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Ouellet, rehabilitado

P. Santiago  Martin, FDM:

Esta semana se ha producido una noticia que, para la mayoría, habrá pasado desapercibida, pero que creo que tiene su importancia. Antes hay que contar la historia. Hace unos meses el cardenal Ouellet, prefecto del Dicasterio para los Obispos, fue acusado por una institución canadiense de que una mujer había dicho que hace treinta años, en varios actos públicos, le dio abrazos y le puso la mano “en la parte baja de la espalda”, de forma que le hizo sentir molesta. El nombre de Ouellet figuraba dentro de una denuncia contra la Arquidiócesis de Quebec, en la que se presentaban decenas de casos, casi todos ellos sucedidos hace sesenta años. No se supo quién era la señora que se había sentido agredida y tampoco se dijo hasta qué vertebra lumbar llegó, supuestamente, la mano del entonces arzobispo de Quebec. Ouellet dijo que era inocente y que, si la denuncia llegaba a los tribunales, se defendería. Se podría pensar que el cardenal estaba actuando de modo correcto -denuncia anónima, declaración de inocencia y esperar a defenderse si le citaban ante un juez-. Pero ¿qué podría haber detrás de esa denuncia? Ahí está precisamente la cuestión. Para entenderlo hay que saber quién es el cardenal Ouellet.

En los dos últimos cónclaves -el que eligió a Benedicto XVI y el que eligió a Francisco-, el cardenal canadiense fue el “tercer hombre”. En el primer caso, el segundo en la lista de los votados fue Francisco y, en el segundo caso, el segundo fue el cardenal Scola. En ambos, el tercero fue Ouellet. Ha sido visto siempre como una figura moderadamente conservadora, que despierta simpatías en Latinoamérica -trabajó como sacerdote en Colombia-, en África y, por supuesto, en Estados Unidos y en su país de origen. Estaba, pues, en primera línea de salida para un futuro cónclave. No digo con esto que ese futuro cónclave esté cercano -el Papa, que el sábado cumple 86 años, goza de una excelente salud-, pero estoy seguro de que ya existen movimientos, sobre todo por parte de los herederos de la mafia de Saint Gallen, para ir preparando el terreno. Esas cosas ni se improvisaron entonces, ni se improvisan ahora. Una denuncia, aparentemente ridícula, como que una señora diga que hace treinta años, en un acto público, le dieron un abrazo o le pusieron la mano en la espalda, era suficiente para descalificar a un candidato. ¿Quién elegiría Papa a alguien del que había ese rumor? Ya entonces yo pensé -y lo comenté a varios amigos influyentes-: “Ouellet se está equivocando; no quieren meterle en la cárcel, como hicieron con Pell; no van a presentar una denuncia formal contra él, sólo quieren apartarle de la lista de papables; por eso es insuficiente lo de que si le denuncian se defenderá, ya que no habrá denuncia, pues lo que buscan ya lo han conseguido”.

Pues bien, esta semana el cardenal ha decidido hacer lo que debió hacer hace meses: pasar a la ofensiva. Ha denunciado a la institución que le denunció, acusándola de difamación y pidiendo una indemnización que, de ganar, destinará a un fondo para ayudar a los indígenas de Canadá. Ahora el calumniado se defiende, como debe ser. Y lo de menos es qué va a pasar con el juicio, si es que llega a producirse, porque se acepte la denuncia del cardenal. Con este gesto, él ya ha revertido el daño moral que se le hizo. En definitiva, aunque no haya sido ese su propósito, se ha vuelto a colocar en la pista de salida como papable. Mejor aún que antes, porque ahora puede decir, con razón, que es una víctima de la terrible campaña de difamación que está padeciendo la Iglesia.

¿Se puede interpretar lo que ha sucedido con el cardenal Tagle como otro movimiento de la mano que mueve la cuna del futuro Papa, para apartarle de la carrera? ¿Es casualidad o hay intención? En todo caso, Tagle, que era otro papable, está ya fuera de la lista, por más que él insista en que la limpieza que se ha hecho en Cáritas Internacional no ha sido por corrupción ni por abusos. Acusarle de mala gestión es suficiente para que los cardenales opten por no votarle.

Aparte de estos movimientos, bien elaborados y pensados y por eso tan sutiles que pocos se dan cuenta de su existencia, lo más importante de esta semana sigue siendo que estamos a las puertas de la Navidad. Eso nos recuerda algo que no debemos olvidar: Dios es el Señor de la historia y Él es experto en escribir derecho con renglones torcidos. Es nuestra esperanza.-

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