

Tras el escándalo McCarrick, el Papa Francisco ordenó a todas las diócesis del mundo crear un proceso de investigación contra obispos, arzobispos y cardenales, permitiendo al mismo tiempo la participación de los laicos católicos. Esta reforma debería fortalecerse, exigiendo la participación de los laicos en lugar de simplemente permitirla.

En el ámbito financiero, debería desarrollarse un proceso similar para abordar la mala gestión financiera y el abuso de poder por parte de sacerdotes y líderes eclesiásticos, aprovechando la experiencia de líderes laicos relevantes.

McCarrick dejó clara esta necesidad, dado que su increíble capacidad para recaudar fondos parece haberle ayudado a eludir la responsabilidad. Una junta de líderes laicos podría haber detectado su destreza recaudadora para identificar sus pecados y crímenes. Incluso el propio Vaticano, con un historial de malversación de millones, sino miles de millones de dólares, podría beneficiarse de una junta laica.

El difunto Cardenal George Pell, quien enfrentó una oposición significativa en sus esfuerzos por reformar las finanzas del Vaticano, pidió repetidamente una mayor participación laica en este sentido.

Sin una participación significativa de los laicos en todos los niveles de la Iglesia, un escándalo como el de Theodore McCarrick podría fácilmente repetirse. Tras el fallecimiento de McCarrick, los fieles rezan por su alma inmortal. Pero aquí en la tierra, sacerdotes y laicos católicos deben profundizar su colaboración para revitalizar la Iglesia.-

Tim Busch

Tim Busch/Aciprensa

Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register.

Nota del editor: Tim Busch es el fundador del Instituto Napa, una organización laica católica. Las opiniones expresadas en este comentario corresponden exclusivamente a su autor.

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